domingo, 23 de junio de 2019

Alguna vez fue que planeamos hacernos todo el daño de una vez


“Saber y no saber, hallarse consciente de lo que es realmente verdad mientras se dicen mentiras cuidadosamente elaboradas, sostener simultáneamente dos opiniones sabiendo que son contradictorias y creer sin embargo en ambas.”
George Orwell

Las razones del final de este concepto son varias. La más cruda puede ser que se trataba más de un postulado que de una realidad a alcanzar. La naturaleza humana es menos idílica, espiritual o etérea de lo que los ilustrados pensaban cándidamente para definir un orden social sin conflictos que determinara una sociedad perfecta y justa. La conflictividad humana es el rasgo esencial de nuestra naturaleza. La palabra utopía representaba el no lugar de manera positiva, como un ideal o un sueño del que nos ha costado despertar, a pesar de los continuos reveses.


Y no era un sueño mentado en el vacío. Era una visión que variaba en el tiempo porque estaban influenciadas por las condiciones mentales y materiales de la época y por las convicciones o condición social de sus autores. Lo puro del concepto era que verdaderamente, se ha creído posible de lograr, se sentía un proyecto realizable. A partir de la Revolución Francesa se sugirió que el devenir de la historia estaría apoyado por la voluntad y fe en el progreso, a lo que se le sumaba el activismo político que movilizaría a la continua revolución para desterrar los ordenes antiguos. Mas de una vez he preguntado que revolución ha funcionado, todos sabemos que ninguna pero seguimos insistiendo en la utopía de la perfección. Tal vez uno de los motivos de sonado fracaso es que la utopía siempre se base en el fin, pero desconoce el camino para alcanzarlo.

El contrasentido era sonado, no se mostraba -por desconocerlo- el camino pero se basaba en una construcción racional o de planificación, es decir nada dejado al azar. El absurdo y la contradicción allí estaba, se basaba en la planificación de un camino que nadie supo transitar sin dosificar sus emociones, impulsos y hasta despotismo. De ahí que del término utopía tal vez sobreviva el tópico y su forma narrativa, donde para la continuidad del argumento rara vez necesite de la población, sino que sea una meta empecinada de la organización social. De ahí que el descontento y la desilusión haya alcanzado a parte de una sociedad que observa sin observar las arengas desfasadas de unos líderes políticos que más que utopías persiguen sus apetencias personales y partidarias. La utopía se ha convertido en temible mas que atrayente perdiendo credibilidad y con el tiempo, dando paso a la distopía.

El relato distópico se basa en una hipotética ciudad futura donde, por motivos de deshumanización se ejerce el día a día a través de un gobierno totalitario o un control intrusivo de las tecnologías, lo que degrada el individualismo y nos quita la libertad en manos de reglas despóticas que de no cumplir, llevan a un aniquilamiento.  La distopia sería como analizar un mundo al revés, con el fin de concientizar y corregir los aspectos de un planeta que de perfecto pasó a ser inviable por el mal uso de la razón. El futuro es desalentador y el pensamiento único nos aborrega. Tanto la distopia como la utopía están en las mentes, las consecuencias siempre son que la ficción termina superando a la realidad.

Existe incontable material literario referido a la distopía, solo he de nombrar los primeros que me surgen en la mente: 1984 y Rebelión en la granja, de George Orwell; Un mundo feliz, de Aldous Huxley; Fahrenheit 451, de Ray Bradbury; Nosotros, de Yevgeni Zamiatin; Johnny  Mnemonic, de William Gibson, La guerra de los mundos y La máquina del tiempo, de H. G. Wells; Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (aunque se concibió como una utopía); La infancia de Jesús, de J. Coetzee o El cuento de la criada, de Margaret Atwood. En todas ellas, la amenaza del progreso nos lleva a una vida deshumanizada, sin principios morales y donde los avances científicos se utilizan como atropello desmedido para las relaciones humanas. El abuso de poder y el mal uso de la política han llevado a la confección de estos materiales, podemos decir imprescindibles, porque el optimismo ha cedido paso al pesimismo, una realidad indeseable que se ve como posible o probable.

En todo caso, tanto la utopía como la distopía rebajan al presente como un mal menor. La utopía se basa en la critica constructiva del presente a través de una alternativa ideal a alcanzar. La distopia se basa en la denuncia de los hipotéticos desarrollos perniciosos de la sociedad actual, que se vislumbrarán en un futuro cercano. La distopía parece mas real que la utopía, se basa en la sociedad actual y los desarreglos que afectarán al futuro. Las distopias de mediado del siglo pasado se pueden visualizar en nuestros tiempos. Si nos basamos en el Gran Hermano de la novela 1984, podemos detectar detalles que se han cumplido: los micrófonos que te graban para controlarte, el habla escribe (que es el wasap sino), los dos minutos del odio (escribe algo equivocado en Twitter y lo verás en carne propia), la telepantalla, la música enlatada, el ministerio de la verdad (las fake news), la neolengua (controla si tu hijo escribe una palabra completa o si expresa emociones por fuera de emoticones y emojis) o la máquina de escribir novelas (el uso actual de los algoritmos para la construcción de las noticias). Algunos lo verán como un avance, otros como una intromisión a nuestra individualidad.

La duda que transitamos en estos días es poder determinar si es bueno o malo vivir sin utopías. El vivir sin un referente utópico podría ser necesario y hasta saludable. La utopía siempre ha pecado de sacrificar el presente en aras de un mejor futuro, y se ha visto como ese futuro nunca ha llegado, nunca sostuvo sus fundamentos. La utopía tiene el hábito de convertirse en distopia. Esta quiebra de la fe en el progreso ha permitido la fuerte irrupción de la distopia en el mercado editorial como en el audiovisual, donde queda claro que hablan más de las ansiedades y neurosis que genera el presente que de los deseos de corregir el futuro. Jill Lepore, historiadora estadounidense, grafica que “la utopía es el paraíso; la distopia, el paraíso perdido”. Acostumbrados a la incapacidad de imaginar un mundo mejor, la distopia no rebela ni incita a resistir, sino que la observamos con sumisión.

Tradicionalmente se ha acusado a los autores distópicos como pesimistas o agoreros; ya no sucede eso. La sensación de transmitir mundos sin esperanzas donde se refleja la miseria humana no se ve como ciencia ficción sino como una realidad superada. El autor distópico lo que nos está queriendo decir es que no se puede modificar la naturaleza humana y tal vez, con su relato, nos quiera señalar el camino que está recorriendo una humanidad que no sabe rectificar su destino. Las distopias siempre tomaron aspectos esenciales de su época para radicalizarlos al extremo de mostrar un mundo donde nadie quisiera vivir. La imaginación podría corregir la realidad pero lo que deberíamos considerar es que con el tiempo, la imaginación se ha quedado, en determinadas circunstancias, hasta corta…

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