martes, 28 de abril de 2015

Rodeado de los tuyos


"El lenguaje es el vestido de los pensamientos"
Samuel Johnson

La vida está repleta de clichés, de lugares comunes, tópicos o estereotipos. Un nacimiento nos emociona, nos permite vislumbrar una continuidad, una expresión de, por fin, esa criatura podrá acceder a un futuro ideal. La muerte es cruel, sigue siendo un misterio al que nadie le escapa. De acuerdo a la personalidad, el trance de un deceso nos suele dejar sin palabras, el lenguaje es incompleto. Guiños como abrazos, llanto, silencios, presencias, intentan sostener la perdida. Aunque en demasiadas ocasiones, los mortales se llenan de frases hechas, o de halagos inmerecidos, de obviedades que al menos intenten el consuelo.

Nos acostumbramos a encargar un buen responso para el alma del hombre bueno. Pero también está al alcance de la familia del que no lo ha sido, o de aquel que su temperamento le jugó la peor de las jugadas, el quedar expuesto a tanta debilidad de carácter. Entonces, sentado en las filas cercanas a los deudos, divagamos mentalmente a la espera del final de la ceremonia, hasta que topamos con una frase rodeada de bondad y gloria, para una persona que en vida no se había hecho acreedor a tamaño elogio. Esas palabras no son gratis, tienen precio. Y pagan lo mismo justos por pecadores.
Finalizada la ceremonia, los presentes se empecinan en caer en los lugares comunes. La frase “siempre se van los mejores” no tiene sentido, no hay posibilidad de escape, desde que nacemos podemos llegar a saber que a todos nos tocará la muerte. “No somos nada” es una frase característica al ofrecer el pésame o condolencia. Tampoco tiene lógica, ya que elegimos participar en una carrera de fondo, donde todos aspiran a ser un todo, porque ser nada es sinónimo de fracaso. Pero las frases sentidas continúan, aunque hay algunas que con el atributo “pero” en medio, al menos permiten mencionar medias verdades. “Tenía un carácter muy especial, pero los que lo conocíamos, sabíamos que era una buena persona”.
Gabriel García Márquez ofrecía el uso de escopetas para matar lugares comunes. En vida presenció el esquilmo de sus mejores frases, utilizadas como tópicos. El periodismo es la principal profesión viciada por el uso y abuso de lugares comunes. “Crónica de una muerte anunciada”, “Alguien (por cualquier nombre) no tiene quien le escriba”, “La mala hora”, “El general en su laberinto” fueron títulos de libros de García Márquez, que la prensa ha utilizado hasta el hartazgo para el juego de palabras. Yo mismo abusé de mi astucia al titular “Cinco días de soledad” mi crónica sobre su muerte, cuando pasaron algunos días de su desaparición física. Qué decir del tópicazo de mi entrada de hoy.
El uso abusivo discute la originalidad del juego de palabras. El propio García Márquez no logró descansar tras su muerte. “Todos somos Gabo, todos somos Macondo”, “El mundo entero despide a Gabo”, “Muere el narrador universal”, “Gabo, el patriarca de la soledad” o “Colombia y México lloran su muerte” fueron parte mínima de una sonoridad discursiva. Lo mismo con cualquier personaje notorio, hace un par de semanas pudimos leer o escuchar frases como “Toda América llora a Galeano”, “Adiós a Galeano, el gran maestro de las letras”, “Hasta siempre Eduardo”, “Las letras, de luto”, “Adiós al espíritu de América”, “Galeano dio voz a América” o frases del mismo tenor, al referirse a Günter Grass, tal “Muere la conciencia de Alemania”, “El gigante de las letras”, “Günter Grass, entre tambores”, titulares todos de enorme grandilocuencia que cuestionan la síntesis del lenguaje que persigue la literatura.
El enorme éxito de la literatura es lograr la precisión de una palabra bien elegida, tal un golpe justo, contundente. Sorteando la propaganda o el acoso de las ideologías, las letras buscan respuesta a lo concreto, se dirige a los pensamientos de algunos humanos. No se consideran la conciencia de ninguna nación, ni buscan el consentimiento general,  saben que su mensaje llegará a un porcentaje mínimo, más allá de la hipocresía que lleve a los hombres, luego a considerarse afines a las letras o al pensamiento, de haberse acercado a la lectura de lo esencial, de lo universal, sin haberlos leído nunca.
Hay escritores a los que admiramos elevándolos a la condición de institución. Pero también podemos sentir el privilegio de acceder a un mensaje que está al alcance de todos, pero que misteriosamente podría permanecer de por vida en un papel, sin que lo lea nadie. Más de una vez, accedí al pensamiento de un sinfín de escritores fallecidos hace tiempo, y asistí a mi pequeño milagro, suscribir a un narrador que existiría y sería esencial para tantos, aunque yo no me enterara. Y a partir de participar en su lectura, lo hice mío, le apliqué una referencia, le conferí el carácter de material permanente de reflexión y consulta. Leer no debería ser tan difícil, basta con ejercer un talento, que suprima las tentaciones del mundo exterior, y apoyándose en una incesante concentración, mejorar la profundidad de tu razonamiento. El lenguaje de estas plumas no deja huellas, solo representan señales para que algunos cuestionen el paso de la humanidad por la tierra. Por eso, el escritor eterno se debe retorcer en su tumba al considerarlo motivo de llanto de todo un continente. La literatura es el antídoto de lo grandilocuente.
Luego de tanto leer, incorporo vocabulario y me sobrevuela la paradoja, de entender que la mejor comunicación es la que presenta síntesis. Es como comprender que el silencio es la fuente de la literatura, el arte sobreviene del encuentro con mi pensamiento, con el flujo de mi razonamiento. Cuando fluye el habla, la letra se diluye. Exige de un pequeño grupo de personas, rodeando al narrador. Si se acercan muchos más, el escritor seguramente incrementará sus ventas, pero más lejano se vuelve. Y nosotros, a través de su masividad, perdemos la capacidad de criticar parte de su trascendencia. El tópico no nos permite preguntar en voz alta el por qué de una relación con aquel dictador eterno y su falta de condena a esa régimen, o al despedir los restos mortales de ese otro talento, no elevar la voz del disenso de aquella obra iniciática, estandarte de una izquierda inmoral, que se vale de cualquier recurso para ser considerado pueblo. Lo mudo es esencia, lo charlatán es masividad o marketing.
La literatura hace escarnio de la grandilocuencia de los discursos. Un continente entero no llora a ningún escritor, mejor que eso no suceda. Que quede relegado a una mera frase de cortesía, a un tópico, a un lugar común, a una frase de condolencia. Porque la relación intima de un escritor con su lector, se degenera cuando se pierde esa intimidad, cuando se convierte en objeto masivo, cuando ya no se puede criticar o ensalzar en los espacios públicos. Gabo es incuestionable en su escritura, pero lo fue a gran escala por los contrasentidos de esa vida pública, a la que accedió por la masiva universalidad. Lo mismo Galeano, también Saramago. ¿Cuántos no han leído a Borges por examinar sólo su ideología o por considerarlo un niño grande burgués? Una nación y una lengua se abrazan al Quijote como su literatura esencial, pero más de una década en España me impide acceder a una cantidad considerable de lectores del libro. ¿Emblema de qué entonces? Seguramente de una pequeña dosis de la humanidad que comprendió la grandeza de la obra. Pero habrá mayor cantidad de habitantes de cualquier nación que hayan abarcado más ediciones de Gran Hermano que la de un libro de época. Por eso los que aman y comprenden la literatura no deben nunca estereotipar las letras, encasillarlas. El secreto está en seguir siendo selecta su lectura, la precisión se desvanece cuando la masa cree que arte es sinónimo de best seller.
El buen lector es aquel que lee entre líneas. Despierta sobre nosotros una conciencia sobre las deficiencias del mundo, de los contrasentidos de la raza. El lector se convierte en un ciudadano alerta, en un personaje crítico. Acepta sin sobresalto, pero con angustia, que estamos muy mal hechos, y que no existimos como especie con el objetivo de mejora permanente. La crónica sobre un deceso surge espontanea tras la sorpresa del arribo. Prefiero escribir sobre lo que me generó personalmente, antes que caer en el tópico de ser el pastor que repita la frase de la masividad, tal como “Polvo somos y en polvo nos convertiremos”. Hasta hoy he escrito, fuera de lo previsto, mi manera de oficiar necrológicas con los recuerdos de Álvaro Mutis, Nelson Mandela, Robin Williams, Gabriel García Márquez y los recientes Günter Grass y Eduardo Galeano. Las palabras son gratis pero se paga un precio al hablar de más. Y en el mundo cada vez sufrimos más la acústica del que no dice gran cosa…

“El hombre nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”
Charles Dickens

“Quien busque el infinito, que cierre los ojos”

Milan Kundera

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