martes, 2 de julio de 2019

Necesito un amigo, necesito que alguien quiera hablar conmigo


“Este hombre, Giacomo,  nunca había hablado con nadie, a excepción de los libreros y anticuarios. Era taciturno y soñador, oscuro y triste; sólo tenía una idea, un amor, una pasión: los libros. Y ese amor, esa pasión le ardía dentro, consumía sus días, devoraba su existencia”.
Gustave Flaubert, de su novela “Bibliomanía y otras obras de juventud”.

Solemos presenciar a nuestro alrededor la dificultad para desechar o separarse de sus pertenencias, porque se suele considerar que debemos guardarlas para siempre. Mucha gente siente verdadera angustia ante la idea de desprenderse de ciertas cosas. Este trastorno es diferente al concepto de colección, ya que la gente busca deliberadamente objetos específicos, como sellos, monedas o cromos, que clasifican y exhiben en colecciones. Entre la acumulación compulsiva y la colección se encuentra una manía o extravagancia con respecto al coleccionismo de libros. Se llama bibliomanía y aunque no lo crean, todavía existe personal que se enferma por sus riquezas impresas.


La tendencia a adquirir y acumular libros de forma compulsiva aún persiste. Esa, desde ya, podría ser la gran noticia en estos tiempos de lectura rápida. El problema de estas gentes es la intensidad con que realizan la compra compulsiva, generando deudas, poniendo en riesgo las condiciones higiénicas del hogar por exceso de polvo, falta de vida social o grave falta de espacio en la casa. La bibliomanía no es una categoría consensuada y se la suele utilizar para clasificar a los sibaritas intelectuales. Encontraremos al entusiasta por ampliar su colección de obras para demostrar un criterio propio y gustos refinados, y también a aquel que acumula libros que nunca habrá de leer pero los mantiene para aparentar porque una buena biblioteca siempre produce admiración.

La idea de que la compra es producto de una practica racional ha quedado en desuso con el advenimiento del consumismo. El marketing y la publicidad ha generado un proceso de compras influido por las emociones e impulsos. En el caso que hoy se aborda, la bibliomanía escapa también a la lógica convencional, la racionalidad ha dado paso a un fenómeno que además de generar trastornos, escapa al control de la persona. Se genera la compra por una necesidad, se almacena el libro y surgen en el tiempo las excusas para justificar lo que uno mismo ha hecho. Y en el peor de los casos, no se prestan ni se dejan tocar, a duras penas te permiten observarlos a una relativa distancia.

El bibliomaníaco tiene un comportamiento patológico que va más allá de la pasión por los libros. Esta pasión tuvo su auge en el siglo XIX, cuando los libros eran la representación del mayor vehículo cultural de la sociedad. Fue tan desbordante la pasión generada que se temió, que al atesorar libros, los compradores negaran a sus compatriotas la posibilidad de acceder a un patrimonio académico de consideración. Fue retratada como una enfermedad antisocial que no compartía sus riquezas impresas. Tal vez se origina del coleccionismo, que trataba a los especialistas en buscar hallazgos motivados por un conocimiento especial del saber, buen gusto y juicio, paciencia infinita para rastrear una oportunidad y un interés casi narcisista para ostentar bienes intelectuales. El exceso de celo en esta profesión derivó en algo que hasta puede ser considerado un trastorno mental.

El concepto saltó a la prensa a través del caso del Doctor Alois Pichler, quien era el encargado de la Biblioteca imperial Pública de San Petersburgo, allá por 1869. Dos años después se develó la incógnita que desvelaba al personal de la biblioteca: la cantidad de libros que desaparecían de la colección. Observaron que Pichler se movía de forma extraña, dejando la biblioteca varias veces al día. Encontraron en su casa más de cuatro mil quinientos libros robados de la biblioteca, cometiendo el mayor hurto registrado en niveles literarios. Su abogado, durante el juicio, alegó que Pichler no tenia control sobre su comportamiento por una pasión incontrolable, violenta e irresistible. Fue declarado culpable y exiliado en Siberia, pero dejó instalado el concepto de bibliomanía.

Pero ya en el año 1809 el concepto pudo haber pasado desapercibido. En el libro “La bibliomanía o enfermedad del libro” del reverendo Thomas Frognall Dibdin, desarrolla información sobre la historia, síntomas y curas de lo que denominaba fatal enfermedad. Dibdin la graficó como “la plaga del libro” destacando la obsesión que despertaban las primeras ediciones, libros condenados, prohibidos o suprimidos, los ejemplares ilustrados o intonsos (encuadernados sin cortar los pliegos), los libros impresos en pergaminos o las grandes copias en papel, entre otros. Dibdin utilizó nombres ficticios para su obra pero se basó en conocidos bibliómanos de la época, él incluido, quien con relativa sorna describió esta especie de tratado, ya que era uno de los afectados por este mal que excedía el coleccionismo serio.

Años más tarde, tanto Gustave Flaubert o Thomas De Quincey describirían esta obsesión. Flaubert a través de su relato “Bibliomanía y otras obras de juventud” -el único de su producción literaria que transcurre en España- , tal vez homenajea a otro loco de los libros, Don Quijote, quien pudo haberle motivado e impulsado a escribir este relato. El ex monje de Poblet, Fray Vicente se instala como librero en el mercado de los Encants, de Barcelona. La ficción -que muchos situaron como real- se basa en la locura que se le dispara al exmonje por un ejemplar único de los Furs de Valencia, que lo lleva a matar a uno de sus competidores. A partir de ese momento y viendo el éxito del botín obtenido, se dedica a matar a otros bibliófilos para apoderarse de preciados títulos. Thomas De Quincey, mientras tanto, consideró irracional la puja de los bibliómanos de la subasta Roxburghe, motivados por caprichos o sentimientos reemplazantes de la razón. Utilizó el término “pretium affectionus” para describir los precios que se decidían para los libros como precio de lujo. 

Tenemos otros dos conceptos para desarrollar, tal vez no exhaustivamente en esta entrada. Ellos son bibliofilia y biblioclastía. La bibliofilia, según la RAE significa “pasión por los libros y especialmente por los raros y curiosos”. Mas que al libro, desea al objeto y el poder lucirlo. Es un concepto más abstracto de la pasión. La biblioclastía, por su parte, refiere a la destrucción de libros, pudiendo separarlos en fundamentalistas, por incuria o por interés. En todo caso, se le teme al libro y a sus efectos. La incuria prefiere dejarlos olvidados para que se destruyan solos a causa del paso del tiempo y el estar en ámbitos recónditos e inaccesibles. Por interés consiste en fraccionar a propósito los libros para venderlos por partes, obteniendo mayor provecho. Y el fundamentalista es un fanático que no quiere que la gente lea, de ahí que existan quemas de libros como las hogueras nazis o la biblioteca de Alejandría. En todo caso, se busca además la desmoralización.

El amor desmedido o el odio irrefrenable por los libros pueden llegar a ser considerados una enfermedad, sobre todo si se convierte en el único propósito de vida. Son síntomas que escapan al control de la persona, donde predomina la intensidad. En todo el caso, este trastorno hasta puede considerarse hoy día, descatalogado. Tal vez, la nomofobia -dependencia al teléfono móvil- nos esté mostrando que los diversos adelantos de que gozamos nos llevan irremediablemente a la enfermedad o síndrome. Retornando al amor que sentimos algunos hacia los libros impresos, tal vez esto puede explicar porque no existe una manía ni acaso gran aceptación del libro electrónico. Los libros pueden pasar por temporadas en el infierno pero es de esperar que resurjan de sus cenizas, pero nunca de aquellos bastardos fundamentalistas de la biblioclastía….

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