domingo, 30 de septiembre de 2018

Duermes envuelto en redes


“Internet es como cualquier otra tecnología, básicamente neutra, puedes usarla en formas constructivas o dañinas. Las formas constructivas son reales, pero muy pocas”.
Noam Chomsky

Un martillo no tiene fundamento de ser sin un clavo cerca. Para clavar una punta se necesita un golpe seco que reemplace la energía de varias personas pujando para lograr que se introduzca, por ejemplo, en un taco de madera. El martillo golpea fuerte y el clavo no golpea, en realidad es golpeado y en el golpe, suele perder su forma inicial. Pero es con ese impacto como se sujetan las cosas. Si solo disponemos del martillo no se podría ajustar nada a la pared. Se necesita el clavo y se necesita la pared o superficie donde se eternice el golpe. Por ende, entre los tres elementos se forma una red de posibilidades. Teniendo en cuenta que los primeros martillos datan de la Edad de Piedra, el concepto de red se instaló desde los primeros tiempos en el desarrollo de la humanidad. Es decir que trabajar o vivir en red es anterior al boom tecnológico. La red ya estaba concebida, solo es ahora cuando usamos permanentemente su palabra para todo lo que tenga que ver con el marketing del desarrollo científico. La tecnología se adueñó del concepto de red.


Las redes sociales no son un invento contemporáneo. Si lo es internet que nos obliga a vivir en una nueva estructura social que pregona la cultura de la autonomía. El concepto de red que se instaló desde el advenimiento de las nuevas tecnologías ha propiciado -tal vez no fue la intención- una tendencia hacia el individualismo en el comportamiento social. Definimos a la actual como una sociedad egocéntrica donde en términos sociológicos presenciamos el declive del concepto de comunidad entendido en términos de espacio, trabajo, familia o relaciones. Un joven que se pasa el día frente a un ordenador y te ve leyendo un libro, te juzga inocentemente por tu soledad, porque él “está” en ese momento con amigos. Pero yo, dejo de leer y lo observo: sigue estando solo. Más que yo, el lector.

Individualización no debe significar aislamiento ni el fin de la comunidad. Eso espero. La sociedad aparenta reconstruirse a través de ese individualismo y lo ejecuta desde esa red de afinidades. Tal vez es un proceso donde predomina la interacción virtual -on line- por sobre la interacción real -offline, tergiversando el concepto entre espacio físico y real. Las tecnologías de red parecen ser el medio de esta nueva estructura social: el individualismo en red. Continuando en una concepción filosófica de este fenómeno que confunde más que clarifica, se sostiene que internet no aísla a las personas ni reduce su sociabilidad, sino que la expande permitiendo una nueva correlación entre individuos o países. Es de suponer entonces que el uso permanente de internet reafirma a las personas permitiendo organizar sus vidas superando el aislamiento. A las personas nacidas bastante antes del último cuarto de siglo pasado, nos cuesta asumir estos conceptos. Nos obliga a razonar en forma constante si estamos avanzando en nuestra socialización o si, por el contrario, de esta forma, deterioramos nuestro trato con los demás.

Como parecer ser que de la tecnología no hay escapatoria, debemos procurar comprender estos conceptos. Todos los seres que habitamos este planeta estamos expuestos a este control tecnológico y a su comportamiento. La transformación parece vertiginosa, pero si analizamos el comienzo del siglo pasado, podremos comprobar que desde la irrefrenable convulsión política que motivó la Gran Guerra (1914-1918) hasta el lanzamiento de la bomba atómica -1945- apenas transcurrieron poco menos de cincuenta años. Si situamos al nacimiento de internet en 1981 -reconociendo que en los setenta se desarrollaron parte de los protocolos que generaron la red de redes- podemos comprobar que estamos por ingresar en la cuarentena de la utilización de ese desarrollo. Pero a todos los contemporáneos nos parece que el vértigo de estas cuatro décadas supera con creces lo experimentado en un tramo similar del siglo pasado. Pero no parece ser así. Hay algo en la tecnología que nos hace creer que ahora todo es más desbocado.

La velocidad de conexión es otro concepto que nos aglutina, tanto o más como la idea de red. Parece insufrible vivir sin conexión, sin ella nos aislamos irremediablemente de esa red que dice ser la comunidad que nos sostiene. Oscar Wilde sostenía -con fina inteligencia- que el refinamiento es fruto de la esclavitud. Nuestra continua esclavitud a los ordenadores o componentes nos hace libres porque nos aseguran que ahora disponemos, a través de un click, de la variedad que nos acerca a un refinamiento cultural. Pero si utilizamos la memoria histórica, lo mismo se precisaba con los cambios que produjo la imprenta, la electricidad, el automóvil, la radio, el cine o la televisión. Tal vez debamos temer que la vorágine de este solucionismo tecnológico nos derive irrefrenablemente a que esta novedad hipnótica en algún momento cercano deje de ser novedad, deje de ser una red eficiente. La baja calidad intelectual y el abuso del pensamiento fanático que se observa en los diversos foros y sociedades pueden llevar a pensar que el aburrimiento ya nos conduce a la búsqueda de una nueva esclavitud.

La sociedad ya era una tupida red de grupos sociales donde los individuos se involucraban e implicaban en diversos grados. Pero el uso de la palabra red parece haber sido descubierto en este tramo del siglo. Una red social no es un invento contemporáneo. El hombre es necesariamente un ser social, solo sobrevive la especie que se sociabiliza. Entonces la duda surge de forma inevitable: ¿Por qué creemos que Zuckerberg es el inventor del concepto de red social? El fundador de Facebook ha revolucionado el alcance de la palabra red a través de un impresionante desarrollo tecnológico, pero el secreto puede ser que, por primera vez, el concepto de virtualidad esté a la vista de todos.

La duda sobre si vivimos en una realidad o virtualidad persigue al filósofo desde el origen de los cuestionamientos. No es juego de palabras, pero la realidad parece ser pura virtualidad. Entonces las redes sociales actuales nos obligan a comprender que la realidad no era tan real, estábamos dominados por conceptos inventados, aparentes o simulados con una cuota de realidad. Y este boom tecnológico nos ha impulsado de forma histérica a querer desenmascarar esos baremos de transparencia absoluta que se persiguen -a través de denuncias, manifiestos o escraches en la red -y no se dejaban de ocultar. Ese parece ser el desafío de este desarrollo científico: la corrupción y la impostura han banalizado desde siempre al ciudadano, pero parece que es ahora cuando nos podemos dar cuenta.  A pesar de la decadencia cultural que el mal uso de la conectividad percute sobre el hombre anodino, estamos en la era de poder observar y mencionar nuestras continuas deficiencias. El problema no son las herramientas, son las personas.

Debemos comprender que Silicon Valley no ha inventado el mundo, solo nos ha enfrentado a la virtualidad de los actos o pensamientos con la virtualidad que el desarrollo de las nuevas tecnologías propone. Es un interrogante sin respuesta el porqué de no haber investigado antes la pureza de las redes sociales que nos rigieron en el tiempo. La impostura lleva a la corrupción y hemos vivido en una “obra de teatro” permanente. La religión, por ejemplo, es una enorme red social que cuesta derrumbar y que creció sin la necesidad de la tecnología. Aparentó ser el bastión de la moralidad, cuando apenas logró ser un aguantadero de las eternas imposturas que se esconden tras metáforas como la red de los buenos pescadores que intentan perdonar y redimir el mal que habitamos.

Esta red del boom tecnológico que nos retiene frente a nuestras aplicaciones, de momento nos confunde. Nuestros líderes tienen cuentas en Facebook, Instagram, Twitter o acceso continuo a los medios tradicionales de comunicación, pero sus mandatos o actitudes parecer estar desconectados de nuestra realidad. Nosotros parecemos estar atrapados en la monotonía del uso mediocre de las tecnologías. Pero rescato lo positivo de estas redes, nos obliga a cometer errores, la ansiedad por estar conectados y comunicados en originalidad anhela hacer real nuestra virtualidad moral, lo que obligará a quitarnos la venda de las imposturas. Quizás lleguemos a aprovechar esta conexión permanente para obtener la libertad de nuestras mentes y dejar de creer que estábamos comunicados cuando apenas estamos comenzando a comunicar nuestras verdaderas intenciones, y poder acceder sin que sea una intención virtual más, a ser una civilización liberal y no sólo ficción orwelliana.

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