jueves, 25 de abril de 2019

Besándote una locura voy a cometer


“La enfermedad es el lado nocturno de la vida, una ciudadanía más cara. A todos, al nacer, nos otorgan una doble ciudadanía, la del reino de los sanos y la del reino de los enfermos. Y aunque preferimos usar el pasaporte bueno, tarde o temprano cada uno de nosotros se ve obligado a identificarse, al menos por un tiempo, como ciudadano de aquel otro lugar”.
Susan Sontag

Es una de las enfermedades consideradas incomprendidas y misteriosas. Hasta hace poco, saber que se tenía esta afección era como una sentencia de muerte que iba consumiendo el cuerpo y espíritu. Sorprendentemente es también un inspirador con mayor proyección en la literatura universal. La magia y el temor se citaban en su nombre y muchos autores decidían incluirla en sus obras como una manera de atribuirle a la muerte un sentido refinado, edificante o asignarle al amor su paralelismo como una vulnerabilidad atrayente. La tuberculosis mitificó la enfermedad relacionándola con la sensibilidad, la vena o rapto creativo y una vida despreocupada, tal la del bohemio.


La tuberculosis fue relacionada con la carencia material, las privaciones y también como la ventana que descubre prácticas vergonzantes como morfinomanía, alcoholismo, abuso del tabaco o enfermedades venéreas. Se condenaban a la marginación social por el pavor del contagio y como manera de oprobio por una vida disipada y egocéntrica que imponía el aislamiento y una inactividad física y a su vez, obligaba al paciente a desarrollar una actividad intelectual que desarrollara su creatividad. Muchos escritores llegaron a desarrollar grandes obras a la sombra de la enfermedad, donde la muerte parecía la única alternativa del enfermo de tuberculosis. Es persistente la mención del pañuelo blanco con esputos de hilos de sangre, la palidez pronunciada, tos que debilita, languidez y oleadas de rubor como expresiones contundentes.  

La tuberculosis es una de las diez principales causas de muerte en todo el mundo. En 2017 diez millones de personas enfermaron y de ellas, un millón seiscientos mil murieron, donde una parte considerable lo hizo por HIV, que sigue siendo la primera causa de muerte tras la infección de tuberculosis. Se consideraba una enfermedad erradicada en gran parte del mundo, pero aumentan los casos de nuevas cepas resistentes a los medicamentos lo que hace que su tratamiento sea largo, complicado, caro y con continuos efectos secundarios. Una persona con la forma activa puede llegar a contagiar hasta diez o quince personas al año. La forma de contagio se propaga por el aire al toser, escupir o estornudar. La tos persistente, pérdida de peso, sudoración continua y fiebre son los síntomas de la alteración pulmonar. Pero también puede afectar la espina dorsal, los huesos o los nódulos linfáticos en el caso del padecimiento extrapulmonar.

En la literatura está presente desde el Antiguo Testamento como plaga que azota al pueblo elegido. Albert Camus camufló la ciudad de Omán para graficar una metáfora moral del espanto nazi a través de “La peste”. Leopoldo Alas Clarín utilizó el carraspeo en el relato de “El dúo de la tos”, donde un hombre y una mujer coinciden en un lúgubre hotel, donde cada uno en su habitación comienzan a toser como una romántica manera de comunicarse. Solo se cruzan la mirada al verse en el balcón al salir a fumar. A partir de ese momento, se elaboran las diversas hipótesis sobre el otro a través de la tos. El hombre muere al día siguiente, la mujer vive un poco más pero al llegar su momento, se acuerda de la otra persona que tosía en la habitación cercana de ese hotel.

Se creía que era una enfermedad de los lugares húmedos – es famosa la frase humedad en los pulmones- , por eso se aconsejaba viajar a lugares altos y secos, como la montaña y el desierto. La literatura del siglo XIX nos muestra tuberculosos que mueren sin miedo, sin descubrir los síntomas y especialmente jóvenes, como los casos de Little Eva en “La cabaña del Tío Tom”, Paul Dombey junior en “Dombey e hijo” de Charles Dickens, “La muerte de Iván Llich”, de León Tolstoi, aunque en este caso se materializa la metáfora con la angustia que genera en la sociedad el querer negar la existencia de la muerte. También Pérez Galdós la utiliza como alegoría en “El doctor Centeno” donde el personaje de Alejandro Miquis extiende un certificado de defunción a la cultura del romanticismo. El simbolismo es una característica frecuente en el uso de la tuberculosis en las letras.

Se solía confundir la enfermedad como el mal de la pobreza y privaciones pero la mitología popular no llega a aceptar que de tuberculosis han muerto ricos y pobres. Continuando con las metáforas, la tuberculosis pulmonar era comparada con una enfermedad del alma, elegante en el siglo XIX y forma superior de espiritualidad. Thomas Mann la definía como la enfermedad de las pasiones y el aspecto etéreo, pálido casi fantasmal del enfermo representaba la ausencia de lo mundano para Gustave Flaubert. Las hermanas Bronté -Emily, Charlotte y Anne-, escritoras de la sociedad vitoriana, sufrieron un caso propagado de tuberculosis, donde cada hermana fue infectada sucesivamente en cuestión de siete meses acabando con el genio de estas hermanas británicas precursoras del proceso del progreso más intenso literario.

Al tuberculoso lo consume el ardor es una frase anterior al periodo romántico, donde la enfermedad no es más que el amor transformado, el estrago de la frustración, las esperanzas marchitas o la dolencia de la resignación. Pero a pesar de detallar el apasionamiento, el enfermo está débil y sin vitalidad, como frágil, como que tanta fragilidad no permita disfrutar tranquilamente del sufrimiento. Se ha utilizado tanto su imagen en la escritura, que se la puede graficar como una muerte pura como angelical y al mismo tiempo como presa de una sexualidad desenfrenada que castiga y transforma en belleza viva y palpitante la liberación y triunfo del espíritu.  

La tristeza tantas veces nos hace interesantes porque necesitamos ser sensibles para transitar el quebranto que a veces porta la belleza. La tuberculosis ha sido considerada mortal como necesidad literaria. El mito comenzó a derrumbarse al encontrar un tratamiento adecuado, a partir de la estreptomicina en el año 1944 y la isoniacida en 1952, y poco antes, cuando en 1882 Robert Koch, médico y microbiólogo alemán, descubrió el bacilo que causaba la infección. Se supuso controlada y hasta erradicada, pero cada tanto regresa esta flecha mortífera que tiene cura pero que quedará instalada por siempre en la mención del avezado lector, derivándola eternamente hacia Thomas Mann o al genial Frank Kafka. Durante más de siglo y medio la tuberculosis fue el reflejo de la pena, falta de energía, sensibilidad o delicadeza y el imperioso deseo de transformar en belleza todo lo que hasta entonces era pensamiento o imagen, para al menos contribuir con ese hilo de sangre del esputo al triunfo eterno del espíritu…

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