sábado, 20 de junio de 2015

I believe in yesterday


"El mundo no será destruido por los que hacen el mal, sino por aquellos que lo miran sin hacer nada por impedirlo."
Albert Einstein

Su llegada a los Estados Unidos en 1964 marcó no solo un hito en la música, sino en la cultura en general. La aparición de estos jóvenes de veinticuatro años promedio, en la televisión americana, modificó la manera de apreciar la música. En esos días cambió el sentido del entretenimiento y el estatus de las melodías. The Beatles pusieron armonía a los tiempos que se avecinaban, y como sucede con los cambios, la gente no terminaba de visualizar. La brecha social más importante del siglo XX se gestaba. Distintas generaciones crecieron escuchando "Yesterday". Incrédulos y expectantes, tarareamos hace ya cincuenta años: "... todos mis problemas parecían lejanos", y hoy, ante la inminencia del día del padre, recordamos con nostalgia la ausencia de un concepto fundamental, el de autoridad.

A la hora de comprar el pasaje de avión de regreso, no tuve en cuenta que era el tercer domingo de junio. Para los que no habitan en las costumbres argentinas, ese fecha es la destinada a festejar el día del padre. Al mío, el regalo se lo hice varios días antes, al obsequiarle el último libro de Javier Cercas, "El impostor", del que escribiré en breve. Se lo entregué antes por el placer que me da verle recuperar el hábito de la lectura. Ese domingo,  como tantos en la última larga década, no puedo pasarlo junto a él. Porqué ahora, quizás cuando alguno lea estas líneas, estaré atravesando el océano alternando estados de ánimo, donde predomine la nostalgia de volver a separarme de mis viejos, dos grandes referentes de nobleza, sacrificio en silencio y autoridad, rol que cuesta ver en las generaciones dominantes.
Con  el paso del tiempo, el ideal humano es evolucionar. Pero no siempre se logra, en el transcurrir, muchos valores se estancan, se frustran, se pierden. Apoyándome en un buen libro del italiano Massimo Recalcatti (El complejo de Telémaco), escojo una cruel manera de homenajear el día del padre, cuestionando el rol evaporado de la actual figura paterna, que viene a representar al mismo tiempo, la decadencia del rol de autoridad en sí mismo. "Un adulto no está obligado a encarnar ideal de perfección alguno, pero sí está obligado a dar peso simbólico a su propia palabra. Y esto significa mostrarse ante sus hijos como dependiente a su vez de una Ley -la Ley de la palabra- que está por encima de él", un párrafo de un libro que se empeña en razonar un tema que no es personal ni individual, es vislumbrar un retroceso evidente y perjudicial en las sociedades actuales.
Por el lado de los jóvenes o niños, están constituyendo una sociedad de inconformes o desanimados, ausentes a futuro. Son muchachos que suelen tener casi todo lo que no tuvieron sus padres, pero misteriosamente, no saben lo que desean ni disfrutan nada. O lo que desean dura lo que un suspiro de aburrimiento. Dependientes de la tecnología, viven "conectados" a una apatía continua. No muestran ni consiguen esa pasión que permite reactivarse. Y para muchos, los culpables de esta situación son los padres, de quién los sociólogos aventuran que sufren uno de los peores síndromes de estos tiempos: "El miedo a no ser queridos por sus hijos".
Y los padres también se conectan, tienen facebook o grupos de wassap. En esa ventana pública, se acaba la privacidad que siempre fue sello de los padres y su autoridad, se hacen visibles, muestran sus perfiles, sus opiniones, su frivolidad. Tanta trasparencia establece un contratiempo, ya el padre no suele ocultar sus flaquezas, sus contradicciones. La autoridad no resiste el archivo de las debilidades humanas que conforman las redes sociales. No es una crítica que los adultos jueguen al candy crash o cuelguen fotos actuales o retro. El problema evidente es que en la competencia virtual, tamaña exposición ha afectado su potestad. Y los jóvenes, con su desconcierto, piden al padre que regrese, para que con su poder disciplinario, brinden testimonio de que las cosas se pueden mejorar.
Nunca sentí que una actitud de desaire ocasional mía afectara emocionalmente a mi padre. Más bien, lo normal era que el hijo debiera sortear esa supuesta distancia que el adulto mantenía con sus sucesores, era yo el que suponía que mi padre estaba enojado conmigo. Hoy se modificó la tendencia, más de un padre sufre porque en una contestación intempestiva o berrinche de sus hijos (habitual en criaturas), ha perjurado que el padre era malo y que ya no lo quería. La primera vez me ganó la sorpresa, pensando que era una sobreactuación del adulto; luego comprendí que el sufrimiento era real, que se estaba gestando un intercambio de autoridad, el padre perdía su rol, deseoso de ser un colega o camarada de su niño y obtener su aceptación. El padre caía destronado.
Si desaparece el conflicto generacional, el padre ya no puede mostrar el camino a sus hijos. Durante mi escuela primaria, a mi padre apenas lo veía los fines de semana. Mi madre, para que yo no perdiera su contacto, todas las mañanas le pedía a mi viejo que me hiciera el nudo de la corbata al completar el uniforme del colegio. En esos momentos, el contacto podía ser anodino o cariñoso, dependiendo del sueño de mi padre. Esa dependencia parece hoy perdida, la generación tecnológica parece saberlo todo y si un nudo de la corbata no sale, se googlea o se busca en YouTube y se acabó.
A la generación de mis padres se la pudo conocer como la de los descendientes de las catástrofes del autoritarismo. Fascismo, nazismo, stalinismo, vietnamismo y demás ismos, acostumbraron al hombre a respirar sangre. La caída de los últimos ideales ideológicos, coincide con el retiro activo de esa camada de hombres duros, que se sobrepusieron a un siglo de violencia y que finalizó con una economía desquiciada y enloquecida. La resistencia enarbolada en las revueltas de finales de los 60 y 70, pudo ser el último bastión del enfrentamiento edípico padre-hijo. Como sucede a lo largo de la historia, los adultos se resisten a los cambios esperados que garanticen ese hipotético "mundo mejor" con el que desgastamos nuestras vidas. Nunca han permitido el organizado recambio generacional. Eso hasta hace bien poco, tan poco que los adultos no nos hemos dado cuenta que ya no queremos tomar decisiones trascendentes, tomando el testigo de las últimas generaciones que sí les pesó la autoridad, le hicieron frente.
Massimo Recalcatti en su libro elabora la metáfora de la ausencia de la autoridad paterna a través de Telémaco, hijo de Ulises. Telémaco espera el regreso de su padre, que se ha ido a la guerra de Troya. En su ausencia, el hijo observa con desesperación el mar, con la ilusión de ver regresar a Ulises o un mensaje del padre que le oriente a entender el presente para vislumbrar el futuro. Esa presencia fuerte de la condición de padre estaba asociada a un formador y educador, a un hombre de convicción que no significa que estuviera exento de equivocaciones. Hoy la metáfora podría exponer a Telémaco junto con Ulises observando el mar a la espera de la milagrosa solución, ambos dubitativos. El libro deja claro que de la relación hijo-Edipo se ha trasladado a hijo-Telémaco.
Parece sencillo objetivo que cada uno ocupe su lugar en el grupo familiar. Pero hay padres que no ocupan su lugar, gobernados por la inconsciente niñez de sus hijos. Lo mismo sucede en el mundo, este siglo XXI se sustenta en el poder de los mercados y de internet, sin propuestas claras, sin convicción, nadie sabe quien gobierna. Es la evaporación total de la autoridad, ahora gobierna el poder.
Me despido nuevamente de mi viejo, un tipo con mucha autoridad, genuino representante de una vieja guardia. Nuestra relación estuvo marcada por la distancia lógica generacional aunada por un cariño de un hombre quizás lejano y solitario, que marcó la cercanía ensenándome a practicar la independencia. De esta manera, cada vez que regreso no dudo en refugiarme en la casa paterna, a la espera de encontrar templanza ante los diversos contratiempos, a su lado.
" Ahora necesito un lugar para esconderme. Oh, yo creo en el ayer", los acordes de "Yesterday" en su jubileo dorado, me recuerdan que Paul McCartney compuso una de las canciones más reconocibles del universo, con los sonidos de una vieja melodía de jazz que tarareaba su padre y que al recordarla, le hacía retornar al pasado. Festejando su vigencia, me acercaré en breve a la playa de Plentzia - donde nació mi padre -, y caminaré por la orilla recordando las caminatas en mi infancia junto a él, aquel Ulises que solía guiarme hasta el faro mejor iluminado...

YESTERDAY
Ayer,
Todos mis problemas parecían tan lejos.
Ahora parece como si
Estuvieran aquí para quedarse.
Oh, yo creo en el ayer.
De repente,
No soy ni la mitad del hombre que solía ser.
Hay una sombra suspendida sobre mí.
Oh, el ayer vino de repente.
Por qué ella tenía que irse, no lo sé
No me lo dijo.
Yo dije algo malo,
Ahora añoro el ayer.
Ayer,
El amor era un juego tan fácil de jugar.
Ahora necesito un lugar para esconderme.

Oh, yo creo en el ayer.

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