miércoles, 15 de agosto de 2018

No está mal sumergirme otra vez


“Ahora si no te vendes piensan que no le interesas a nadie”.
De la película “Popstar”, del año 2016.

Jamás pedir permiso para poder cubrir ciertas carencias. Esconderse donde nadie suela mirar. Era ese espíritu de disidencia que se blindaba de una atmosfera con secreto de pocos para poder germinar y enfrentar al sistema, como una especie de contrahegemonía. La forma casi clandestina por ofrecer a pocos esa brisa nueva, aún no contaminada. La manera contracultural de resistencia contaba con el rechazo o el desinterés de las instituciones. Era la manera utópica de no claudicar en los comienzos. Aquella manera de sobrevivir como símbolo de fuerza por no sucumbir a la inercia del consumo y lo que rodea al comercio. Esta idea de movimiento insurreccionario fue conocido como “underground”, concepto que se aplica a una contra parte cultural y se utilizó por vez primera, allá por 1953.


Los underground se manifestaban abiertamente aunque solían ampararse en las sombras para oponerse a las tiranías y las normas que rigen la moral social y sus tradiciones. El desarrollo de forma paralela de nuevas formas culturales obligaba a cohabitar bajo tierra para expresar lo que uno tenía, bajo la forma de escritura, música, poesía, pintura, teatro o dibujo. Para definirlo como concepto más cercano, se redujo el concepto a la palabra under. Contraculturalmente, pasó a ser denominado under a toda manifestación artística no masiva o cultural. El problema se genera a partir de esa difusión boca a boca que tarde o temprano le enfrenta a lo masivo, alcanzando cotas de popularidad que de tan silenciosa terminan siendo un producto intensivo explotado por los medios de comunicación de las masas.

De los recuerdos under, el más significativo remite a las redadas. Porque el under era una resistencia a la opresión y la asfixia. De ahí que, en época de dictaduras o represión, la cultura underground ofrezca desde sus sótanos la puerta que permita respirar a las manifestaciones o momentos donde el artista se pueda revelar de forma autentica, sin condicionamientos. Ese origen le otorgaba un poderoso simbolismo y significado y era una contrarréplica a la indiferencia a lo instituido y sus corderos. Lo under no era masivo y se apoyaba en pequeños grupos o células para experimentar un gusto propio, lejano a los que las masas consumen.

Pero el under no era improvisado o sonaba amateur. El éxito era la fidelidad, la silenciosa constancia que premiaba la creación, la hermandad que fogoneaba esa actividad independiente, protegiéndolo de la contaminación o salvaguardándolo de un discurso comercial. El conflicto de este siglo XXI es que toda expresión cultural espontanea es inmediatamente expuesta, interpretada y, sobre todo, monetizada. El sótano hoy día debería ser aquel espacio al que no llegue internet -y si llega que no despierte masividad- ni pueda ser trasmitido a través de datos. Utilizamos el concepto underground para vincularlo con publicidad o marca, cuando deberían ser antagónicos los principios. Internet nació como algo underground, para combatir la pobreza de la comercialización, propugnando que todo se comparta libremente. Es difícil sostener la contracultura en este mundo actual, al no disponer de tanta generosidad o trueque, debemos sospechar que no puede habitar hoy dicha contracultura.

La idea de que ser under significaba ser portador de un virus es parte de la concepción de un pasado con represión, sin libertad. El peligro de esparcir un resignificado de la realidad siempre fue motivo de temor para el censor o el autoritario porque la manifestación under propugnaba por una versión diferente del mundo. Hoy en cambio, existe un sutil matiz para definir quién es under, se puede generalizar erróneamente a aquel que quedo a las puertas del mainstream -corriente o tendencia mayoritaria-, es decir aquel artista que no terminó de pegar suerte. La sensación en aumento parece transmitir que ser hoy under es no poder alcanzar el éxito. El anglicismo ha ido mutando su significado en menos de un siglo, convirtiéndose en un concepto móvil.

Por otro lado, hoy no se desarrolla la cultura subterránea en la clandestinidad de un sótano. Se aprovecha la funcionalidad de las aplicaciones gratuitas que permite la web para desarrollar de forma cotidiana la representación artística. Sin tener la intención de ser un mero producto de marketing, la mejor definición que se puede ajustar al confundido underground de hoy podría ser fiel a tus principios, aunque llenes salas. El arte se entiende mucho más allá de números, la ética, moral, conciencia de clase y la política forman parte importante de una contracultura.

Las etiquetas siempre son lo que son, es una de las tantas maneras disponibles de denominar. Aquel movimiento “clandestino” que fue rotulado como underground en Gran Bretaña como alegoría que lo equiparaba al metro de Londres durante la tenaz resistencia antinazi de la Segunda Guerra mundial. La cultura alternativa surge y se desarrolla hasta convertirse en universal. Y hoy global se vincula a lo masivo, por lo que tal vez se deba replantear la etiqueta. Porque se seguirá transmitiendo algo entre las esferas sociales y es de esperar que la cultura y su contracultura progresen como elementos de cambios sociales y la sociedad se refleje en ellos y ya no parezcan antagónicos. Aunque lo primero que se busque sea la comercialización del acto creativo, aspiremos a que la generación que se etiquetó como millenials y se presenta fragmentada, logren que en un tiempo relativamente corto las diversas células que habitan nuestras sociedades se comuniquen entre sí, pese a que no parezca lo normal que la resistencia subterránea sea reemplazada por una cultura de ático y motivada por un contrapúblico de agentes productores de contenidos en forma de meme, gifs o alguna suscripción de YouTube…

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