viernes, 10 de mayo de 2019

Dame un día común, emociones simples


“Voy a poner un ejemplo. Usted funda un zoo. Se trae animales de todas partes del mundo y se pregunta: ¿Cómo vivía el elefante antes de traerlo? Entonces, intenta crearle un hábitat similar al que tenía…¿Cómo vivía el pez? Entonces, intenta proporcionarle un acuario. Es decir, intenta adaptar el entorno a cada uno de los animales porque sabe perfectamente que el pez no va a sobrevivir en la estepa o el elefante en un acuario”.
Remo Hans Largo, pediatra

Se persigue una idea errónea que es fácil de refutar, pero al masificarse se hace difícil convencer a la sociedad que es quién está siendo artífice de la propia frustración. Resulta por lo menos complicado que un padre que internamente conoce las limitaciones de su hijo pueda asumirlo al reconocerlo. Y eso conlleva a una absurda presión por convertir a sus descendientes en cosas que no son. Nos amparamos en que es la sociedad la que presiona hacia el éxito, pero con la boca grande algunos padres dicen que se aspira a la felicidad y normal desarrollo, pero con la boca pequeña solo aspiran al éxito o consagración para que sean felices, a tener a Rafa Nadal o Steve Jobs en casa.


Todos somos iguales y podemos conseguir lo mismo. Esta definición no es la clave para la igualdad o integración. Nos olvidamos de que el concepto de diversidad, tan perseguido y pocas veces logrado, en realidad viene a defender que cada uno de los ocho mil millones de individuos que habitan el planeta es único y puede desarrollar sus capacidades de forma individual. La necesidad de alcanzar la diversidad individual consiste, tal vez, en no creer que una persona es inferior porque no pueda desarrollar ciertas características, ya que las capacidades humanas se desarrollan en cualquier momento del desarrollo personal y de manera diferente según las necesidades de cada uno. Aunque equivalga a no alcanzar nunca un reconocimiento social.

Lo ideal sería que cada niño no sea convertido en lo que no es y que pueda vivir en armonía con las características propias que debemos contribuir a identificarlas para armonizarlas con el entorno. Es algo así como el ayudar a cada uno a darle el sentido a sus vidas pero sin sobrealimentarlos porque engordar no significa alimentar o crecer. Se debe buscar desarrollar el potencial que se tiene, no forzar a más. La genialidad se desarrolla potenciándola, es verdad. Pero también es cierto que el prodigio también se puede desarrollar sin sobre estímulos, surgiendo. Eso se llama destreza y se vislumbra y confirma a través de un recorrido.

Remo Hans Largo, pediatra suizo y autor de un libro fundamental como “La individualidad humana”, define esa estrategia de alcanzar la armonía para afrontar los conflictos de la vida en sociedad como el “principio de ajuste” que no es más que esa consonancia integral que permite asumir las diferencias y la singularidad de los individuos como base de la existencia humana. Se procura la aceptación de nuestras limitaciones sin presionar al individuo para terminar al fin con esa máxima que nos asfixia y vaya a saber quién la impuso, que menta “el que no triunfa es porque no se esfuerza”. La genialidad tal vez hoy sea el poder dominar las pasiones y urgencias que luego nos condiciona.

Para cada uno de nosotros no debe ser fácil aceptar las propias limitaciones, esa complejidad puede acompañar toda una vida, frustrándola. Pero tantas veces es el entorno él que no contempla que un niño o adulto sea otra cosa, ya sea un hijo o una pareja. Aspiramos a que cada ser querido desarrolle habilidades y competencias y nos duele que persistan las carencias. Es una hiper competitiva sociedad que estamos transitando donde una carencia es sinónimo de infelicidad en los individuos. Poder ser lo que tu quieras obliga tantas veces a un alocado sinfín de actividades donde experimentar y sentir la obligación de realización y felicidad. Si se consigue destacar, se sentirá bien. El problema es cuando no se destaca o se evidencia una torpeza, se siente mal, ha fracasado y hay que compensarlo con otra actividad antes que se frustre o acompleje. En realidad, solo se trata de experimentar y acomodarse a ese crecimiento.

Es que todos tenemos un potencial limitado donde ser consciente es importante para no albergar aspiraciones excesivas. La ductilidad para desarrollar actividades formativas o recreativas sostienen una característica determinante: avanzamos hasta llegar a una meseta en la curva de aprendizaje que marcará el punto donde no se podrá seguir progresando. Tener una facilidad no siempre determina que se pueda aspirar a ampliar el potencial de las personas. De ahí que resulte indistinto para un niño que se le apunte a una variedad de actividades extraescolares con el argumento de prepararle para medirse en esta sociedad competitiva. No se llega a sedimentar lo aprendido y no se compensan las necesidades sociales y emocionales. Que algo te apasione no significa que lo tendrás que hacer bien por más entusiasmo y constancia que le impongas y la mirada vigilante, embelesada y a veces obsesa de los padres. La felicidad se aprende y debería ser el  primer oficio a practicar por la persona, como también saber convivir con los contratiempos, ya que no vale querer cubrir solo de gloria, sobreprotección y alegría el desarrollo del niño-a alejándole de las frustraciones, que a la larga, es el matiz que acompañará la evolución de su proceso de vida…

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