martes, 2 de febrero de 2021

Duermes envuelta en redes

Crearemos la civilización de la Mente en el Ciberespacio. Sea esta más humana y justa que el mundo construido por ustedes, por sus gobiernos”.

Párrafo final de la Declaración de independencia del ciberespacio, de John Perry Barlow – 8 de febrero de 1996 en Davos.


También John Barrow manifestó en alguna oportunidad, a través de su ensayo “La economía de las ideas” que el concepto de propiedad en el mundo físico no se aplica en el mundo digital. Para el asiduo compositor de letras del grupo de rock y folk rock “Grateful Dead”, también poeta, ensayista y ciber activista, el ciber espacio es intrínsecamente anti soberano. Esa sensación transmitida en los orígenes de las redes que explotaron el desarrollo tecnológico y modificaron sustancialmente nuestros comportamientos estaba dirigida a poder presenciar -finalmente- un mundo mas justo, donde el dominio lo generara el conocimiento y se transmitiera libremente, sin injerencias, abusos o relaciones de poder. A pocos días de cumplirse los veinticinco años de la Declaración de Independencia del Ciberespacio, las sensaciones son nuevamente de utopía fracasada. Antes de avanzar en el tema, John Barrow falleció el 7 de febrero de 2018, paradójicamente un día antes de un nuevo aniversario de su texto viral.


La sociología pone demasiado énfasis en debates académicos, científicos o políticos sobre las bondades de la transformación generada en hábitos y costumbres. El debate, en esencia, suena estéril. La revolución tecnológica en parte está situada sobre las bases de los procedimientos emocionales o fundacionales del ser humano, por lo que muchas tesis o teorías en realidad, se basan en lineamientos utópicos que ilusionan o estimulan en pensar en capacidades democratizadoras. Es fascinante esos tipos de razonamientos, porque se sustentan siempre en un cambio espiritual o superador del ser humano, el mismo espécimen capaz de todo lo bueno pero también de lo no tanto. Si analizamos los diversos progresos que sostuvimos en la evolución, la televisión, el cable, el cine, la radio o el teléfono de línea o móvil generaron las mismas expectativas. No me refiero al progreso, solo a esa obtusa necesidad de que los adelantos nos mejoren como personas y especie. Son utópicas ilusiones.


Mi escritura está signada por analizar las contras suponiendo que nunca valoro los pros. No es así, me gusta analizar las falencias del sistema y en cuanto al salto tecnológico, soy consciente que la cercanía que proponen las diversas Tic me permiten una cercanía con mi entorno original, aunque virtual, muy positiva por sentirnos afectivamente cercanos. Es de analizar el contraste existente entre la seducción y alcance de las nuevas tecnologías como idea de progreso y abanico amplio de posibilidades y la dimensión ociosa que genera, que conlleva a un ostracismo cercano al aburrimiento y a la repetición compulsiva.


Ese mundo material que no tuviera dueños ni líderes, como se pregonó en la declaración de independencia del ciberespacio, chocó contra la realidad: la falsa legitimidad que presumiera que la abundancia informativa en la red surgiera de la nada. La dimensión material siempre predomina, haciendo posible todo lo demás que tergiverse esa realidad anhelada. Cada vez que anhelamos el cambio, la superación, la ilusión de ver una transformación distinta, se recurre a la palabra nosotros, como distintivo. Es la misma sensación cuando un político alude al pueblo como motivador de su gestión. Esa deseada necesidad de la mención del “nosotros” siempre se refiere a una comunidad que imponga, por fin, una serie de valores atribuidos a la decencia, integridad, probidad o honradez, que nunca llega a radicarse. Esa sensación esperanzadora de un futuro que reemplace esa nostálgica necesidad de algo distinto, nos obnubila y hace soñar eternamente sobre el cambio de la condición humana.


La abundancia codiciada de progreso a través de la información no ha generado un aumento de la transparencia. Somos incapaces de sostenernos en el tiempo y vencer. Toda utopía codiciada y anhelada suele fracasar, o el listón es demasiado alto o nuestra capacidad es muy baja. Lo que mejor se ajusta a la sensación de futuro es un ensayo, parecemos condenados a la ciencia ficción en lo relativo a nuestras capacidades, somos sociedades que se quieren bocetar sobre buenas intenciones que no existen o no se logran imponer. El bien común tantas veces pregonado suele parecerse a un interés propio de los grupos dominantes, sin llegar a saber nunca quienes son los que nos dominan. No existe mercado que fluctué en aras de un bien común, pero perseguimos con tozudez esa consigna que expulse la burocracia de nuestras postergaciones. Una rápida ojeada a la realidad no admite dudas: los grandes beneficiados de la anarquía que se persiguió con internet no parece surgir y beneficiar al simple cibernauta sino a las grandes multinacionales o a los aparatos de gobierno. Como escritor cíclico -y cansino- es la eterna sensación de transitar esos permanentes no lugares que se convierten en refugios no deseados pero que nos "seducen" a desear hasta que los deseamos, de ahí que consideremos que es nuestro verdadero refugio de libertad.


Perseguimos desde siempre, y con mayor énfasis desde la irrupción del contrato social de Rousseau esa necesidad de libertad e igualdad. La tecnología es irrefrenablemente positiva para nuestro desarrollo, lo que se discute es la falta de humanización a la que estamos cada vez más expuesto y sin poder verlo. Hablamos de la necesidad de subsanar la brecha digital pero lo que predomina sin viso de solución es que en vez de un supermercado global de igualdad de oportunidades lo que divisamos en un negocio donde se promueve ampliar y expandir el mercado en vez de avanzar sobre la construcción de verdaderas comunidades, palabra solo experimentada posiblemente en foros o grupos de amigos y contactos. Ese nuevo contrato social está dominado por la necesidad de sostener nuevos consumidores antes que en mejores ciudadanos.


La desigualdad existente en las sociedades contemporáneas se citan con las mismas limitaciones en el ciberespacio, a través de los conectados, desconectados y los que nos quieren todo el día conectados para continuar ese proceso de desconexión y aletargamiento. Un amigo hoy me recordó que la tecnología tiene peculiares características: nos acercan a las personas que están muy lejos -como mi caso- al tiempo que aleja cada vez más a los que están cerca. De aquella “civilización de la mente” parecemos estancados en una maraña de contenidos banales y una aceptación masiva de fake news. A días de cumplirse los veinticinco años de esa declaración de independencia presentada en Davos -se estima que más de cincuenta mil sitios web publicaron copia de esa declaración- tememos que ese espacio de libertad sea calcado a ese espacio físico frecuentado por pulsiones, impulsos, estrategias de manipulación e intereses egoístas. Tal vez Barlow pensó en sus intereses profesionales a la hora de firmar tal declaración de algo distinto, pero la realidad de esa libertad de expresión, movimiento y creación parece, en parte, dominada por los medios de poder que controlan esa libertad de oprimir, distraer y de imponerse por sobre los que menos tienen y menos pueden. Lamentando el incumplimiento de otro dogma redentor, solo debemos aspirar a un uso normalizado de las redes de forma personal que disimule lo mucho que queda por hacer y conquistar de aquella declaración que no nos independizó


Para los sobrevivientes de esta lectura, les adjunto el texto que hizo famoso a Barlow:


Gobiernos del Mundo Industrial, fatigados gigantes de carne y acero, yo vengo del Ciberespacio, nuevo hogar de la Mente. En nombre del futuro, les pido a ustedes, del pasado, que nos dejen en paz. No son bienvenidos entre nosotros. No poseen soberanía donde nos congregamos.

No tenemos un gobierno electo, ni es probable que tengamos uno, así que me dirijo a ustedes sin más autoridad que aquella con que la libertad misma habla siempre. Declaro que el espacio socio-global que estamos construyendo es por su naturaleza independiente de las tiranías que buscan imponernos. No tienen derecho moral para regirnos ni poseen métodos de control que nos den razón verdadera para temer.

Los gobiernos derivan sus poderes a partir del consentimiento de los gobernados. Ustedes no nos han solicitado ni nos han recibido. Nosotros no los invitamos. No nos conocen, ni conocen nuestro mundo. El Ciberespacio no yace dentro de sus fronteras. No piensen que pueden construirlo como si fuera una obra pública. No pueden. Es un acto de la naturaleza y crece a través de nuestras acciones colectivas.

No han participado en la gran conversación que nos ha reunido, ni crearon el valor de nuestros mercados. No conocen nuestra cultura, nuestra ética ni los códigos no-escritos que proporcionan a nuestra sociedad más orden del que se podría obtener a través de cualquiera de sus imposiciones.

Ustedes aseguran que hay problemas entre nosotros que se necesitan resolver. Usan esta afirmación como excusa para allanar nuestro territorio. Muchos de estos problemas no existen. Donde existan estos conflictos, donde haya errores, los identificaremos y abordaremos en nuestros términos. Estamos formando nuestro propio Contrato Social. Esta gobernanza surgirá de acuerdo a las condiciones de nuestro mundo, no el suyo. Nuestro mundo es diferente.

El Ciberespacio consiste en transacciones, relaciones y pensamiento, organizados como una ola inmóvil en la red de nuestras comunicaciones. El nuestro es un mundo que está en todos lados y en ninguno, donde no viven los cuerpos.

Estamos creando un mundo en el que se puede entrar sin privilegio ni prejuicio dado por motivos raciales, de poder económico, fuerza militar o condición al momento del parto.

Estamos creando un mundo donde cualquiera, en cualquier lado pueda expresar sus ideales, sin importar que tan singulares sean, sin miedo de ser silenciado u obligado a conformarse.

Sus conceptos legales de propiedad, expresión, identidad, movimiento y contexto no aplican para nosotros. Sus conceptos se basan en la materia, y aquí no tenemos materia.

Nuestras identidades no tienen cuerpo, así que, a diferencia de ustedes, no se nos puede obligar a través de la coerción física. Creemos que nuestra gobernanza emergerá de la ética, el interés propio y la mancomunidad. Nuestras identidades pueden estar distribuidas a lo largo de muchas de sus jurisdicciones. La única ley que se reconocería generalmente en nuestras culturas constituyentes es la Regla de Oro. Esperamos construir nuestras soluciones particulares sobre esa base. Pero no podemos aceptar las soluciones que ustedes buscan imponer.

Ustedes crearon una ley en los Estados Unidos hoy, la Ley de Telecomunicaciones, la cual repudia su propia constitución e insulta los sueños de Jefferson, Washington, Mill, Madison, DeToqueville, y Brandeis. Estos sueños deberán ahora nacer en nosotros.

Les aterran sus propios hijos, ya que son nativos a un mundo en el que ustedes serán siempre inmigrantes. A razón de su miedo, encargan a sus burocracias las responsabilidades paternales que ustedes son demasiado cobardes para confrontar. En nuestro mundo, todo sentimiento y expresión humana, de lo degradante a lo angelical, forma parte de un todo común, la conversación global. No podemos separar al aire que asfixia del aire sobre el que se vuela.

En China, Alemania, Francia, Rusia, Singapur, Italia y Estados Unidos se intenta combatir el virus de la libertad erigiendo puestos de guardia en las fronteras del Ciberespacio. Podrán contener el contagio brevemente, pero no podrán hacerlo en un mundo que pronto será cobijado por los medios digitales.

Sus industrias de información, cada vez más obsoletas, buscan perpetuarse proponiendo leyes, en los Estados Unidos y en otros lados, que declaran propiedad sobre la expresión misma alrededor del mundo. Estas leyes declaran a las ideas como otro producto industrial más, sin más nobleza que el acero. En nuestro mundo, cualquier cosa que la mente humana puede crear puede también ser reproducida y distribuida de forma infinita sin costo alguno. La distribución global de ideas ya no necesita de sus fábricas para funcionar.

Sus medidas, cada vez más hostiles y coloniales, nos ponen en la misma posición que aquellos amantes de la libertad y la autodeterminación que en el pasado tuvieron que rechazar la autoridad de poderes distantes y desinformados. Debemos declarar nuestro ser virtual inmune a su soberanía, aún cuando tengamos que consentir su reinado sobre nuestros cuerpos. Nos esparciremos por el Planeta entero para que nadie puede arrestar nuestros pensamientos.

Crearemos la civilización de la Mente en el Ciberespacio. Sea esta más humana y justa que el mundo construido por ustedes, por sus gobiernos.

Davos, Suiza / 8 de febrero, 1996

 


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