domingo, 7 de julio de 2019

Pubis angelical


“El instinto erótico pertenece a la naturaleza original del hombre… Está relacionado con la más alta forma del espíritu”.
Carl Gustav Jung

El ser humano se encuentra atrapado en una lucha sin cuartel, entre variados aspectos, que le llevan al impulso innato de seguir soñando y al mismo tiempo le sostiene en un mundo material y concreto. La imaginación parece un mundo de difícil acceso, si bien estamos todo el rato fantaseando, la realidad penetra e interfiere en los sueños. Una cultura algo caprichosa y reprimida ha perturbado la más grande exploración interna del ser humano como patrimonio esencial. En el caso de las mujeres, entre tantas cosas, les han obligado a modificar el concepto de belleza, eliminando los pelos de casi todo su cuerpo, entre ellos los del pubis.


Mas allá de cualquier moda o preferencia, el vello púbico está allí no por capricho sino por alguna razón que brinda la naturaleza. Supuestamente tiene una función profiláctica que protege de golpes e infecciones o el mismo roce en las relaciones sexuales. Es protector y a la vez, erótico. El vello puede regresar al ser humano a un erotismo primario, cuando la persona se abandona a lo animal. La belleza y el erotismo puede ser una consideración subjetiva, el problema surge cuando la norma cultural nos convierte en objetos antes que en sujetos. Nos inculcaron una idea nefasta que desde un momento de la historia determinó que ver una mujer desnuda es peligroso, y pecado el contemplar lo que no debe ser visto.

Algo sucedió a lo largo de la Edad Media. Hasta entonces, abundan registros de cuerpos desnudos y en proporción en el desarrollo del arte, pintura o escultura. Durante milenios y civilizaciones, se honraba el falo y veneraban las representaciones de Venus, diosa de la fertilidad. La adoración a los genitales era una representación acabada e inequívoco de la evolución, y aún en una iniciática ignorancia del proceso reproductivo, intuían que partes de su corporeidad participaban en el proceso. Pero surgió el cristianismo y en Europa se redujeron los desnudos en la representación artística y los que perduraron en el intento, se volcaron a una representación ficticia, angelical, donde ocultaron o tergiversaron parte de la anatomía para no enfurecer el dogma “evangelizante” de la iglesia. Por ende, desapareció el vello púbico. Se puede parodiar que el clero patentó la depilación definitiva.

Durante el Renacimiento se recupera la representación de cuerpos desnudos en el arte, pero con omisiones considerables: en el caso del hombre, el pene aparece libre de capilaridad, con un tamaño menor y a veces cubierto por elementos vegetales. En el caso de las mujeres, sus desnudos se muestran de espaldas, con las piernas lo suficientemente cruzadas para ocultar sus genitales, sin la presencia natural de los labios de la vulva y la falta total de vello púbico. Se pueden encontrar pequeñas excepcione en occidente a través de los pintores Jan Van Eyck Gossaert y Albrecht Dürer y en Japón se destaca el Shunga como género de reproducción visual japonés cuyo tema principal es la representación del sexo, aunque también fuera perseguido y considerado como material obsceno. Se denominó arte erótico.

Surge una excepción durante los mil ochocientos con la representación de “La maja desnuda” de Goya. Ya desde el titulo se puede advertir que no se trata de una representación divina sino de una mujer real donde se transita el erotismo desde la naturalidad que una relajada postura puede generar complacencia hasta perturbación y provocación. Resurge a través de la mano de Francisco de Goya el fino vello subiendo por el pubis, bañado su cuerpo por una luz tenue y atrayente que subraya los encantos carnales. Goya, quién también retrató la obra gemela “La maja vestida” sufrió los embates de la inquisición española, lo que obligó a su exilio hasta su muerte en Burdeos. Para la jerarquía eclesiástica, un desnudo es tabú e inductor de las más bajas pasiones, además de fuente primaria del pecado. Tanto la iglesia como el arte eran zonas de influencia del dominio del hombre, por lo que el rol relegado de la mujer se complementaba con un cierto segmento de varones que veían el atropello de sus actos creativos por otros varones.

El desarrollo hasta limites insospechados del vello púbico se alcanza tras la creación de “El origen del mundo” de Gustave Courbet, en 1866. El óleo permite enfrentar un primer plano del vientre abierto de una mujer, destacando una vulva levemente abierta con basto vello púbico que suscitó todo tipo de análisis e interpretaciones. La vanguardia artística de la época alternó entre maravillación y escandalización a la par. Un realismo sin parangón le plantó cara al romanticismo y neoclasismo e insinuó que el parteaguas como forma de plasmar el cuerpo humano no debía ser considerado solo enfrentamiento o escándalo.

La visión de la belleza puede ser considerada como una señal enviada por la mente para que deje de evaluar, seleccionar y criticar. El arte es a su vez, de las pocas experiencias que nos permite decir no a las censuras de las personas y de las propias mentes llevando a una relativa aproximación real de la impronta de la verdad. Es de preguntarse porque la belleza o naturalidad humana tiene un sesgo dramático, desesperado o heroico. La belleza de la naturalidad solo debería ser natural, no flagrante o represora. Vivimos en una sociedad que detesta las arrugas, varices, pelos, celulitis o imperfecciones naturales que han querido ocultar en el esquema clásico de las formas. El cuerpo no suele ser aquella representación que nos han obligado a considerar durante siglos. El canon de representación ha sido tan estricto que quizás haya despertado la peor de las perversiones, el desconocimiento que criminaliza. El desnudo no puede ser considerado un valor universal, en cada desnudo se encuentra diversas vivencias de naturalidad, armonía, energía o éxtasis, que puede erotizar pasiones o despertar todo tipo de instintos, no solo los mas espurios. Si se quiere no hay forma pura pero tampoco significa que sea pérfido o depravado.

El deseo de abrazar y unirse a otro cuerpo humano es una parte fundamental de nuestra naturaleza, el problema de la diversidad de instintos vinculados al deseo o erotismo proporciona recuerdos, represiones o falencias conductuales que escapan a la función biológica que nos representa como especie. Los animales se reproducen sin recurrir a la fantasía, morbo, sadismo, histeria o perversión, ese es un “don” exclusivo de nuestra especie. También el uso de la moral falsa que proclamamos para satisfacer el instinto contrario lo más privado posible. El cuerpo humano se ha visto envuelto en un concepto de belleza con una fuerza clamorosa que despierta pasión. Las necesidades no se satisfacen de una sola vez, el instinto básico se trata de emociones que irrumpen y parecen desbordantes, alternando con una disipación en el tiempo hasta que irrumpen nuevamente las dudas, ansiedades y compulsiones.

Los pelos a veces no son bien vistos. Para muchos el cabello da sensación de desaliño, suciedad, dispersión. El pelo en las axilas femeninas puede ser considerado repulsivo. En el bikini es necesario confirmar a cada rato que los pelos no salgan a los lados. Las mujeres deben cuidar el estado de sus cejas, bozo, axilas, piernas y pubis. Para muchos dichos arreglos es sinónimo de estatus, decoro, limpieza o delicadeza. Tanto la cabellera como el vello púbico son las señales más claras y contundentes del erotismo. Pero ha perdurado en el tiempo el concepto de fortaleza de unos y debilidades de otras. La revolución de lo femenino con su irrupción desde finales del siglo XIX se inspira también en el descubrimiento de la propia sexualidad, dejando de lado que todo se trate de algo sagrado y profano. El arte aumentó la puja entre mujer y culpa, entre placer sexual y pecado o muerte y lo que se busca es una liberación. El ser es la carne y a su vez, el miedo o fascinación a la carne.

El ser humano busca hablar con naturalidad del erotismo. Se comprende que no hay coherencia en el espíritu humano, es difícil la convergencia. Por eso el trance erótico sigue en la cima de la naturaleza. Mientras tanto, unos y otros seguimos en la búsqueda, la que nos libere o nos permita comprender el porqué del magnetismo y oscurantismo que generamos con el miedo al deseo. El vello seguirá siendo un símbolo matizado por la necesidad imperiosa de generar nuevos looks que nos represente o identifique. La culpa se seguirá escondiendo detrás del olvido y la amenaza, pero la carne siempre resucita al acoso de las fantasías, como así también, la obtusa moral que nos enfrenta al pasado. Y de momento, la remoción del vello genital es cosa de la presión comercial, la nueva religión que nos acosa para lucir esplendidos y eternamente adolescentes…

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