lunes, 10 de agosto de 2020

Te extraño cuando llega la noche


 “En tanto que duermo ni tengo temor ni esperanza, ni trabajo ni gloria; y bien haya el que inventó el sueño, capa que cubre todos los humanos pensamientos, manjar que quita el hambre, agua que ahuyenta la sed, fuego que calienta el frío, frío que templa el ardor y, finalmente, moneda general con que todas las cosas se compran, balanza y peso que iguala al pastor con el rey y al simple con el discreto”.

Sancho Panza, en el Capítulo LXVIII – De la cerdosa aventura que le aconteció a don Quijote.


Lo que supera el orden normal de las cosas suele ser noticia. El dormir no suele ser novedad, todos pasamos por esa fase en algún momento del día. De hecho, del sueño lo que más nos suele ocupar son los sueños y la fascinación por su interpretación. Un fenómeno misterioso y tal vez, corriente entre muchos humanos lo representa la dificultad para dormir, trastorno por el que cada tanto todos pasamos. Para algunos es una situación ocasional el no comprender porque se pasan noches en vela -un treinta y cinco por ciento de la población-, mientras que un porcentaje -tal vez más pequeño de un diez por ciento- sea una situación habitual -cíclica-, molesta al no poder conciliar el sueño. Se trata de un problema en aumento pudiendo ser varios los motivos encadenantes, no olvidando que existen más de cien trastornos distintos vinculados al mal dormir.


Solemos escuchar precisiones del estilo “cada día se duerme peor” a nivel de insuficiencia del descanso. Las estadísticas mencionan un numero alto de dependencia a las pastillas para poder dormir. La modernidad privilegió las ansiedades a través de un bombardeo constante de estímulos y frustraciones. A esto se le suma una herencia cultural que determina que la noche se ha hecho para dormir, que un adulto debe levantarse pronto tras ocho horas de sueño y si no se logra, algo mal se ha hecho. Inmadurez e irresponsabilidad es la primer palabra que recibe el noctámbulo o desarreglo se define a la situación del que ha pasado una y otra noche en vela. Se convierte en un fracaso moral cuando en realidad, es una extraña predisposición del cuerpo -y la mente- sobre la que no tenemos nada de poder.


El mal durmiente sufre no por la hora en que se acueste sino por desconocer a que hora finalmente logrará dormir. Rige el principio de incertidumbre aumentando la sensación de fracaso. La situación es caprichosa, a unos les impide dormirse, negándole de entrada el sueño; otros se duermen pero se desvelan a mitad de la noche. Iniciar o mantener el sueño y conseguir una duración y calidad del dormir condiciona la calidad de vida de las personas que padecen insomnio. En todo caso, el problema de la noche parece ser el día, por un lado, al no poder retomar el sueño uno se llena de ansiedades ante la cercanía de la nueva jornada y por otro lado, las exigencias cada vez más desmedidas de ese día pueden ser causantes del desvelo.


Se sostiene que el insomnio es un síntoma, no una enfermedad en sí. No es causa sino consecuencia de otros trastornos. Sus móviles pueden ser treinta por ciento orgánicas y el setenta restante, variedades psicológicas. El sueño no parece ser un asunto cerebral, se da y punto. El cuerpo sabe como hacer para que uno duerma y cuando no lo logra, es el cerebro el que se encarga de presionar la situación, con un recuerdo constante. Esa sensación de estar al borde de un abismo se alimenta minuto a minuto con pensamientos vertiginosos de perdidas y anhelos, en un clima de oscuridad y silencio que sobredimensiona la ansiedad y nos recuerda lo efímero que es la existencia. Tal persecución del sueño se asemeja al arte de escribir tras pensar o iluminar un concepto. Ese umbral del compromiso de no alcanzar un punto para que un proyecto se materialice parece ser una analogía interesante en la lucha del insomne.


La literatura ha tenido y tiene, cercana relación con el insomne. “Es temer y contar en la alta noche las duras campanadas fatales”, frase de Jorge Luis Borges, quien lo padeció y su fuerza lo llevaba a sostener una lucidez total. Las noches unánimes son recurrentes en sus relatos. Otros escritores insomnes que podemos enumerar abarcan desde Balzac, Kafka, Rulfo, Plath, Emily Dickinson, Flaubert, Fitzgerald a Stendhal, con una lista que seguramente estará incompleta o somnolienta. Julio Cortázar, en su cuento “Satarsa” describe a un personaje que no podía dormir y jugaba, para remediarlo, con palíndromos. Gabriel García Márquez detalló “la peste del insomnio” que asoló Macondo a través de los ojos de la pequeña Rebeca, en “Cien años de soledad”. Tahar Ben Jelloun, escritor franco marroquí responde desesperadamente a la sensación del insomne en su última novela, “Insomnio”, donde fábula sobre la necesidad de matar para “vencer a las noches vacías”. Matar como remedio definitivo.


El mal dormir no se refiere solamente a la falta de sueño sino a la búsqueda paciente o desesperada -dependiendo el carácter del sufrido- del sueño. “Del mucho leer, y el poco dormir se le secó el cerebro, de tal manera que vino a perder el juego”, la sentencia de Cervantes que define al personaje de Alonso Quijano nos arroja a la paradoja de que se necesita -por salud física y mental- del sueño para recordar, porque con el insomnio uno olvida al no “disponer de esa copia de seguridad” que blinda el sueño. Dormir para poder soñar, al no dormir se pierde el equilibrio y la armonía que brinda poder liberar la mente de la opresión del pensamiento activo. Este sistema de veinticuatro horas activo conforman una sociedad hostil hacia el descanso y la perdida del concepto del pensamiento silencioso nos instaló en una vigencia de actualización tecnológica en busca de un todo, que más nos ha acercado a la confirmación de la existencia de la nada. Paradoja de un insomne es la de conocer de primera y doliente mano que la vigilia para acceder a algo mayor nos encierra en el monologo interior constante de palabras, pensamientos, recuerdos, imágenes o vivencias de forma caótica que nos pueda acercar al momento mágico del reposo que ya no es normal para todos...




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