viernes, 12 de junio de 2015

La rubia tarada


"Si vas a casa de alguien y no tiene libros, no te acuestes con esa persona".
John Waters, cineasta.

A principio del siglo XVI surge en España una corriente literaria que fue denominada algo así como, literatura de matrimonio. Estaba orientada a la población femenina, pero lo curioso de este fenómeno es que no estaba destinada a las mujeres, sino a las personas a cargo llamados los "formadores de mujeres", es decir sus confesores o profesores. Estos reflejaban un modelo destinado a la educación, el comportamiento y el desenvolvimiento en el futuro matrimonio.

Los escritos reflejaban las actitudes con los que las mujeres debían afrontar frente a la sociedad. Autores como Juan Luis Vives, Juan de la Cerda, fray Luis de León o Pedro de Luján, tenían una idea generalizada de cómo debía encararse la educación de las mujeres. En 1523, el humanista Juan Vives aconsejaba a padres y maridos, que no permitieran a sus hijas o esposas leer libremente. "Las mujeres no deben seguir su propio juicio dado que tienen bien poco", reflejaba un concepto extendido, que suponía que la mujer era concebida como un ser débil y frágil, algo así como una menor de edad toda la vida. En los últimos cincuenta años la mujer ganó un terreno abrumador; según encuestas, el ochenta por ciento de los lectores son mujeres.
Aquellos moralistas españoles del siglo de Oro mostraban a la mujer con dos abstracciones: por un lado la encarnación del mal, representado por la pecadora Eva; por el otro, la ejemplificación de la bondad que podría portar el género femenino a través de María, virgen ella. Dejado de lado el contrasentido de que una mujer era pecadora o virtuosa, todos los "estudiosos" coincidían en que la mujer tenía en su rol la facultad de "ser pacientes para sufrir a sus maridos, madres amantes de sus hijos, amables con sus vecinos, prudentes en materia de honor y ofrecer buena y honesta compañía para sus esposos".
La autoridad o potestad del hombre reforzaba desde la antigüedad el concepto de patriarca de la familia, lo que le otorgaba al varón determinaciones tales, como la línea de descendencia o derechos de la primogenitura, mientras que la mujer debía mostrar sumisión y obediencia hacia su esposo, consolidando un poder exclusivo en el hogar.
En la misma época, Erasmo de Rotterdam si  bien coincidía en la educación fundamental de la mujer para subsanar la fragilidad del género como atributo de inferioridad, llegó a matizar que se debía contar más con la indulgencia que con la severidad para conseguir la armonía conyugal. Erasmo consideraba que la mujer debía ser instruida no solamente en labores domésticas, sino que debía acercarse al conocimiento filosófico o académico. Algunos autores, humanistas, discutían sobre la participación de la mujer en la esfera pública y en ámbitos como el de las letras. "No veo porque los maridos temen que sus esposas sean menos obedientes si estudian", se preguntaba Erasmo. Hoy en día, el 61% de los estudiantes Erasmus son mujeres, al menos en la "misma" España que recibía otrora los escritos de Vives.
Más cerca en el tiempo, digamos en lo mediado del siglo pasado, era costumbre advertir a las mujeres casaderas que reprimieran el afán de leer, ya que el exceso de lectura y la llegada del saber, la pondría en dificultad frente al hombre, al que todavía le veían similitud con el inseguro y caído del paraíso, Adán. Lo que parece seguro es que el acceso a la lectura, es una puerta que abre el fascinante mundo de la cultura. Y hacía allí deben orientarse los seres humanos. "Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca", confesaba Jorge Luis Borges. "No hay mejor fragata que un libro para llevarnos a tierras lejanas", remarcaba Emily Dickinson, como para tener una frase de hombre y mujer, en sintonía y armonía.
Además de la cultura, otro aspecto comprobado por la afición a la lectura es la empatía. Según estudios, las personas aficionadas a la lectura de ficción parecen ser capaces de entender mejor al mundo, y al empatizar, compartir los diversos puntos de vista que se genera con la vida misma, el tan mentado sentido común. Una lectura profunda, desarrolla una respuesta intelectual y emocional que resulta casi imposible hallar en lecturas superficiales. Entonces, ante la unificación de que ambos géneros comparten el ideal culto de acceder a más lectura, nos topamos con otras empalizadas, en este caso sin tener en cuenta la distinción de sexos, que son las famosas y cada vez más diversas aplicaciones tecnológicas.
Hoy las barreras se representan con la conectividad. Dejado de lado el dogma si los sexos deben o no leer, estamos contra las cuerdas tecnológicas que determinan que se hace difícil acceder a la lectura profunda, ya que se ha reemplazado este ritual por el de leer en dispositivos móviles textos de contingencia, de actualización, humor liviano o mensajes generalmente mal redactados. De esta manera, el cerebro no maneja un lenguaje rico en detalles, menciones, referencias o metáforas. Y a falta de profundidad, disminuye peligrosamente la empatía.
Una respuesta a la falta de tolerancia hacia las demás ideologías, y al mismo tiempo tanta ignorancia al no saber concordar, podrían demostrar que los hombres leen más actualizaciones superfluas que literatura. Una vez más, a la hora de consagrar "despiadado opositor" de las izquierdas populistas a Mario Vargas Llosa, por ejemplo, o la tirria enfermiza y asesina que despertó el poeta Miguel Hernández en la derecha, que le obligó a morir gratuitamente por diferencias de ideas, y que vivió en la reivindicación eterna de quien admira su poesía, demuestran que hoy y siempre, una y otra facción, si llegan a leer, solo leen al que quieren escuchar. Y en el caso del Nobel peruano o el poeta español, la mayoría de sus opositores no han encarado ni una sola de sus proliferas y variadas escrituras.
Regresando a la batalla de los sexos por el acceso a la cultura, en 1999 Christie's, una de las  más famosas casas de subastas del mundo, clasificó y subastó una biblioteca de más de cuatrocientos títulos de diversas categorías, que no nos permite saber si su propietaria original leyó o simplemente acumuló. Pero la pregunta de quién siguió la lectura hasta este párrafo, es saber el nombre de esta mujer con una biblioteca tan respetada. Marylin Monroe es la respuesta.
La afición por la lectura de Monroe fue testimoniada infinidad de veces a través de reportajes fotográficos. Eve Arnold la fotografió para la revista Esquire leyendo el Ulises, de James Joyce. Para muchos, su afición por la lectura era genuino, y era un recurso desesperado de la blonda por ser considerada una mujer inteligente y no la rubia tonta o símbolo sexual más icónico, que se encargó de montar Hollywood.
Existe la constancia de que lecturas del mismo Joyce, Saúl Bellow,  Heinrich Heine, Walt Whitman, Truman Capote o Carl Sandburg, acompañaron y refugiaron a Marilyn en un mundo privado, que atenuaron el conflicto permanente y prolongado que su personaje, de encantos físicos y desparpajo emocional, debió de aprisionarla.
Nos obligaron a creer que si una mujer es aficionada a la lectura, es peligrosa. Desde Miguel Ángel Buonarroti a Henri Matisse, muchos pintores se han interesado en la escena privada de la lectura femenina. En la mayoría de los lienzos, las reflejaron en soledad o acompañadas de otras mujeres, remarcando en sus facciones dos rasgos por demás sensuales: la inocencia y la seducción. A partir del siglo XVIII el entusiasmo de la lectura femenina fue considerado como iniciática decadencia de las costumbres sociales vigentes y un estado de abandono. Ni mencionar que las pocas mujeres que incursionaban el ámbito de la escritura, debían utilizar seudónimos masculinos para ocultarse.
Para completar la escena plagada de contrasentidos, las estadísticas confirman que la mayoría de los lectores de hoy son mujeres, pero la mayoría de los críticos literarios, siguen siendo hombres. Si bien las autoras femeninas alternan las bateas de los libros más vendidos, a escala similar que la de sus colegas varones, a la hora de definir los libros más vendidos a lo largo de un año o entregar premios, la proporción de mujeres beneficiadas, apenas supera un 10%, lo que supone que el camino está a mitad de trayecto, con superaciones y vueltas a caer.
Leer embellece, pero este no es un atributo sólo femenino. La cultura despierta aún más curiosidad, pero  no debemos atribuirlo a un defecto mal llamado chismerío. Al estar durante horas concentrado en la lectura se desarrolla en uno la capacidad de escuchar historias, que no es lo mismo que escuchar como un cotilla. Ver a un hombre o una mujer con un libro bajo el brazo, o atrapado en un medio de transporte en una ensimismada lectura no es sexy por una condición de inocencia, sino por un carácter vinculado a la inteligencia, que es la concentración absoluta. Debemos retomar ese magnetismo por una persona leyendo, como deseaba Marilyn, porque es un movimiento de la mente que magnetiza. Y no como se presume hoy en día, que ver a un portador de un libro bajo el brazo es un síntoma del terror o miedo de otros siglos, por encontrarnos con un animal exótico que se sigue cuestionando a través de sus razonamientos, y que la única aplicación que actualiza es su neurona, sin importar si se trata de un hombre o mujer...

"Cuanto menos se lee, más daño hace lo que se lee"

Miguel de Unamuno.

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