miércoles, 2 de diciembre de 2020

Brindo por el momento en que tu y yo nos conocimos

Y el papel se cubre de tinta, pues la vigilia comienza y termina con torrentes de agua negra…”

Honoré de Balzac


Es madrugar un veinticinco de diciembre para saber que esa necesidad que definimos como placer solo se podrá llevar a cabo en casa, al menos en la mañana. No estimula esa situación, en casa no es lo mismo. En el hogar sí es una rutina repetida día a día, y varias veces durante la jornada. Pero el placer cotidiano se busca en las calles, en tu lugar favorito, en tu mesa reservada que nunca se necesitó reservar. El periódico o un libro es para mí un gran complemento y algo para picotear la mayoría de las veces se pide al mismo tiempo, aún cuando se juramentó que sólo se hacía una parada para beber y leer. El café en un bar debe ser uno de los actos más cotidiano en la mayoría de los países, yo adquirí el hábito hace una década y no puedo explicar el motivo por el que repito a diario el ritual. Solo se que el veinticinco de diciembre y primero de enero debo contener el impulso, lo mismo que me ha sucedido en cada fase de confinamiento donde los bares vieron privada su apertura. Esto ha hecho más triste toda la situación que seguimos viviendo.


En la web no encuentro voces que refieran a esta tradición compartida. Los portales suelen tener una cualidad negativa que responde más que nada a la técnica del copia y pega, donde se imita lo que algún influencer indique; y por otro lado, nos llenan de tips sobre los hábitos de la infusión, como si los necesitáramos. Sin afán de desviarme de la entrada, aquella vieja y eterna discusión sobre si la mala programación existente en la televisión es una demanda o una imposición de los malos productores, lo mismo cabe en la web. Tips o influencers no parecen ser necesarios, pero abundan y se multiplican. La exploración en los buscadores dependen en parte de la pericia personal, pero hay veces que uno quiere nutrir de contenido su idea de entrada y solo se debe valer de su pericia, tal el caso. Así que prepárense un café bien cargado porque estas líneas solo dependen de mí.


Siguen siendo vitales las ceremonias, ritos, rituales o manías, sea cual sea la cultura a la que se pertenece. Se vuelven acontecimientos sin venir a cuento, un día se da y se trata de mantener. No importa que en la web te topes con algún titular presuntuoso que te alerte sobre si tomar un café vaya a ser bueno o malo para el cuerpo. Tampoco si te desasnan sobre si el café afecta el sentido del gusto o los errores en los que podemos caer al tomar un café. Hasta se apresuran a asesorar sobre la posibilidad de dejar de tomar el café. Pero no hallo referencias sobre el mero placer de salir a tomar el café, el dinamismo que genera aparcar de momento las obligaciones diarias para sentarse en una mesa, abrir periódico deportivo o libro y saborear un cortado, uno solo o el eterno café con leche.


La primer entrada de este blog se dedicó al tomar café. Pero no tanto sobre el tomarlo sino sobre compartirlo, una tendencia que se generó a partir de la crisis de 2008 donde al momento de sentarse a tomar un café, se dejaba pago otra para aquella persona que no tuviera los medios para poder hacerlo. No sé el motivo del porque elegí ese motivo para estrenarme en este deltrece, pero lo hice así. Sería que ya en ese momento de 2013 tenía el hábito instalado y por eso al momento de darle un título escogí el de “Compartir más que un café”. Para esta ocasión la cosa escapa a las habituales rutinas, no tengo aún el título y para mi rutina, eso es grave. Será que no veo los bares abiertos desde mi ventana y por eso debo ordenar mis sensaciones tecla a tecla, ya vendrá el titular y veremos si guarda ingenio.


En mis primeros tiempos el café lo tomaba con algún amigo; al desfilar amistades variadas desde mi irrupción en estas tierras vascas he ido rotando las amistades, ya que unos vienen y otros van, y otros simplemente se pierden. De ahí que el libro y la prensa deportiva sea mis coequipers en esta internada. Hasta los cuarenta años no creo haber tomado un café en forma solitaria, salvo si me habían quitado sangre en alguna analítica de rutina. Pero de repente, fue un placer solitario, que no quita que haga un lugar en la mesa si alguien decide sumarse. No hay horario prefijado, simplemente el filtro del mediodía puede ser el límite, no me gusta que se mezcle mi intención de beber café con los de los otros parroquianos que se acercan por el vermouth, aperitivo o la pronta ingesta de alguna bebida espirituosa. Tal vez no me gusta que se mezclen los rituales porque alguna vez leí por allí -no en los copi pega de la red- que es una infusión que despierta ansias de libertad y revolución. Es la sublevación del gusto, la radicalidad pacífica que obliga a saborear, a bajar decibeles de la actividad previa o posterior o a pensar, simplemente pensar mientras algunos apuran su cigarrillo.


El café debe ser negro como el infierno, fuerte como la muerte, dulce como el amor, según pregona un viejo proverbio turco. El café debe ser un remanso, una vuelta a la calma aún cuando no hay calma, un respiro inconsciente, una tregua con todo. Según cuentan el gran poeta cubano y padre de la patria, José Martí, poetisaba que era “el fuego suave sin llama que alegra todas mis venas”. Las alusiones del café son constantes en el arte, está presente en la literatura, pintura, cine o fotografía. También reside durante la muerte reciente, tal vez mi primer café lo tomé durante el funeral de algún conocido que me encontró con más de dieciocho años. Este recuerdo que no estaba previsto escribir me permite confirmar que hay un café para cada momento, y el de los funerales no se corresponde con ese afán de libertad buscado al acercarse al bar y tomarse la infusión como corte de la mañana.


Como con el futbol, el café tiene sus padres y mejores cuidadores. La pelea entre un colombiano o italiano puede ser encarnizada a la hora de defender la pureza de su preparado, la concentración del sabor y la cantidad de agua que le acompañe. Pero a la mesa se puede agregar un keniata, un costariquence, jamaicano o brasileño, tal vez también un indonesio. Todos perjuran que su café es el mejor elaborado o aprovechado, dependiendo del perfume, la mezcla, acidez, cuerpo, o si es acre. En esas tertulias tan naturales en los bares no suelo poder aportar lucidez a mis gustos, solo me gusta sentarme a tomar un café. Y con la diferencia de aquella primera entrada donde mencionaba mi habitualidad a un bar en mi pueblo, Plentzia, se ha visto comprometida mi regular presencia por el gran descubrimiento apenas unos metros de un bar que prepara un café tan concentrado que parece sacrilegio meter la cuchara para mezclar el azúcar cuando toca endulzarlo.


El confinamiento me quitó parte del ritual, las medio mañanas o los albores de la tarde no suelen ser lo mismo desde que estamos covid-ados, esos veinte minutos de libertad se echan en falta, es un rincón que nunca es rincón que se echa en falta. Puede parecer egoísta e inoportuna mi añoranza, más cuando estamos transitando una época donde estamos huérfanos de muchas costumbres que tejían el abrigo de nuestra cotidianidad. A medida que liberan restricciones, se regresa al café para conectar con uno mismo, y muchos para disfrutar la sociabilidad. No se si esta entrada es un homenaje al café o al bar que está cerrado. Vuelvo a mirar por la ventana con la esperanza de localizar alguna mesa ocupada, señal de que el ritual está de vuelta con nosotros. Si así fuera haría lo de toda la vida -al menos mis últimos diez años- que es arreglarme para ir al encuentro de la humeante infusión. Algunas cosas han cambiado, pero vale la pena soportarlas. Casi no hay café que no venga con una flor dibujada con su leche u otra alegoría; y la otra situación novedosa que ya parece tan rutinaria como la flor de espuma es que ya comenzamos a saborear el ritual con la mascarilla aún puesta. Joanne Rowling escribió al menos su primer Harry Potter con un te o café por medio, y Honoré de Balzac dejó constancia que el café fue fundamental para la escritura de su Comedia humana. En mi caso, la falta de un café abierto puede haber sido motivo suficiente para la escritura de este despropósito….

 



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