domingo, 20 de agosto de 2017

Algún consuelo debe haber, algún abrigo

“La buena educación consiste en esconder lo bueno que pensamos de nosotros y lo malo que pensamos de los demás”.
Mark Twain

Suelo sentir vergüenza ajena cuando una persona ordinaria cree ser distinguida. Me pregunto porque la vergüenza es sólo mía, si el soez es el otro y no da muestras siquiera de ocultar esas formas. Peor que una mala conducta suele ser el siquiera reconocerla. Nos basamos en principios de buena educación como garante de convivencia social, que desestabiliza al comprobar que gran parte de nuestros pares no cumplen con los mandatos recibidos.  El saber estar se nutre de aquellos pequeños detalles que nos han de permitir conducirnos adecuadamente -o intentarlo- en las diversas situaciones que afrontamos para convivir de forma respetuosa y armónica con gran parte de nuestra sociedad. Como muchas de las lecciones recibidas, tantas veces siento el engaño ante la unilateralidad de hacer las cosas que se pregonan y nunca se cumplen.


Cuando nos acercamos a la palabra riqueza, solemos relacionarla a la abundancia de bienes materiales sin detenernos a razonar que nuestros pensamientos, palabras o acciones nos pueden encumbrar a una riqueza personal o desterrar por el descrédito que te acompañe por la falta de valores, y la soberbia ostentación de ser vulgar. La educación es esencial para determinar qué es aceptable -y qué no- según las normas de conducta. Estamos equivocados en algunos conceptos, existe la sensación -hablando en primera persona- que se ha reemplazado la palabra educación por el eslogan “políticamente correcto” para subliminalmente vocear que ser correcto es no ser sincero o es ser hipócrita. Entonces, la vulgaridad pasa a ser un mérito ya que guardar las formas representa a una educación acartonada y represora de otros siglos.

Déficit de atención, machismo, transgresor, genuino, rebelde, espontáneo, hiperactivo, inocencia, curioso o transparente, son todas palabras que vienen a tratar de disimular una base que no existe, que te la da el sentido común, y te permite comportarte con educación. Enmascarar nuestra conducta con la sola aplicación de dos o tres reglas es apenas una pátina, algo está pasando cuando un niño no te devuelve un saludo, cuando te cuestiona su mal comportamiento, es agresivo con otros porque no sabe compartir, no te mira cuando le hablas o solo te presta atención cuando hay un rédito o premio de por medio. La respuesta corporativa a la defensiva, será que se trata de un buen chico, cuando lo que se trata de definir es si está educado o no, ya que la educación es más compatible con las buenas personas que con las malas. No hay que justificar la falta, hay que tratar de pulirla para que esté incorporada.

No solo se trata de devolver un saludo. Todos estornudan a todos, el grito ha invadido al silencio cortes, una conversación telefónica en un medio de transporte pasa a ser una conferencia masiva, el uso permanente de las malas palabras al emitir un concepto, el bostezar no solo con la boca abierta si no con el ruido cada vez más onomatopéyico, la vulgaridad y atropello que genera el anonimato en foros de redes sociales, no dejar salir para entrar primero, el tirarse encima de cualquier asiento, el pedir caridad casi con insolencia, el sujeto que comparte asiento y se sienta completamente abierto de piernas, no ayudar a una vecina con su bolsa de la compra o el no poder dar el asiento a una persona mayor o embarazada para que no te consideren sexista, devorar la comida más que masticar, el bocinazo que intimida, el que llama a todos “jefe”, “figura”, “artista”, “amigo” o “maestro” como forma de cercanía, el escuchar todo el día “cari”, “gordi”, “papi” o “mamita” como forma equivocada de hacer ver que se quiere íntimamente a otro sin detectar que se está en un espacio público, todos estos son gestos universales que se van extendiendo, que ya nadie repara y que remarcarlos negativamente te puede convertir en un opresor, en un desfasado, en un carcamán, en un aburrido o en un retrogrado.

Las sociedades no suelen funcionar si sus miembros no asumen la necesidad de pequeñas renuncias en beneficio de la armonía civil. El individualismo imperante nos ha retraído y confundido en la idea de cortesía y buenas formas. La buena educación no se trata de llenar de orgullo por como hemos educado, sino, simplemente para evitar fricciones permanentes entre los individuos, compartiendo valores y conductas que permitan perpetuar el respeto al otro, más allá de las evidentes diferencias que nos distingan. Podríamos comenzar comprendiendo que nuestros problemas no son más importantes que los del resto, de esta manera recuperaríamos la capacidad de escuchar, la posibilidad de empatizar y la necesidad de al no mirarnos a nosotros mismos, poder mirar que hay un alguien más, y necesita de nuestro respeto. Podría ser la conclusión que hemos perdido las buenas formas porque estamos agobiados y porque, al no estar bien con nosotros mismos, estamos metidos en nuestro propio mundo.


Es verdad que nos sentimos desilusionados, estafados y engañados por el devenir del mundo. Pero el abandono de las normas de convivencia no mejorará ese clima, nos hará incluso más ordinarios, más expuestos a la definitiva pérdida de la naturalidad. Ser zafio o cutre no nos hace naturales ni sinceros. Callarnos cosas que nos molestan del otro no nos hace mentirosos ni hipócritas. No se trata de protocolos o del manual para saber con qué cubierto se come el pescado o con que copa el agua o el vino. Se trata de hacer una pequeña pausa para comprender que hemos cedido lo elemental, que es educar y reconducir la falta de educación. El entorno inicial, el familiar, debe recuperar un tiempo para ser referente y quitarle ese protagonismo a la televisión, al móvil o a la conexión a internet. Hagamos el esfuerzo para volver a sentir que formamos parte de una normalidad a pesar de los problemas existentes. Hagamos el sacrificio de recuperar una esencia moral, permitamos que el joven adquiera el concepto correcto de la palabra riqueza: un constante crecimiento intelectual. Persigamos que los carecen de modales, sepan acceder a ellos. Saludemos, respetemos, escuchemos y sonriamos; hacer sentir mejor a los demás no nos hará peores personas, sólo nos permitirá educarnos...

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