sábado, 8 de junio de 2019

El mundo está dormido, crece la televisión


“El juego está amañado pero no puedes perder si no juegas”
Fragmento de la serie The Wire

Los personajes suelen estar muy bien definidos, son carismáticos para bien o para mal, tan humanos o inhumanos como nosotros, capaces de lo mejor o lo peor dependiendo la reacción y el momento. El argumento suele encerrar una expresión muy ajustada y tenebrosa de lo que somos como sociedad, donde las instituciones suelen ser, tantas veces, el peor de los enemigos, ese Estado sin piedad es el que nos debe proteger, el que vela por nosotros, el que con arbitrariedad un día muestra una descarnada falta de piedad y nos hunde, nos miente y nos envuelve en la peor de las atmósferas. A nadie parece importarle la verdad y la justicia, como si fuera un resultado intrascendente para las vidas que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar equivocado. Eso las hace adictivas, el secreto de las series de televisión en forma de documentales que vienen a reemplazar a los libros de historia o las investigaciones policiales inconclusas.


La acumulación de secuencias deja sin aliento, no se puede comprender como a un semejante le pudo haber tocado tanta dosis de mala suerte. Parece un thriller pero es mas que nada, horror, para el que le ha tocado vivirlo en carne propia. El fruto de tantas mentiras deja expuesto siempre a las pobres víctimas, a las mismas aunque cambien de apellidos. Estos fenómenos de masas no se pueden explicar desde una única realidad, pero las series de televisión parecen reemplazar a la historia. Engullimos información pero no la solemos masticar, por eso a través de un formato equilibrado de cinco o diez capítulos, se logra que nadie quiera apagar el televisor ante la injusticia legal de turno, pero al estar viviendo en momentos de macdonalización de las sociedades, el impacto nos dura lo que duran las emisiones, luego vamos en busca de nuevas emociones.

Si ha leído hasta ahora, no tendrá claro si esta entrada es un spoiler a favor o en contra de estas series que arrasan las audiencias en los últimos tiempos. Son las mismas sensaciones que me acompañan cuando escribo sobre las cosas que nos están modificando como personas. Trato de ser objetivo, de manejarme con prudencia, busco solo transmitir información pero muchas veces mis escritos se inundan de intrascendencia o dualidad que permite precisar que las conclusiones siempre son difíciles de resumir. Por eso somos conscientes que las series llevan creciendo en importancia en los últimos tiempos de manera que sus presupuestos y elencos le compiten cara a cara al cine. Todo comenzó con Los Soprano o The wire, fueron el puntapié para la tercera edad de oro de la TV. Destacaban esas series porque abrían las puertas de la ciudad y los suburbios al malvado como personaje común, a veces anodino, pero con la distracción de gran parte de la sociedad, se convierte en esos quistes que perduran y perduran. Una manera tan natural de precisar que ningún flagelo es fruto de la casualidad.

Estamos comprendiendo el mundo pasado y presente a través de la ficción, el entretenimiento se nutre e inspira en crímenes o sucesos reales como si estuviéramos frente a millones de Truman Capote que se convierten en mito de rating con sus “A sangre fría”. El secreto que inmortalizó Capote fue que hizo apasionante leer la no ficción como si fuera ficción y de paso dejar nota como el sistema crea criminales sin esforzarse por rehabilitarlos. El streaming (transmisión por secuencias) logra llegar a donde periodistas o policías tradicionales no pudieron llegar en su día. Las utopías del pasado siglo se desmoronan sin que puedan aparecer otras que las reemplacen. Quedamos desnudos ante la percepción de lo que somos y como somos. Estamos dejando de lado la sociedad de consumo para ser simples consumidores en la que el espectáculo, la mediatización y los criterios de la verdad han colapsado en manos del mayor número de facetas posibles. Y con tantas vertientes ya nada es sagrado. Es una constante adaptación a los medios donde la imperfección parece ser la perfección de nuestra época.

Debemos creer que la vida no tiene argumentos, aunque necesitemos creer que todo esta guionado por un ser superior. Necesitamos la secuencia de las series en nuestros propios derroteros. La naturaleza tampoco tiene argumento, de ahí que triunfen los contenidos que intentan deslocalizar la ficción. Y es un boom donde no anida una sola clase social, estamos todos entrelazados conformando audiencias diferenciadas que siguen las alternativas de Chernobyl, Making a murderer, 13 reasons why, Babylon Berlín, Black mirror, When they see us o cualquier serie que nos atrape. Logran un impacto persuasivo tan intenso que nos conforman una imagen del mundo y de la realidad social, que no solo afecta nuestros comportamientos, sino que nos hacen sentir que acudimos al lugar seguro donde informarnos y conocer la historia.

Estas superproducciones vienen a reemplazar nuestra formación, que en tiempos que corren hasta parece escasa. Lo hacen a través de creaciones que son en realidad, objeto de estudio y campo de acción que despiertan la curiosidad y la cultura exprés. Las series, que comenzaron hace más de sesenta años, estaban destinadas en gran parte a un publico adolescente. Una de las explicaciones podría estar dada en que estos jóvenes disponían de tiempo para verlas, se divertían o evadían, se interesaban por el suspense o la intriga, se liberaban emocionalmente, generaban hábito, aprendían comportamientos y valores y se interactuaba socialmente al verlas en grupo o comentar en sociedad los pormenores de cada capítulo.

Seis décadas más tarde, el público de las series parece haberse aniñado y asisten a estas producciones con la firme esperanza de poder conocer la verdad a través de un texto cinematográfico, donde convierten los datos y hechos en capítulos trepidantes y verídicos. La comunicación en red ha venido a democratizar la información y la forma de producir los contenidos. Es esa una buena noticia dentro de este análisis; la mala es que la sociedad nos sigue timando y el poder siempre tiene la necesidad de esconder la verdad, pero seguimos comprando a pesar de ser escépticos y descreídos y el fruto de estas producciones seriales parece justificarse en nuestro eterno afán juvenil de divertirnos con poco razonamiento y mucho capitalismo emocional…

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