domingo, 13 de agosto de 2017

Vivimos revolcaos en un merengue

“Aforismos: máximas mínimas”
Andrés Ortiz-Osés, antropólogo y filósofo español

En los últimos años, no he cerrado una entrada de este blog sin abrirla con un aforismo. El secreto, que no lo es tal, consiste en encontrar una frase que coincida con la línea de lo que he escrito. Lo destacado de mi ritual es que no escribo en base a un aforismo ya destacado, sino que primero escribo la idea y luego le doy un cierre, al que yo le encuentro como un hilo que, por lo maravilloso que es el proceso literario, le permita al que se anime a leer, seguir una secuencia conductiva. Es por eso que la realidad se construye tantas veces desde el techo y no desde los cimientos en la base. Pero hoy, como escribo sobre aforismos, empiezo la entrada con la frase escogida de antemano.


Utilizo bastante de este tipo de sentencias.  En el vértigo del desarrollo tecnológico, que nos tiene atrapados, pero adherimos porque creemos que es un avance demoledor en la historia de la humanidad, el aforismo se recupera a través del ingenio de desarrollar un pensamiento que llame la atención y adhiera seguidores, como es el caso de los ciento cuarenta caracteres del Twitter. La limitación de caracteres impone un esfuerzo máximo de concentración en lo mínimo, y el resultado -a veces nomas- permite descubrir donde anida el ingenio de una nueva trova de pensadores contemporáneos. De los millones que habitan en esta red, solo unos pocos son los que logran reducir la máxima expresión de un concepto, en frases cortas. Si visitan Twitter con habitualidad, darán fe que buscando y buscando, se suelen encontrar pequeñas piezas maestras lúcidas y sugerentes, entre medio de un mundo de solo copia y pega.

La filosofía es una actividad de la inteligencia humana. Se nutre de las constantes preguntas que surgen al paso del desarrollo y evolución del ser. Y se retroalimenta tantas veces, de la falta de respuestas o de los nuevos interrogantes que nos preocupan luego de dar alcance a alguna respuesta. Quizás sea este uno de los secretos de la sabiduría y del porque algunos logran tal grado de inteligencia. El conocimiento es una disciplina necesaria, indispensable para pensar correctamente y desarrollar una intelectualidad que nos permita situarnos a un costado y observar la cruda realidad. Este ejercicio suele ser considerado improductivo porque no arroja resultados inmediatos, contundentes y concluyentes. Esta es la base de la filosofía, la que orienta la práctica de las personas y de las sociedades.

El aforismo siempre ha intentado sacudir nuestro letargo a través de una breve máxima -me cuesta no tirar de juego de palabas- que golpee nuestras conciencias. El cuidado en el uso de las palabras, la forma concisa y directa, la contundencia de la ironía o la increíble lucidez para detener la vorágine y ofrecer un certero diagnóstico, convierten a este tipo de frases en herramientas fundamentales para la comunicación. Un aforismo mal utilizado es el riesgo que se paga al no tener inteligencia, aunque es verdad que muchas veces, podemos dar una interpretación distinta a una idea original y breve, inmortalizada en el tiempo. Es parte del juego filosófico, una pregunta abre el hilo de otros interrogantes.

El aforismo tiene sus riesgos. La persona que no es inteligente los reutiliza para enmascarar su falta de imaginación e intelecto. Hoy sentimos que nos ha inundado la falta de lucidez e inteligencia de nuestros círculos íntimos y externos. Renegamos y cuestionamos la vigencia de la filosofía en el mismo momento que la sociedad entera juega a ser inteligente y no le sale. Las conversaciones son vulgares, confunden discursos con arengas sin contenidos, ni hilo conductor ni conclusiones atinadas. Las conversaciones son vulgares porque el hombre camina con displicencia, pero con orgullo hacia la continua vulgaridad; pero como un eructo teñido de exabrupto, nos anticipan el fracaso de la filosofía por una especie de doctrina popular denominada movimientos militantes.  

Vivimos atrapados en el concepto no perder un instante, un minuto. Necesitamos estar “agotados” para dar muestras equivocadas de eficacia. El que no es inteligente, se agota fácilmente. Pero, como hemos desvirtuado la mayoría de los conceptos, avisar a cada instante del agotamiento parece anunciar una falsa productividad. El intelecto, dicen que no descansa, y no se queja. Un aforismo ayuda a romper esa cultura de la inmediatez, porque en sucesivas y detenidas lecturas, nos permite descubrir la sencillez de las cosas sin gritos, peroratas o exacerbación de vulgaridad. El aforismo alumbra sobre cuestiones centrales de la existencia. Y no se responde sin sabiduría, ni detenimiento.

Los pensamientos no deberían llevarnos a la locura, pero lo hacen. Al sabio le corroe la falta de respuestas. Y al que no es sabio ni profesa lucidez, lo convierte en un esperpento sin tino ni fundamento, que solo habla y no dice nada. Los problemas hondos no pueden ser superficiales y sin lectura no se alcanzan las profundidades. Por eso la filosofía antes que nada es una disciplina que analiza la actividad del pensamiento. Si tienes ya ese don, luego puedes estudiar la filosofía como ciencia. Pero pensar es una palabra que engaña, ya que todos creen que piensan y no lo logran ni lo hacen. Pensar es una acción que no siempre da respuestas ni resuelve nuestros innumerables misterios. Pensar no es decir barbaridades sin fundamento. Pensar es implicarse, pero utilitariamente.

La militancia cree que todos debemos pensar como uno solo. Por eso son fanáticos. Y para peor, necesitan que no pensemos, por eso reclutan a los que no destacan por la mejor inteligencia sino por la que lastima, engaña o manipula. Están tan confundidos que creen que existen filósofos de la militancia, cuando el verdadero filosofo no se encuadra con ninguna idea o dogma preestablecido. Un mundo democrático debe albergar las diversas sensibilidades y culturas, inclusivas y respetando las diferencias. En beneficio de algunos militantes -tengo varias amistades naufragando en una militancia ladina-, creo que están de momento atrapados en una terrible confusión porque simplemente quieren y necesitan creer. Y esa necesidad hace daño. La historia del siglo pasado está plagada de pensadores e intelectuales que pagaron con un necio silencio los atropellos de las revoluciones. El llamado boom literario del continente americano estaba dominado por más de uno de esos incautos intelectos.  Le dieron la espalda al dolor de sus congéneres. No fueron capaces de mantener su lucidez, fueron atrapados por dogmas e idealismo que no se pueden llevar con equidad ni justicia a la práctica.


“La literatura es siempre una expedición a la verdad”, inmortalizó Frank Kafka -es recomendable uno de sus libros póstumos: "Aforismos de Zürau"-. Un aforismo permite la conversación continua entre sabios de todas las épocas. La filosofía permite relacionarnos desde la riqueza de cada persona, de cada pueblo. La razón humana no puede identificarse con una sola cultura o con una sola manera de comprender nuestro mundo. Hoy cualquiera dice lo que quiere, insulta y difama a quien quiere, domina o inhibe a quien quiere y cuestiona sin más fundamento que una retórica vacía a quien quiere. Por eso es necesaria la filosofía, por eso son indispensables los pensadores. Una rama de la filosofía está comprendida por la ética. Ante su alarmante falta, el hombre no sabe orientar sus pensamientos ni sus comportamientos. El aforismo de hoy es víctima de la liquidez de nuestros tiempos, pero no dejará de existir, como estímulo para frenar la dejadez, la ansiedad de la inmediatez y el estúpido argumento de que todos podemos ser inteligentes.

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