sábado, 6 de febrero de 2021

Yo quiero ver muchos más delirantes por ahí

 “No todos aquellos que viajan sin rumbo están perdidos”.

El señor de los anillos, de J.R. Tolkien.


Tal vez resulte aburrido escuchar o leer los sueños de los demás, sobre todo si se trata de vidas apocadas, comunes. La escritura de blogs puede sustituir aquellas aspiraciones de escritores sostenida por evasiones, experiencias, soledades, fantasías, deseos o anhelos sobre los que se sostiene el ansia, creatividad o frustración de un narrador. Conectarse con una entrada semanal puede ser un sueño permitido de seguir aspirando alcanzar una trascendencia. Al menos el intento de hilvanar historias, razonamientos o pensamientos en nombre de entradas permita mover entre algunos mundos al escribiente herido de anonimato, donde nace y muere todo atisbo de obra. Tal vez la bola de nieve que comprende esa frágil letra herida que se desgrana en estas bitácoras permita, en parte, calmar el ansia malogrado de la trascendencia. No se puede certificar una creación, en el mientras se debe seguir leyendo, escribiendo y madurando. De eso se trata esta entrada, un sueño que contrasta.


Pero es una condena hacia adelante. Mejor explico esta última frase, el seguir escribiendo sin trascender puede parecer una sentencia, pero en verdad se debe tomar como el combustible que nos sostiene y permite continuar hacia lo desconocido. Estas palabras que arrastro al tipear desconocen la filiación con las que han de seguir en los próximos bloques o párrafos. La rutina diaria se entremezcla con la ilusión o alucinación mental que encuentra temáticas para seguir explorando. El cansancio de no cumplir un sueño en parte se compensa con la fantasía renovada de encontrar temas o entradas para alimentar el blog. Mientras escribo se atenúa el caos, mi yo desordenado parece organizarse. En la palabra escrita -la de mis lecturas y las de mi escritura- respira el condenado que se recluye en la prisión de mis potencialidades futuras y pero no tan claras en los presentes.


Tal vez escribo para asemejarme a las letras ilustres que me encandilaron el camino desde pequeño. Una vez vencida la lucha interna de si un escritor es su yo literario o su verdadero yo, la necesidad vocacional de construir una ficción basada en mi rigurosa y rígida realidad, me ha acercado más a la auto ficción que a la ficción. Pero me ha acercado a un sentimiento de infelicidad que se confunde a diario con la placidez, a pesar de que siempre sucederá el mismo fenómeno de lo incompleto, mis letras casi nunca se corresponden con lo que en realidad pensé en escribir, con lo que mis pensamientos llevan adentro, y donde mis escritos tantas veces me dejan satisfecho a pesar del desvío tomado. La calma en el tiempo me ha permitido soportar que a pesar del atajo que surge en la escritura, y el no haber escrito sobre lo que pensé en escribir no alberga más la tristeza de los comienzos. Aprendí que un escritor rara vez es capaz de plasmar las grandezas, riquezas y bondades que imagina. Siempre ha de quedar corta la escritura, las ideas rubricadas no se corresponden con las ideas que alberga mi cabeza; tal vez sea el cebo que nos permita suponer que en las siguientes letras que se escriba se adquirirá esa plenitud de relatar lo que se piensa y siente sin intermediarios mentales propias. La escritura parece ser una actividad inconclusa, insalubre, donde la mente no logrará poner en un papel lo que cabe dentro del cerebro.


La literatura se asemeja a un laberinto plagado de puertas falsas, un sentimiento profundo que no llega ni puede conectar con la plenitud del pensamiento y su consiguiente incapacidad de definirle y sosegarle. La literatura se esconde en las puertas ilusorias del pensamiento, donde la palabra interior no termina de encontrar el sustantivo o la gramática que me proyecte y redondee. El humanismo de nuestras letras nos ilusiona por generar la beatitud para luego conformarnos con la decepción con fecha pronta de renovación. Me sostiene un revoltijo de ideas ajenas producto de tantas décadas de plena lectura pero no logró condimentar mi propio cóctel de sensaciones. He bebido tanta lectura que no comprendo la sed insaciable de trascender la escasez de mi propia voz. Tantas voces ilustres me prometieron -al momento de seducirme- la evasión en forma de propia dicción que cuando compruebo que persiste la bruma de mi realidad creativa, siento que la explosión de un chasquido de dedos que abre las puertas de la eternidad vanidosa consagratoria no ha de experimentar en mí la sensación de irrealizarse realizándose.


Si anhelo escribir sobre literatura seguramente he de escribir sobre mi propia vida o sobre mis percepciones de lo que entiendo que debe ser la vida. No me atrae la ficción mas que para leerla. Adhiero el sentido del humor para expresar las miserias u oscuridades de la vida pero a la hora de trascribir letras es escaso o demasiado sutil la presencia del humor en mis escritos. Persigo desde los tiempos de mi adolescencia la definición de estilo y quizás sean simplemente los rasgos que caracterizan a cada uno y no aquella rubrica generalizada que no puede representar la historia de la trascendencia. En mis inicios me acerqué a talleres literarios en busca del estilo perdido y los dejé porque me di cuenta que te querían amoldar a sus estilos pero sin enseñarte los secretos. Tal vez un escritor es escritor por lo mucho poco que dice y no por las frases de marketing que vendemos o nos venden. El estilo será rapto, fiebre y posesión, lo demás es explicación vacía. Un talento no trasciende porque sea un canon referencial sino que tal vez, trascienda porque el absurdo lo encumbra en forma arbitraria donde la literatura te haga llegar a la cumbre por un talento descubierto de casualidad, de esfuerzo constante, de un momento de inspiración, de un cúmulo de casualidades y causalidades, de una moda, de una revolución, de un adlátere, de algunos intereses coyunturales o porque se tenía que dar. Se puede usar correctamente el lenguaje, tener un estilo personal depurado pero no garantiza que eso generará escritos de calidad. No podemos todos ser el faro de la humanidad, la literatura tantas veces parece ser un eclipse en las mentes y una transcripción de los cuerpos que nos habitan.


Rainier María Rilke sostuvo que “los buenos escritores escriben producto de la necesidad, no de un mero gusto por las letras”. A veces no se llega a ser escritor aunque se escriba. Y no siempre el escritor es el que se publica y vende. La escritura puede devorar tu vida dejando a una mantis como si fuera bulímica. “Reconozca si se moriría usted si se privara de escribir” continua Rilke en su consejo al joven Kappus en la primera de las que se denominan “Cartas a un joven poeta”. En mi caso, escribo como trampa retórica para sostener un diálogo íntimo de mi persona a mi persona, enojándome cada tanto porque no se incorporan en masa las demás personas que me encumbran.


No puedo afirmar que mi comunicación sea auténtica, tal vez sea un manojo de artilugios y disfraces que maquillen mi intimidad desnuda y tal vez virgen. No he escrito nada y me la paso escribiendo. Debo admitir que a nadie le interese ni le aflija el anonimato obtuso que me persigue. Tal vez escribo para no soltar las verdaderas palabras que me definen. Mis temas parecen ser ajenos a la literatura, escribo porque me pasan o no me pasan las cosas que necesita la vanidad para alabarse. Me une la soberbia de pensar que tengo las mismas cosas que decir que los consagrados, sin detenerme a pensar que no he encontrado aún las palabras claves que me permitan escapar de mi propio cráneo para invadir las seseras ajenas, que paradójicamente, suelo subestimar con demasiada frecuencia, como si fuera un escritor de referencia...


Postdata: Tal vez escriba estos absurdos influenciado por la literatura de Mircea Cartarescu y su “Solenoide”, la historia de un escritor frustrado generada por la voz de un autor que ha logrado lo que llaman su obra maestra...

 


No hay comentarios:

Publicar un comentario