jueves, 4 de agosto de 2016

Ciudad de pobres corazones


"Macondo es un estado de ánimo".
Gabriel García Márquez

"Calor obsesivo, lluvias torrenciales, viento, polvo y humedad agobiantes" así se presenta la imaginaria Macondo en "La hojarasca". Esta primera novela de Gabriel García Márquez, publicada en 1955, dejaba una efímera constancia del "limbo" escogido por el autor colombiano para encerrar parte del realismo mágico que habría de trascender del boom latinoamericano, fenómeno literario que surgió entre los años 1960 y 1970. Macondo trascendió a "Cien años de soledad", tal vez a Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, José Donoso, Arturo Uslar Pietri, Augusto Roa Bastos u otros.


Todo escritor lleva dentro un mundo. Algunos autores han trazado ciudades reales o imaginarias al momento de situar sus obras. Vienen a la mente San Blas, de Augusto Monterroso; Comala y Rubina, en la obra de Juan Rulfo; Yoknapatawpha, en Faulkner; Kingsbridge, de Ken Follet; Wonderland, de Lewis Carroll; las ciudades invisibles, de Italo Calviño; el planeta Tlön o los laberintos de Jorge Luis Borges -aunque Borges no inventó lugares imaginarios, sino escenografías imaginarias -, Arkham, de H. P. Lovecraft, o Santa María para Juan Carlos Onetti. Y Macondo, siempre Macondo. Para muchos autores, una ciudad imaginaria permite expresar ideas que no se materializarían en ciudades reales. Crear algo imaginario puede ayudar a no desengañarnos, como con lo ya existente.

Lo real y lo imaginario dentro de las fronteras de la literatura encontraron en Macondo el lugar ideal para expresar la voz latinoamericana. García Márquez se basó en los cuentos de su abuelo y en la convicción de haber sido un buen escucha de esas historias, e hizo convincente el ideario americano. Se definió así al realismo mágico, y la definición provino de Europa. Tal vez porque esa nueva voz literaria venía a decir algo similar al nuevo mundo como utopía o paraíso descrita por los exploradores de aquel siglo XVI, que explotaron en Cristóbal Colón. Además del descubridor de América o la correspondencia bíblica de un nuevo evangelio, otros encontraron en Cien años de soledad otro paralelismo, "El quijote americano", esta vez entre selvas y montañas, como tan bien graficara Carlos Fuentes a Julio Cortázar en una carta trascendida.

"Cuando recorremos Macondo en su extensión espacial y a lo largo de sus cien años de vida, nos encontramos con una ciudad a medio camino entre lo maravilloso y lo real, entre lo cotidiano y lo imposible, hasta al fin adentrarnos  en una realidad inventada, total y autónoma, que no es otra cosa que un microcosmos de Latinoamérica", así comienza Natali Mel Gowland su ensayo "Vivir para contarla, contar para vivirla".  Para Gabriel García Márquez, "Macondo era un estado de ánimo", lo que nos permitiría divagar que mas una ciudad, siempre ha sido un sentimiento. Por eso ha perdurado, más allá de que el autor en sus últimos párrafos relata la destrucción en forma de huracán apocalíptico de la ciudad, Macondo anida aún hoy en cada esquina, en cada calle, en cada pueblo, en cada pequeña ciudad, en cada alma. Sigue existiendo en el fiel idilio mental como el génesis.

Porque Macondo surgió de la nada, y de la nada, es decir sin ejemplos ni esfuerzo, ni constancia, todos quieren que perdure y se perfeccione. Todos idealizan ese territorio que surgió espontáneo, la tierra prometida. Nadie es capaz de crear Macondo, es más fácil y práctico inventarlo ideológicamente que construir finalmente una tierra que representa en realidad, la insensatez de la vida. Es más práctico destruirlo que cimentarlo. Macondo finalmente sucumbió por los mismos pecados que nos postergan desde que somos especie oficial: sueños que se dejan atrapar por equivocaciones. La civilización siempre se deja atrapar por la guerra, los pecados, odio o miedo, la corrupción y los deseos más bajos motivados por la pasión o el dominio. En un principio fue el paraíso, hasta que sus personajes fundadores recordaron que siempre hubo otros mundos, y los incorporaron a sus vidas, descomponiendo Macondo.

Macondo sigue siendo el pueblo que representa a los olvidados de ayer, de hoy y de mañana. También simboliza a los oprimidos de todas las épocas o a los que deben sobrevivir sin leyes o con las leyes del ideólogo de turno. Macondo podría llamarse Latinoamérica, o mejor dicho, el discurso de una Latinoamérica que de una manera u otra, no se llegara a ver nunca. También podría llamarse Planeta tierra, porque si bien fue una obra cumbre para la historia americana, ilusos, necios y egoístas hay en todo el mundo. Por más que levitemos en el intento de vivir de una ilusión, seguiremos siendo ilusos que se motivan a través de dogmas que solo son trampas, solo son palabras que construyen permanentes callejones sin grandes salidas.

Es que todos o casi todos, habremos deseado que Macondo finalmente existiera más allá de las hojas de un excelente libro, porque seguimos creyendo en hombres visionarios que no erren en su cometido, que debería ser solo trascender en la búsqueda de progreso o bienestar. Y poder dejar de estar solos, perdidos en esa soledad de tantos egoístas que planean revoluciones para que terminen siendo solamente desfalcos. Macondo siempre fue el sueño de los grandes eruditos de la ideología, pero se convirtió en el imperio de los analfabetos que solo repiten palabras y palabras sin llegar a ningún concepto que se corresponda con la realidad.

La palabra Macondo se puede leer en cualquier rincón del mundo y la gente se sentirá reflejada. Macondo fue concebida como un lugar donde se sufre, pero donde al mismo tiempo se podía gozar de la vida. Para Gabriel García Márquez, Macondo no solo fue el recuerdo de una palabra en algún viaje en tren, también fue el reflejo de una cultura popular, una esencia, un mundo imaginario que siempre intentó reflejar la realidad de lo pendiente, de lo posible, de lo que tendría que ser. Y de lo que no pudo ser. Macondo se convirtió en la esencia de un boom literario, en el reino del realismo mágico de más de cuarenta años, con una fuerza sin par, que de tan poderosa hoy podemos confirmar que dos años y cuatro meses después de que Gabo se marchó de este mundo, Macondo sigue y seguirá. Pero debemos cuidarla, no hay que seguir mancillando su bello nombre.

"Los cien años de Macondo sueñan, sueñan en el aire, y los años de Gabriel Trompetas, trompetas lo anuncian", señala Oscar Chávez en la letra de su canción "Macondo". Y nosotros los macondianos, sentados en el frente de nuestras casas, tomamos la fresca mientras aguardamos que los tiempos difíciles y oscuros, abran paso a la luz que sea finalmente claridad y no nuevo espejismo, para continuar con la letra que dice: "Eres epopeya del pueblo olvidado,  forjado en cien años de amor esa historia, eres epopeya de un pueblo olvidado, me imagino y vuelvo a vivir en mi memoria quemada al sol".


Quizás más de uno piense que esta entrada es una crítica o un ataque a una esencia. No lo es, es un nostálgico recuerdo de una palabra mágica que pierde parte de su encantamiento por la malversación de contenidos que usan y usaron las políticas palabras o idearios sin recursos que en vez de reivindicar, solo bastardean. Toda revolución ha terminado en una pesadilla del totalitarismo. Defendamos de una buena vez el Macondo que es "el" cuento personal por excelencia. Hemos leído más de una leyenda en la búsqueda de convertirlas en vehículos de valores, en información de las culturas. Tratemos de una buena vez que "Cien años de soledad" sea finalmente una excelente reflexión, sin manejos ni oratoria de más, para que sea nuestra filosofía de vida...


"La memoria es individual. Nosotros estamos hechos, en buena parte, de nuestra memoria. Esa memoria está hecha, en buena parte, de olvido".
Jorge Luis Borges

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