jueves, 13 de abril de 2017

Bendita pluma que oh, la creación inspiras

“Si algo significa la libertad, es el derecho a decirle a la gente lo que no quiere oír”.
George Orwell

“Es muy posible que nos estemos acercando a una época en la que dos más dos será igual a cinco si el Líder lo afirma”. La época ha llegado, la estamos viviendo y la estamos alimentando. Nuestro aporte, el ciudadano, a ese extraño e incorrecto guarismo lo hacemos a través de la redes sociales o manifestaciones públicas, inundando de noticias que no se contrastan pero que todos confirman. La duda inicial se asentaba sobre la baja calidad de la enseñanza educativa de estos tiempos. Pero no es un problema de operaciones matemáticas, es el resultado de la pérdida del pensamiento propio ante estos “sistemas” o “regímenes populares democráticos” que luego funcionan como totalitarismos.


Las condiciones de vida son malas, pero en las noticias se transmiten de manera constante burdas y exageradas cifras de producción para generar la impresión de economías pujantes y eficientes. De más está decir, que la realidad no se asemeja a ese “relato”. La verdad pasa a ser un concepto elástico y ajustable a cada necesidad, el engaño no es engaño sino una necesaria manera de adoctrinar al opositor para darnos un tiempo para que nos convenzan. Los ciudadanos están entrenados para cambiar de opinión, de creencias y de convicciones. El que cuestiona los pronunciamientos oficiales u opositores es acusado de perder incomprensiblemente la objetividad. La realidad no es lo que realmente sucede, es lo que intentan controlar con un discurso donde nadie se sonroja ante tanta mentira. Alto aquí, si creen que estoy hablando de mi país de origen o el de acogida, o aquel que te toque sufrir, lamento desilusionarlos. Estoy recordando 1984, la obra celebre de George Orwell.

El mundo de aquella novela era ficticio, pero la mentira institucionalizada es real. La ficción ha sido absorbida de manera cruel, llevamos décadas reinventando el pasado, lo triste es que la invención es burda, no tiene calidad literaria, es solo mentira sistemática. Orwell nos anticipó con su novela una tendencia cada vez más presente en nuestras sociedades, unos y otros intentan no solo controlar el futuro, sino también el pasado. Lo del futuro podría ser anticipación o proyección, lo del pasado es esquizofrénico, ya que tú mismo lo has vivido y bien sabes que así no ha transcurrido. Pero no importa el alegato de otros testimonios disertantes, lo único que se intenta es seguir falsificando, en este caso, los hechos históricos. En la novela se define como doble pensar.

Ya en 1946, cuatro años antes de su fallecimiento, George Orwell estaba convencido que el lenguaje político corrompía al lenguaje cotidiano, y que los discursos no necesitaban tanto de metáforas o sentimentalismos, sino más bien de hipocresía y cinismo. La verdad no se expresa, se oculta. Y si se descubre, se niega o se gana tiempo hasta que el cinismo construya otra versión o el sistema persiga o agreda al que descubre o denuncia la mentira. Para eso no se necesita de un rebuscado lenguaje, la mentira repito: es burda, y su contenido cada vez más vago y carente de sentido. Frases rebuscadas no es lenguaje, solo es la defensa fácil de lo que debería ser indefendible.

“A los santos siempre se les debe considerar culpables hasta demostrar su inocencia”, escribió en “Reflexiones sobre Gandhi”. Del líder hinduista indio sostenía que era un personaje inhumano, donde no cuestionaba su decencia sino su vida ascética y la tolerancia hacia un tipo de violencia. Orwell solía no tener pelos en la lengua. La historia cree que sólo denunció al fascismo, a las derechas o al comunismo, pero también tuvo sus diferencias con el socialismo, a pesar de ser un defensor de sus principios a lo largo de su vida. Para Orwell, los socialistas pecan de utópicos y suelen ser defensores del “pueblo” pero sostienen una tendencia elitista y arrogantes. Recuerden que Orwell murió en 1950, su definición sobre los socialistas hoy hasta puede haberse quedado corta. Ya en su momento, fue un escritor problemático para la izquierda, estos comprendieron que el escritor británico tenía la capacidad innata de descubrir las amenazas que acechaban de un extremo ideológico a otro. Su mensaje es meta – ideológico y sus percepciones se aplican a cualquier tipo de gobierno, sin importar la ideología política de turno.

Si bien fue uno de los escritores esenciales en la interpretación del siglo XX, ha recibido numerosas críticas o agravios. Quizás la que más le molestó es que se dijera que era un enorme escritor, pero no un buen novelista. “Quizá no tenía suficientes debilidades humanas como para ser un verdadero novelista”, sostuvo Mary McCarthy, novelista y ensayista americana. Como ensayista fue genial, y destacó también en la crítica literaria. Son remarcables sus crónicas de la Guerra Civil española, donde perdura con vigencia frases de este tenor: “La verdad se convierte en mentira si la cuenta el enemigo”. A pesar de integrar como miliciano las brigadas internacionales, no tuvo reparo en afirmar “Tengo pocas pruebas de las atrocidades de la Guerra Civil. Sé que algunas fueron cometidas por los Republicanos y muchos más (y aún continúan) por los fascistas. Lo que me ha sorprendido es que todos creen las atrocidades del enemigo y no en la de su bando, sin preocuparse de las pruebas”, frase de una vigencia increíble, definiendo la pasión ciega humana disfrazada de convicción.

A George Orwell lo ha leído todo el mundo. Eso también es fantástico. Lo ha leído el apasionado, aficionado e inocente lector de novelas o ensayos, pero también el inmoral al que él hubiera denunciado, de estar vivo. No eran presuntuosos sus escritos, se entendían de inmediato sus ideas, sus trasfondos, de ahí su vigencia en estos tiempos. Cuesta hoy definirlo como un escritor de ficción. Ficcionar no debe ser considerado aquel que permanentemente denuncia el uso deliberado de la mentira, ya sea en el sistema que sea. Ficción es ver animales en su relato de “Rebelión en la granja”, cuando es fácil reemplazarlo por imágenes o posturas humanas. Ficción es nombrar como Oceanía a uno de los superestados en que se divide la tierra en la distopía que es 1984. Realidad es ponerle el nombre del país que uno quiera, el “Big Brother” se ha situado, tanto en sus canales como en sus agencias de seguridad de estado. No hay ficción que sea superada constantemente por la realidad en los últimos sesenta años.

Los mensajes de Orwell apelaban a la razón, requerían de una elaboración mental. De ahí que se pudiera interpretar con facilidad, siempre que haya inteligencia dispuesta. Y el mal es inteligente, quizás por eso es que los argumentos de Orwell hayan sido utilizados por partidarios del fascismo o populismo ideológico. Entre los partidarios de estos sistemas hay personas cultivadas, motivo que a veces lleva a la confusión, ya que hemos oído más de una vez que se duda que ese “relato” sea mentira porque hay mucha gente preparada, culta y de buenas intenciones, que están a favor de ese discurso. Es obvio que eso suceda, la mentira es genérica, no solo miente el iletrado o sin formación. La mentira es el estado de mayor permanencia dentro del ser humano, de todo ser humano.

Todo aquel que persigue el bienestar a través de estos sistemas, sabe que es necesario el componente de activismo, la dura lucha para derrocar al sistema que nos hunde, sin discernir si no existe la posibilidad -en la escala que a cada uno le toque- que el sistema seamos todos, y somos todos los que alimentamos la mentira del sistema. Ya no alcanzan las promesas de bienestar, son palabras huecas. Sabemos que el bienestar se contenta mientras tengamos asegurados los bolsillos, en esos momentos miraremos hacia otro lado, y al argumentar sobre el desastre de gobierno que nos toque, diremos, pero “ha hecho cosas buenas”. Cuando nos toquen el famoso bolsillo, algunos buscarán el componente emocional que los demagogos ofrecen, ya que la demagogia atrae y atrapa, no importa la lucidez intelectual del interlocutor. Ahí recurriremos, recién ahí, al pedido de reivindicación social que a pocos suele importar.


Nos hemos quedado sin la posibilidad de observar a George Orwell actuar frente al “big brother” que resultó internet o las conferencias de prensa sin derecho a pregunta o las cadenas nacionales donde se milita ficción burda o mentira sistematizada. Hubiera refrendado su ideal de que lo que atrae es la confrontación “pasional”, aun cuando resultara innecesaria. Orwell murió de tuberculosis a los cuarenta y seis años, el éxito de su obra perduró y perdura. Quizás el famoso escritor pensó que sus escritos habrían de servir para mostrar que la vida fue dura y cruel en su momento, sin advertir que su ficción se perfeccionaría en el tiempo. De haberlo visto, hubiera sentido la tranquilidad que no solo fue un excelente y necesario escritor y cronista. Nadie puede dudar que fue un gran novelista, más aún cuando observamos con indiferencia la baja calidad de la propaganda a la que nos hemos acostumbrado, de los que guionan hoy nuestras vidas…

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