miércoles, 29 de agosto de 2018

Carga una cruz en los hombros por el ser el mejor


“El 90% de los jugadores actuales no sabe jugar al fútbol entendiendo por tal un juego colectivo”.
Cesar Luis Menotti.

La sensación permanente de que en tantos aspectos se ha perdido la raíz parece afectarme. Aferrado a las férreas bases de mi educación, intento navegar por estos mares de modernidad sin desentonar o desafinar de manera muy cantada. Una manera de no cantar es la de sostener que el futuro y sus avatares no me asusta, aunque me condiciona. Tal vez porque me alarma esa tendencia tan generalizada, en todos los órdenes, de que ganar a toda costa y, de cualquier forma, sea el razonamiento inmediato. Y esa voz absurda que dijo hace unas décadas que solo pueden hablar los que ganan, haya triunfado. Y se hayan propagado por sobre los persistentes perdedores, que solemos ser casi todos.


El deporte conlleva valores fundamentales como la superación y el esfuerzo. El premio podía verse reflejado en la entrega, predisposición, diversión, seriedad y la gestión individual o colectiva del esfuerzo para aspirar a un objetivo, que como en la vida, se puede o no cumplir, sin olvidar que la práctica deportiva contribuye a mejorar las actitudes y comportamiento de los deportistas. El desarrollo de esas destrezas algunas veces se veía coronado por un futuro de éxito. Hasta que un deportista optó por quitarse de inmediato la medalla de plata, por sentir esa deshonrosa mancha de que “el segundo es el primero de los perdedores”, frase que se atribuye a Enzo Ferrari, y pasó por los labios de Ayrton Senna o desbastó Carlos Bilardo. Esconder una medalla de segundo puesto se convirtió en norma para algunos, duele perder, se debe esconder el mérito porque ya no es mérito, es afrenta.

En el futbol profesional no enferma el éxito, sino el exitismo. Al considerarlo un juego deportivo, se debe contemplar que, en un deporte, no siempre los resultados pueden ser los deseados. Porque el futbol no escapa a las generalidades, se puede decir que no es banal la frase “el futbol es el espejo que mejor nos espeja”, atribuida a Jorge Valdano. Pero aclara que “espeja la violencia, el nacionalismo, espeja el gansterismo, espeja el exitismo, espeja el fracasismo…”. Millones acuden con expectativas diarias por ver un partido de futbol, pero no siempre aguardan por noventa minutos de buen futbol y estilo, sino que se apasionan por el veredicto, por ver quien triunfa y quien fracasa.

Alguna vez, en la pelea por un campeonato de benjamines, afrontábamos un partido decisivo por el primer puesto y un padre se sinceró al afirmar que sería bueno ganar porque los niños se lo merecían ante “tamaño” esfuerzo en la temporada. Aquel encuentro lo empatamos, finalizando segundos el torneo. Los niños no sintieron ningún impacto negativo por salir segundos. La mayoría de las veces lo recordaban por el lamento de los otros, sus mayores. A mí la frase honesta pero equivocada de ese padre me llevó a explicarles a los niños que, por esfuerzo, todos los participantes merecerían el primer puesto, incluido el último. El esfuerzo a veces puede ser coronado con el éxito, pero el sacrificio es indispensable para encarar cualquier situación en la vida. Debemos remarcar que se necesita educar en el afán, en el trabajo. Al año siguiente, y jugando esta vez en liga A, el empeño de los chicos por comprender que se juega a otra velocidad y mentalidad en la categoría les llevó una rueda entera asimilar. La tensión por los malos resultados iniciales desmoralizó a más de uno. El secreto esta vez estaba en el equipo, no en las individualidades. Finalizamos quintos pero el esfuerzo, ímpetu y la mentalidad colectiva fue superior a aquel segundo puesto del año anterior. No sé si se habrá notado, pero se debió valorar más que un subcampeonato, porque a veces es más difícil gestionar el éxito en edades precoces.

Nos hemos acostumbrado a la peor cara del futbol profesional: jugadores sacados del mismo molde unineruonal, banalización del dinero, admiración por sus coches caros o declaraciones onanistamente exitistas, polémicas y vacías, programas de televisión de chatura inmensa, pero con infinidad de imágenes, videos y música de gesta continua.  La fiebre por la liga y Champions se vive casi con la misma intensidad -es una exageración que me permito- que, durante julio y agosto, con el mercado de fichajes. En líneas generales nos dicen que el éxito se planifica con billetera, que la ilusión se alimenta con fichajes, que aquel que planifica correctamente no gana, pierde plantilla, porque al finalizar la campaña le exprimirán a través de transferencias. Hemos perdido la esencia del potrero o del juego en el patio del colegio. Jugamos para ganar y no para disfrutar, se arenga para machacar -que fea palabra me sigue resultando- y no se les habla del sacrificio o de un plan colectivo para aspirar al objetivo, ya que nos olvidamos de que sigue siendo un juego de equipo. Ante un muy mal partido de ese mismo equipo de benjamines, pregunté a un par de jugadores como se sentían por la escasa contracción al esfuerzo colectivo. Uno de ellos fue tan sincero que quedó expuesto el concepto individual que se tiene de este deporte de conjunto: estaba conforme porque los dos goles que habíamos marcado habían sido de él.

La mayoría jugamos en el futbol modesto o humilde soñando y deseando, en breve, por formar parte del circo mediático y rentado de este deporte. Pero dentro de ese futbol modesto o de entrecasa se ha convertido en triste costumbre estrenar cada temporada botas de marca que luzcan colores diversos, tener una camiseta con su nombre impreso, tatuajes varios en brazos o piernas, festejar goles con coreografía, discutir al árbitro con aspavientos, simular faltas, molestarse con el entrenador por un cambio ya que el que debe salir del equipo siempre es el otro. Pero no terminamos de entender que el humilde es el verdadero futbol, donde la barba hípster no importa, donde las estadísticas son innecesarias, donde nunca habrá repetición de aquella sublime jugada o del gol soñado, donde no se necesita ir a Twitter o Instagram para contentar seguidores. Se añora aquel futbol porque en ese juego de los humildes se fue en verdad joven.

Aún quedan imágenes de potrero en el profesional futbol mundial. No es verdad que el futbolista sea moldeado por un único estereotipo hortera. Existen profesionales que ganan dinero y respeto en la misma escala. Pero el potrero se extingue. El resultado es lo primero que todos preguntamos al consultar a un niño que ha jugado por sobre el “¿lo has pasado bien?”. Algunos padres persiguen a las urgencias alterando el tiempo de formación con presión inocente pero constante, creyendo que sus hijos compiten con el resto de los chicos por un puesto en la elite. Para los niños del barrio el futbol iniciático es el que siempre perdurará en el recuerdo porque aún su esencia es el juego. Sin reglas ni planificación, la meta es divertirse y jugar por pasión. Hacer un gol y creer que uno es Messi o el ídolo de turno. Hablar todo el tiempo de futbol y mirar partidos para imitar movimientos. El futbol de la infancia es extraordinario, ganar o perder es parte del aferrarse a la naturaleza o la sencillez de un juego. Aunque no lo parezca, y más de uno creerá que estoy loco, ser profesional no es tan bonito, a veces es un negocio más…

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