viernes, 21 de agosto de 2020

Es mi lugar, llego sin disfraz

 


“Sabemos lo que somos, pero aún no sabemos lo que podemos llegar a ser”.

William Shakespeare

Ambos marcaron un precedente en la literatura universal. Con sus obras dieron el pistoletazo de salida a la modernidad de la lengua. Sus pasos por las letras y el teatro no han dejado indiferente a casi nadie, sus trabajos fueron traducidos a todos los idiomas e influenciaron a generaciones de escritores o artistas a lo largo de la historia. Son referente obligados en el acervo popular, algunas de sus máximas son citas más universales que algunas bíblicas: “ser o no ser” o ”Ladran, Sancho” reconocen de inmediato a William Shakespeare o a Miguel de Cervantes. De tan conocidas sus obras, guardamos aún variado misterio sobre sus vidas. Pero lo más enigmático es que a pesar de creer que conocemos sus rostros, ambas apariencias reales no han podido ser comprobadas.

 

Aun hoy sus biografías son motivo de intensos debates y discusiones. La propia existencia de Shakespeare ha sido puesta en duda, como vamos a divagar entonces si del rostro que conocemos responde a su verdadera fisonomía. Más allá de las dudas biográficas que persistan, no se puede negar que el autor de letras variadas como “Romeo y Julieta”, “Otelo”, “Hamlet”, “El mercader de Venecia”, “La tempestad”, “Macbeth”, “El Rey Lear” y tantas más, fuera quien fuera, se trataba de un profundo conocedor de la sociedad de su época y del alma humana con sus consecuencias. Dudamos tanto de la figura del bardo que hay quienes aseveran que nunca salió de Inglaterra, por lo que la visita obligada al balcón de la Vía Capello 23, en Verona, puede responder a un producto turístico, ya que dicen que parte del mobiliario que sale en todas las fotos fueron construidos recién y por el tirón de conocer, en el siglo XX. Para el que conoce ese balcón externo, sabrá también que en ese patio exterior se encuentra una estatua de bronce de Julieta, que la leyenda reafirma aún -esperemos ver si el covid doblega la tradición- que todo aquel que toque el pecho de la estatua, ha de regresar a Verona a encontrar el amor eterno.  La esfera romántica es más fuerte que la realidad. Todos quieren creer que el balcón de los suspiros existió.

 

De Cervantes sabemos que su vida fue muy azarosa. Y bastante dura. Entre su variado derrotero, se afirma que el libro magno de las letras castellanas, “El ingenioso hidalgo, Don Quijote de la Mancha”, fue iniciada en la cárcel. En el año 2002 el libro fue escogido como “el mejor del mundo” pero se debe recordar que el éxito económico inicial de la obra no fue a manos del autor, sino a los de los editores. A diferencia del escritor inglés, Cervantes no logró ser famoso por sus obras de teatro, sino a través del “caballero de la triste figura” y parte de la idea que tenemos de su aspecto físico la poseemos por un retrato de Juan de Jáuregui y Aguilar, que se encuentra en la sede de la Real Academia Española en Madrid. En realidad, la fisonomía aportada por el poeta sevillano responde más a una descripción que le hiciera Cervantes de sí mismo en su obra Novelas ejemplares, de 1613 -tres años antes de la muerte de Cervantes-. Al no posar para el poeta, no podemos considerar fidedigno el retrato.

 

Igualmente debo confundir aún más y decir que no está claro que fuera un retrato de Jáuregui, ya que el historiador Enrique Lafuente Ferrari en más de un apasionado debate, preciso en el año 1948 la falsedad del cuadro, que la atribuyó en parte a la picaresca, travesura bastante frecuente que se daba en base al mercado de la pintura antigua, el frecuentar falsificaciones. Alejandro Pidal, académico y director de la Real Academia, años antes, en 1912, defendió la autenticidad de la obra a través de su conferencia “El retrato de Cervantes”. En el final de dicha disertación brinda por todos los humanos vivientes que “podemos contemplar a nuestro sabor el verdadero semblante del Príncipe de nuestros ingenios”. En eufórica alusión convida por fijarse sólo en el retrato, ya que “es al cabo y nada menos, por Dios ¡¡¡el único retrato de Cervantes que poseemos!!!” La duda se mantiene, ¿quién tiene la razón?

 

Lord Carteret, el impulsor de la primera edición de lujo de el Quijote propuso al pintor inglés William Kent que imaginara el retrato de Cervantes tras la descripción que el manco de Lepanto presentara en el prologo de las Novelas ejemplares en 1613. A partir del dibujo de Kent, George Vertue  en 1738 pasó a imagen dicho retrato. Pero no finaliza aquí, el orden cronológico nos permite continuar con: En 1739 sobre el mismo retrato de Kent, el grabador Jacob Folkema fijó una imagen cervantina que se repetiría en decenas de ediciones, fijando un nuevo ideal de Cervantes; Alonso del Arco realiza una copia del retrato de Kent -1773- para luego José de Castillo llevara a cabo su propia estampa; En 1791 el pintor Gregorio Ferro y el grabador Fernando Selma representaron el triunfo del escritor como “ingenio original, admirable en el habla castellana”; El pintor Eduardo Cano de la Peña sobre una fotografía de un dibujo situó la estampa de Cervantes con un poco más de los treinta años de vida, a su vuelta de Argel. A toda esta cronología del tiempo, se deben sumar más retratos realizados por anónimos con la obsesión de encontrar el verdadero rostro de Miguel de Cervantes. En todo caso, podemos coincidir que todas estas pinceladas pueden representar al Cervantes personaje, pero nunca al Cervantes hombre.

 

Si hablamos de la fisonomía de Shakespeare, la situación es similar. La diferencia que las diversas representaciones que se han hecho del bardo no guardan similitud entre ellas. Para muchos el “Retrato de Chandos” pintado entre 1600-1610 por John Taylor, es el más verosímil. De todos los retratos existentes, se dice que este fue el único realizado mientras Shakespeare vivía. El retrato de Cobbe -1610-, el monumento funerario en Stratford-upon-Avon creado por Gerard Johnson en 1623, el retrato de Droeshout del mismo año -y muy utilizado como referencia de su verdadera figura- y un retrato inédito realizado en el siglo XVI y rescatado en 2015 tras la publicación del libro de botánica The Herball, que muestra a un Shakespeare totalmente distinto al resto de los retratos pero para el historiador británico Mark Grifitths este último dibujo correspondería a la verdadera fisonomía y aspecto físico.

 

La duda es saber desde cuando se instaló la tradición de incluir en la solapa de los libros la foto del autor. Artistas alérgicos a los faros de la fama siempre existieron – Elena Ferrante, J.D. Salinger, Thomas Pynchon, Harper Lee o la reciente Carmen Mola son conocidos exponentes - pero no parece haber sido el caso de estos dos notables escritores. La condición de plebeyo de Cervantes, su falta de linaje y su condición sencilla pueden haber jugado en contra para conocer su rostro. William Shakespeare, por su lado, quien sí fue famoso desde sus inicios y contaba con todos los medios para ser retratado, también perdura sobre él la nebulosa de sus facciones. No es el único vínculo que aúna a estos escritores ya que han desarrollado ideas complementarias -la libertad como acción o resistencia - pero llama la atención que dos marcas mundiales dejaran su estela iluminando por milenios relegando sus retratos a un genero cercano a la especulación, lo que a sus más fieles seguidores les permitió definir que es verdad que los dioses no guardan rostro…


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