lunes, 1 de febrero de 2016

Que ya no te necesito, que ya no te necesito

Todo el mundo quiere ser, nadie quiere crecer.

Johan Wolfgang von Goethe

Seguramente se trata de una temática que me interesa. Al menos en este blog, lo he tratado como mínimo en tres ocasiones. A veces pienso que los seres humanos preferimos desenchufar nuestro reloj biológico, sospecho que confundimos la etimología de la palabra evolución.  En un sistema competitivo e inhumano, se adueñaron del concepto de evolucionar como un salto de calidad, cuando la palabra representa el pasar de un estado a otro, a través de un desarrollo o transformación. Partiendo de la manipulación del concepto original de la palabra, se está optando por anclar el tiempo, repitiendo fórmulas, sueños o excusas. Sin evolución, no hay nuevos contenidos. Si no crecemos, no llegamos a ser nunca adultos. Y sospecho que la sociedad de hoy aborrece convertirse en mayor de edad.


La capacidad de mejorar debería ser el motor que regenere la humanidad. No me caracterizo por ser activista, militante o movilizador. Soy más bien de los que se quedan en su casa, pero sin esconderse. En mi tiempo libre, que hay veces que es escaso pero otras tantas es inmenso, siempre estoy tras una nueva lectura, ya sea ficción o educativa, donde me planteo razonar sobre nuevos contenidos. He cambiado de opinión en tantas ocasiones y en otras mi percepción se mantiene inalterable. En ambas circunstancias soy la misma persona, y no reniego de mi personalidad aunque de  ratos la cuestione. Me aferro a tradiciones o costumbres, al mismo tiempo que una lectura o una visión me permite moverme unos centímetros de mis rigideces para incorporar nuevas nociones. Y así todo, suelo sentirme desdichado. El espectro es inmenso, la sabiduría es inacabada.

De todo se aprende. Muchos hoy en día me enseñan lo que no se debe hacer. De los errores anunciados del prójimo, estamos a rebozar. Si hasta lo publicitan con orgullo en sus bitácoras o redes sociales. La explosión de las tecnologías nos aproximan a un nuevo mundo, de conocimiento y al mismo tiempo de ignorancia presumida. Un adelanto es un salto pero también un estancamiento. De acceder a una red sin límites podemos estancarnos en un límite personal bien estrecho. La tecnología es luminosa, pero nuestra esencia está invadida de zonas oscuras. Vamos a trasmano del relato histórico. Somos capaces de todo, ese eslogan nos acompaña hasta en el momento que dudamos, que en realidad, no somos capaces de nada. Nos está costando aprender del error de un hombre sabio. Parecemos destinados a sufrir permanentemente el error del necio.

Y de niño, obedecía a rajatabla lo que me dictaba un adulto. Pero en las fechas que corren, parece que el menor ha comprendido nuestra esencia de fraudes. Y ha decidido quemar etapas, quiere ser necio casi mismo de movida. No obedece y pasado el tiempo no parece ser eso lo peor; lo  peor es que no escucha, literalmente no te mira, a no ser que le cuentes la historia que él quiere escuchar en el momento que él quiere conectar. ¿Y el adulto que propone? Le hace caso, al tiempo que sin darse cuenta opta por abandonarlo. Pero el abandono no parece evidente, porque el adulto hoy trata al niño como si fuera un juguete fascinante, como si fuera su permanente posesión. El adulto ha escogido adorar a sus menores, sufren por esa fascinación, altera su equilibrio anímico al vaivén del estado emocional de un ser que aún no ha desarrollado cognitivamente. La infancia y adolescencia siguen siendo etapas donde el menor necesita del mentor. Pero ambos han reestructurado el tácito acuerdo. Las dos partes han estimado conveniente demorar eternamente el proceso de convertirse en adultos, basta de evolución ya que el concepto no está nada claro, si no hemos logrado regresar a la etimología de la palabra.

El adulto como imagen para la nueva generación era síntoma de responsabilidad, sacrificio y autoridad. Las decisiones corrían por cuenta exclusiva de los mayores. Hoy, aunque nos suene increíble, se consensuan con el menor, y la palabra de este suele tener mayor gravitación que la del crecido.  Antes ser adulto era tener autoridad, y con esto nadie deducía que no había error en el accionar. La historia de la humanidad suele ser una secuencia permanente del error. Pero en la autoridad estaba el rol. Se podía discutir si ser autoritario pasaba por despótico o dialogante. Pero el adulto asumía su condición y decidía en basa a su autoridad. Hoy no parece suceder. Si observamos los vaivenes estructurales de la política, somos menores de orfanato. Si observamos roles de padres, los niños están huérfanos de autoridad.

De la autoridad hemos encallado en la obsolescencia. Somos seres obsoletos. La experiencia parece ser un fraude, porque nos dejó varados en el camino, entonces optamos por no llegar a ser adultos, no es redituable. Queremos esconder las canas, las arrugas, las grasas, los dolores reumáticos y la infelicidad de la condición de mortales. Compramos la misma ropa que el joven, buscamos la alquimia en lo artificial de la cirugía, no somos constantes en la prolongación de relaciones. Mis padres cumplen en breve cincuenta años de casados, parece una proeza ya que sabemos que tantos años juntos esconden alegrías dentro del permanente avatar donde se contempla conflictos y tristezas. Pero nos juramentamos que no debemos repetir ese error, al menor contratiempo aceptamos que se terminó el amor, que no habrá evolución hacia otros estados, donde quizás sea verdad que habrá momentos en la pareja donde predomine la indiferencia. Pero eso suena incorrecto, no genuino. Entonces declaramos en San Valentín nuestro amor eterno, y para Pascuas quizás estemos consultando con apuro si avanza nuestra demanda de divorcio.

Quizás de menor conté con la increíble ventaja de que los cambios sucedían en cámara lenta. Los cambios y mejoras sociales, tecnológicos o culturales eran equilibrados. Esa cadencia permitía demorar en comprobar que la experiencia tantas veces no era dicha. Como el tiempo no era tan agobiante, se permitía uno compartir momentos con el anciano, era síntoma de evolución escuchar la palabra patriarcada, porque ellos habían vivido y nos podían asesorar sobre el futuro al interpretarnos el pasado. Pero hoy la velocidad es obscena, y pedimos más obscenidad para motivarnos. Entonces la experiencia es presente, el pasado esta caducado hace minutos. Y la experiencia dejó de ser un grado, es una condena arcaica. Comprender el pasado no te acerca al presente, hay que reinventarse de forma urgente para seguir perteneciendo. El salto tecnológico, cultural y social nos ha enfrentado con la condición de adultos, no son sinónimos actualizar con vigencia. Lo vigente debe ser actualizado. Ser adulto ya no es deseable.

Perdemos entonces la definición de jerarquía. Creemos que esa palabra desemboca en la excelencia de Messi para ejecutar una falta directa. Mi padre y su generación deben observar asustados nuestra condición de personas asustadas por estar aburridos, de ultramaduros en inmadurez, de histéricos de cansancio mental, de estresados ni bien nos despertamos en la mañana. Y los nativos digitales demuestran saber más que nosotros de convivencia con tantos saltos. Y decidimos seguirles e imitarles. Les pedimos al niño que sea nuestro faro, que nos conduzca, que no nos abandone antes que la información actualice. La interfaz no está contemplada para el adulto, el cambio no nos espera. El niño es el cable que nos puede permitir seguir conectados. Y lo adoramos más entonces.

Obedecer está pasado de moda. Si das una orden, te van a acusar de facho. Eso sí, no te asustes porque el que te acuse no revisó la etimología de la palabra. También se han adueñado del concepto, si total lo que revisamos en la Wikipedia se nos olvida a los minutos, como la práctica de la tolerancia y la admiración ajena. Como estamos sospechados de fachos, hemos abandonado a los menores, los dejamos solos. Pero no tan solos, porque como tenemos miedo permanente nos acercamos más que antes a ellos para pedirles protección, para que nos jueguen, para que nos asesoren en el fantástico juego de creer eternamente, en que nos enseñen a no tener el desarrollo cognitivo aclarado. La autoridad y el obedecer están de luto. Los niños también aunque no se note, porque las convenciones ahora dicen que debemos usar color activos, luminosos y frescos y diseños novedosos.

No hay que ser más padres, debemos procurar ser eternamente amigos. A la menor sospecha que hemos desilusionado al menor, hay que compensarlo con un juego o con un artefacto tecnológico. No importa que no lo use, no importa que esté aburrido. Quizás sea bueno que el niño acude al psicoanálisis más temprano. Es de esperar que ellos, aún antes de cumplir los diez años nos puedan explicar de qué va eso de sentirse realizados. Hemos perdido el dominio adulto, no comprendemos si evolución es dinero o transformación. Ante la duda, si llegó hasta este renglón y no está enojado conmigo por lo crudo que es mi regreso al blog, pídale al niño que le explique lo que he querido decir y él lo derive hacia cualquier hipervínculo ya obsoleto que refiera a esa extraña palabra: Autoridad.

"Cualquier persona que deje de aprender es vieja, ya sea que eso suceda a los 20 o a los 80 años".
Harvey Ullman

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