"El lenguaje es el vestido de
los pensamientos"
Samuel Johnson
La vida
está repleta de clichés, de lugares comunes, tópicos o estereotipos. Un
nacimiento nos emociona, nos permite vislumbrar una continuidad, una expresión de,
por fin, esa criatura podrá acceder a un futuro ideal. La muerte es cruel,
sigue siendo un misterio al que nadie le escapa. De acuerdo a la personalidad,
el trance de un deceso nos suele dejar sin palabras, el lenguaje es incompleto.
Guiños como abrazos, llanto, silencios, presencias, intentan sostener la
perdida. Aunque en demasiadas ocasiones, los mortales se llenan de frases
hechas, o de halagos inmerecidos, de obviedades que al menos intenten el
consuelo.
Nos
acostumbramos a encargar un buen responso para el alma del hombre bueno. Pero
también está al alcance de la familia del que no lo ha sido, o de aquel que su
temperamento le jugó la peor de las jugadas, el quedar expuesto a tanta
debilidad de carácter. Entonces, sentado en las filas cercanas a los deudos,
divagamos mentalmente a la espera del final de la ceremonia, hasta que topamos
con una frase rodeada de bondad y gloria, para una persona que en vida no se
había hecho acreedor a tamaño elogio. Esas palabras no son gratis, tienen
precio. Y pagan lo mismo justos por pecadores.
Finalizada
la ceremonia, los presentes se empecinan en caer en los lugares comunes. La
frase “siempre se van los mejores” no tiene sentido, no hay posibilidad de
escape, desde que nacemos podemos llegar a saber que a todos nos tocará la
muerte. “No somos nada” es una frase característica al ofrecer el pésame o
condolencia. Tampoco tiene lógica, ya que elegimos participar en una carrera de
fondo, donde todos aspiran a ser un todo, porque ser nada es sinónimo de
fracaso. Pero las frases sentidas continúan, aunque hay algunas que con el
atributo “pero” en medio, al menos permiten mencionar medias verdades. “Tenía
un carácter muy especial, pero los que lo conocíamos, sabíamos que era una
buena persona”.
Gabriel
García Márquez ofrecía el uso de escopetas para matar lugares comunes. En vida
presenció el esquilmo de sus mejores frases, utilizadas como tópicos. El
periodismo es la principal profesión viciada por el uso y abuso de lugares
comunes. “Crónica de una muerte anunciada”, “Alguien (por cualquier nombre) no
tiene quien le escriba”, “La mala hora”, “El general en su laberinto” fueron
títulos de libros de García Márquez, que la prensa ha utilizado hasta el
hartazgo para el juego de palabras. Yo mismo abusé de mi astucia al titular
“Cinco días de soledad” mi crónica sobre su muerte, cuando pasaron algunos días
de su desaparición física. Qué decir del tópicazo de mi entrada de hoy.
El uso
abusivo discute la originalidad del juego de palabras. El propio García Márquez
no logró descansar tras su muerte. “Todos somos Gabo, todos somos Macondo”, “El
mundo entero despide a Gabo”, “Muere el narrador universal”, “Gabo, el
patriarca de la soledad” o “Colombia y México lloran su muerte” fueron parte
mínima de una sonoridad discursiva. Lo mismo con cualquier personaje notorio,
hace un par de semanas pudimos leer o escuchar frases como “Toda América llora
a Galeano”, “Adiós a Galeano, el gran maestro de las letras”, “Hasta siempre
Eduardo”, “Las letras, de luto”, “Adiós al espíritu de América”, “Galeano dio
voz a América” o frases del mismo tenor, al referirse a Günter Grass, tal
“Muere la conciencia de Alemania”, “El gigante de las letras”, “Günter Grass,
entre tambores”, titulares todos de enorme grandilocuencia que cuestionan la
síntesis del lenguaje que persigue la literatura.
El enorme
éxito de la literatura es lograr la precisión de una palabra bien elegida, tal
un golpe justo, contundente. Sorteando la propaganda o el acoso de las
ideologías, las letras buscan respuesta a lo concreto, se dirige a los
pensamientos de algunos humanos. No se consideran la conciencia de ninguna
nación, ni buscan el consentimiento general,
saben que su mensaje llegará a un porcentaje mínimo, más allá de la
hipocresía que lleve a los hombres, luego a considerarse afines a las letras o
al pensamiento, de haberse acercado a la lectura de lo esencial, de lo
universal, sin haberlos leído nunca.
Hay
escritores a los que admiramos elevándolos a la condición de institución. Pero
también podemos sentir el privilegio de acceder a un mensaje que está al alcance
de todos, pero que misteriosamente podría permanecer de por vida en un papel,
sin que lo lea nadie. Más de una vez, accedí al pensamiento de un sinfín de
escritores fallecidos hace tiempo, y asistí a mi pequeño milagro, suscribir a
un narrador que existiría y sería esencial para tantos, aunque yo no me
enterara. Y a partir de participar en su lectura, lo hice mío, le apliqué una
referencia, le conferí el carácter de material permanente de reflexión y
consulta. Leer no debería ser tan difícil, basta con ejercer un talento, que
suprima las tentaciones del mundo exterior, y apoyándose en una incesante
concentración, mejorar la profundidad de tu razonamiento. El lenguaje de estas
plumas no deja huellas, solo representan señales para que algunos cuestionen el
paso de la humanidad por la tierra. Por eso, el escritor eterno se debe
retorcer en su tumba al considerarlo motivo de llanto de todo un continente. La
literatura es el antídoto de lo grandilocuente.
Luego de
tanto leer, incorporo vocabulario y me sobrevuela la paradoja, de entender que
la mejor comunicación es la que presenta síntesis. Es como comprender que el
silencio es la fuente de la literatura, el arte sobreviene del encuentro con mi
pensamiento, con el flujo de mi razonamiento. Cuando fluye el habla, la letra
se diluye. Exige de un pequeño grupo de personas, rodeando al narrador. Si se
acercan muchos más, el escritor seguramente incrementará sus ventas, pero más
lejano se vuelve. Y nosotros, a través de su masividad, perdemos la capacidad
de criticar parte de su trascendencia. El tópico no nos permite preguntar en
voz alta el por qué de una relación con aquel dictador eterno y su falta de
condena a esa régimen, o al despedir los restos mortales de ese otro talento,
no elevar la voz del disenso de aquella obra iniciática, estandarte de una
izquierda inmoral, que se vale de cualquier recurso para ser considerado
pueblo. Lo mudo es esencia, lo charlatán es masividad o marketing.
La
literatura hace escarnio de la grandilocuencia de los discursos. Un continente entero
no llora a ningún escritor, mejor que eso no suceda. Que quede relegado a una
mera frase de cortesía, a un tópico, a un lugar común, a una frase de
condolencia. Porque la relación intima de un escritor con su lector, se
degenera cuando se pierde esa intimidad, cuando se convierte en objeto masivo,
cuando ya no se puede criticar o ensalzar en los espacios públicos. Gabo es
incuestionable en su escritura, pero lo fue a gran escala por los contrasentidos
de esa vida pública, a la que accedió por la masiva universalidad. Lo mismo
Galeano, también Saramago. ¿Cuántos no han leído a Borges por examinar sólo su
ideología o por considerarlo un niño grande burgués? Una nación y una lengua se
abrazan al Quijote como su literatura esencial, pero más de una década en
España me impide acceder a una cantidad considerable de lectores del libro. ¿Emblema
de qué entonces? Seguramente de una pequeña dosis de la humanidad que
comprendió la grandeza de la obra. Pero habrá mayor cantidad de habitantes de
cualquier nación que hayan abarcado más ediciones de Gran Hermano que la de un
libro de época. Por eso los que aman y comprenden la literatura no deben nunca
estereotipar las letras, encasillarlas. El secreto está en seguir siendo
selecta su lectura, la precisión se desvanece cuando la masa cree que arte es
sinónimo de best seller.
El buen
lector es aquel que lee entre líneas. Despierta sobre nosotros una conciencia
sobre las deficiencias del mundo, de los contrasentidos de la raza. El lector
se convierte en un ciudadano alerta, en un personaje crítico. Acepta sin
sobresalto, pero con angustia, que estamos muy mal hechos, y que no existimos
como especie con el objetivo de mejora permanente. La crónica sobre un deceso
surge espontanea tras la sorpresa del arribo. Prefiero escribir sobre lo que me
generó personalmente, antes que caer en el tópico de ser el pastor que repita
la frase de la masividad, tal como “Polvo somos y en polvo nos convertiremos”. Hasta
hoy he escrito, fuera de lo previsto, mi manera de oficiar necrológicas con los
recuerdos de Álvaro Mutis, Nelson Mandela, Robin Williams, Gabriel García Márquez y los recientes Günter Grass
y Eduardo Galeano. Las palabras son gratis pero se paga un precio al hablar de
más. Y en el mundo cada vez sufrimos más la acústica del que no dice gran cosa…
“El hombre
nunca sabe de lo que es capaz hasta que lo intenta”
Charles
Dickens
“Quien
busque el infinito, que cierre los ojos”
Milan
Kundera
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