sábado, 21 de noviembre de 2015

Por más que quieran sacarnos de nuestro lugar


Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar dinero que no tenemos, en cosas que no necesitamos, para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan.
Emilie Henri Gauvreay

No es fácil escoger un tema interesante para escribir. La rutina semanal a veces es perversa. Pasan los días y no madura el tema a desarrollar. Reviso los periódicos, repaso los blogs de confianza, cotejo los escritos que almaceno como material pendiente, escucho de costado las frases de los vecinos, familiares o amigos; pero hay veces que la temática no aparece. Y eso que cuento con la ventaja enorme de ser gran aficionado a la literatura, donde siempre surge una novedad, un tema interesante, un pensamiento, un recuerdo. Me pone aún más nervioso una frase hecha, un tópico que algunos creen apropiado para estos casos: El miedo a la hoja en blanco.

En las obras literarias conocemos argumentos que se repiten hace siglos. El amor, el destino, la naturaleza de las cosas, los sentimientos, las pasiones, los avances, los retrocesos, contenidos todos estos siempre presentes en la mayoría de las mentes intelectuales. Y como la estaca de la hoja en blanco ni bien surge el bloqueo del escritor, progresan otros procedimientos formales recurrentes, que en realidad no siempre son ciertos o responden a esa actualidad individual, pero actúan en nuestra conducta con contundencia, rubricando una firma o lacrando colectivamente actitudes similares. Un concepto cercano al tópico es el de estereotipo.
Los estereotipos se reiteran en el tiempo. Más allá de cualquier esfuerzo por modificarlos o desnudarlos, se tratan de lugares comunes que ofrecen un peso terrible a la hora de las consideraciones. Lo llamativo es que esta palabra estuvo ligada al nacimiento de la imprenta. Desde que Johannes Gutemberg inventó la imprenta con tipos móviles, allá por 1440, los moldes originales recibían el nombre de patrix, derivado del latín "pater", o padre. Una vez sellado por el patrix, otros moldes surgieron a su semejanza. Estos nuevos se conocieron como matrix, del latín "mater" o madre, usándose para fabricar miles de copias. Y el nombre que recibieron las copias fue estereotipos.
En 1794 fue acuñada la palabra por el impresor francés Firmin Didot. Se refería a la producción en masa. Pero su significado actual lo inició el periodista americano Walter Lippman en 1922, al publicar su obra "La opinión pública". "El entorno real es demasiado grande, demasiado complejo y demasiado fugaz para que pueda conocerse de forma directa. Y aunque debemos actuar en ese entorno, debemos reconstruirlo desde un modelo más simple antes de poder manejarlo", a ese modelo más simple fue que Lippman denominó estereotipo.
Su trabajo estaba orientado al poder inmenso de los medios masivos de comunicación, donde periódicos, revistas de mayor distribución o el advenimiento del cine acercaron sus ideas o ideologías a lugares lejanos, los que antes eran imposible de alcanzar. Si bien transmitían un retrato supuestamente elocuente de la vida, estaba sesgado por tópicos y caricaturas, que generaron una serie ininterrumpida de impresiones idénticas en la percepción social. Los llamados prototipos.
Entre tópicos, prototipos y estereotipos nos movemos todo el tiempo. Calcamos actitudes, gestamos definiciones, nos sostienen esquemas fijos y arrastramos clichés, lugares comunes. Es llevadero cuando una persona está fuera de cualquier clasificación, es decir cuando uno forma parte de los que clasifican; pero se hace cuesta arriba cuando formas parte de un colectivo en cuestión. Recién ahí empatizas con otros colectivos con la misma "suerte" de ser prejuzgados con el golpe de la primera vista. Una idea banal, superficial o frívola que alguien deja caer y la sociedad convierte en dogma sigue siendo banal, superficial o frívola, pero también pasa a ser "cierta" o contundente, aún cuando al razonarla nos demos cuenta que se trata de una falacia.
Muchas de nuestras decisiones y precisiones son basadas en sentimientos automáticos o intuitivos. Es una primera reacción inconsciente. En muchas ocasiones, luego de ese primer golpe de vista, aplicamos el razonamiento para interiorizar si la decisión intuitiva tiene parámetro con lo más tranquilo elaborado. De esa manera, podemos modificar errores de percepciones. El problema surge con ese tipo de modelo de conducta donde la intuición se considera un don infalible. "Tengo un sexto sentido que nunca falla", es la frase a la que se aferran los que privilegian el reflejo por sobre el juicio.
Pero hay casos y casos donde podemos o no podemos dejar fiado al azar nuestros pálpitos. Podría ser el lance de las cuestiones socioculturales. Se aventura demasiado osado determinar las características de las personas basándose en su país de procedencia. Generalmente una nación suele estar habitada por alguna millonada de habitantes. Entonces es liviano trasladar las conclusiones que nos genere una persona, sobre el resto de ese colectivo. Pero lo hacemos y lo hacemos. Solemos generalizar que la conducta de una persona extranjera se asocia de inmediato con otros cuarenta o sesenta millones de la misma procedencia.
Los prejuicios que instalamos en nuestro cerebro pueden ser, además de peligrosos, caprichosamente erróneos. El sesgo de confirmación es una tendencia humana de reunir información de manera selectiva para sostener la información que sostenga nuestras creencias o hipótesis. En tiempos de elecciones, el tópico recurrente es el miedo. La construcción de una alternativa solo basada en el miedo muchas veces se vuelve una táctica equivocada. Depende de la pericia del que quiere instalar el estereotipo. A pesar de la experiencia que se tenga en un sistema de vida democrático, el miedo a, suele ser la razón principal de voto. Más allá de las falacias que retroalimenten esa sensación de temor.
La tendencia de la especie de tropezar en sesgos de confirmación suele ser desgraciado. El sesgo alimenta un exceso de confianza en las creencias o percepciones personales, reforzando hasta el extremo de la ilógica la idea equivocada. En el menor de los casos, hablamos de los sesgos instintivos, espontáneos. En el caso de la manipulación, manejo de las sociedades, o fabricación de teorías previas en áreas como la política, militar o de organización, las consecuencias suelen ser fatales.
El continuo bombardeo de imágenes sobre nuestras cabezas o emociones convierten en estables a modelos simplificados. Ese proceso alguno lo ha llamado "fabricantes de consentimiento". En el sentimiento democrático ésta fabricación suele ser artera, ya que arrastra un estereotipo a niveles de propagación, donde el individuo a pesar de notar la contradicción de lo expuesto, no puede frenar el ascenso de ese sentimiento presunto demócrata. Es un proceso que se repite a lo largo de la historia, aunque en estos días parece haber sufrido un retroceso aún mayor, que es el aferrarse a la vulgaridad, ideología casi infantil o a una ilusión óptica que es muy semejante a la mentira, por no decir lisa y llanamente que es una falacia o farsa.
Un estereotipo está ligado íntimamente a un prejuicio y la discriminación. Y un prejuicio suele ser generalmente negativo, al vincular a las personas en virtud a su grupo de pertenencia o a una categoría. Y lo más llamativo es que un porcentaje grande de las personas pre juiciosas son aquellas que tienen poco poder o prestigio dentro de una sociedad. Es de suponer que la frustración alimenta la tendencia de calificar a la ligera, tratando de unificar una desilusión.

Debemos convivir con el prejuicio. La ignorancia o el desconocimiento son familiares de la comodidad. No podremos evitar la tendencia a clasificar a una persona en base a su aspecto, origen social, nacionalidad, costumbres, religión u realidad socio económica. El problema es cuando eternizamos un concepto y perdemos la voluntad de razonarlo. De tener la voluntad, muchas realidades de estas fechas se desenmascararían y nos permitirían vivir con tolerancia y educación, otro tópico que cree la mayoría poseer. Y es que la educación, tolerancia y empatía es una práctica que apenas desarrolla una minoría.

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