jueves, 9 de abril de 2015

La vanguardia es así, vivo en una casa vacía



"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado."
Gabriel García Márquez

He contado más de una vez, que el día aquel lejano de marzo de 2002, cuando dejé Buenos Aires, logré introducir algo de mi esencia en apenas dos maletas de las viejas, aquellas de cuero marrón que portaban cinturón tipo lengüeta, y para colmo de males, desconocían la existencia de rueditas para trasladarlas. No se podía disimular en los pasillos de los aeropuertos lo pesado que resultaba tal carga. "Mi vida en sesenta kilos", podría titularse. Y gran parte del kilaje lo acreditaban diez novelas de José Saramago.

Unos meses más tarde arribó Fernanda con otras dos valijas, por lo que nuestro patrimonio comenzó su andadura por Bizkaia, con una nada despreciable suma de ciento veinte kilos, gramos más, gramos menos. Ella, mucho más moderna que yo, y más ducha en cuestiones aéreas, me presentó las maletas con ruedas, por lo que su vía crucis de alejarse de nuestro país fue solo duro en lo emocional, no como mi caso, en que cada cinco pasos cronometrados, debía parar a respirar, ante el ahogo de cambiar de lugar de residencia y por los treinta kilos en cada mano, que me desestabilizaban más que el inminente desarraigo. Aún puedo recordar las marcas en las palmas de mi mano, de tan intensas en el rojo y el dolor, que escondían la línea de mi futuro, sin llegar a ver si sería claro o turbio.
Hoy son quince las novelas de José Saramago que acompañan mi derrotero. Con el escritor portugués inicie una bonita excepción inaugurada a través de las tiempos de crisis, que consiste en respetar la altura de miras de un escritor, al comprar siempre sus libros en edición normal. Para el resto de los mortales de la pluma me consagro a los libros de bolsillo o a pedirlos en la biblioteca, aunque debo reconocer que Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y Alessandro Baricco, se han sumado a la costumbre de aquel entrañable libro grandote. De ahí que en la caja de mudanza número cinco, lleve el título de "Libros Saramagos y otros libros grandes".
Mi vida a partir del inicio de este mes de abril, ha ingresado en un mar de contrasentidos, liderado por una definición de la Real Academia de las letras, que me invita a ser un infiltrado, un alterador de normas y costumbres. Revisando la definición de trastero, encuentro que significa "pieza o desván destinado a guardar los trastos que no se usan"; vamos, que me está dando a entender que su etimología descubre el origen en trasto, que vendría a ser aquello que guardamos pero no usamos. Imaginen mi situación anímica al corroborar la definición convencional. Y la palabra trasto, me suena tanto a traste, que suelen definirla como el diapasón del mástil de muchos instrumentos de cuerda, o aquel vaso pequeño de vidrio, con el cual los catadores prueban las bondades del vino; o estar sin orden, o malbaratarlo, o la más asociada en este juego mental que hoy les propongo, la acepción de malograrse, para no recurrir a la tajante palabra fracaso.
La cuestión es que aquellas cuatro maletas conjuntas, hoy se convirtieron en siete maletas, más algunos muebles y cincuenta y cinco cajas. "La multiplicación de las obligaciones mundanas", podría pensar más de uno. Otros me podrían aducir con sorna, teniendo en cuenta mi continua prédica contra el consumismo como hobby, la increíble multiplicación de mis bienes materiales. Otros me consultarán la curiosa clasificación que hago de mis bienes, y la respuesta es clara, acabamos de dejar en un trastero alquilado, gran parte de nuestra historia viva vizcaína u holandesa.
Hasta ahora la existencia del trastero en casa, era el lugar perfecto para esconder, por un tiempo largo, todas aquellas cosas que no nos animábamos a tirar. Casi nadie suele tener el trastero vacío, aún cuando la palabra deriva de trasto. Y todos anhelamos en estos momentos de pisos cada vez más pequeños, sin posibilidad de armarios grandes y profundos, poder contar con el trastero o ático, para postergar el momento de tirar lo que de momento, no estamos usando. Tratando de ganar metros con estantes made in Ikea, acomodamos allí, libros, tradiciones, costumbres, modas o cacharros. Y lo que no nos entra en casa, antes que la increíble experiencia de tirarlo o reciclarlo, lo amontonamos en cajas o bolsas de consorcio.
Es un arte la manía de acumular que portamos. También portamos el talento de desprendernos de las cosas, pero lo practicamos en contadas ocasiones. Es más ligera la mochila en el momento de desprenderse de algo, lo he experimentado en aquel cambio de siglo, pero debo confesar que ante la ardua tarea de embalar mi "vida" en cajas, se me hizo cuesta arriba decidirme a tirar lo que sabía de antemano que no podría utilizar, ya sea por antiguo, por fuera de moda, o por simple crecimiento madurativo o biológico. Así que paramos en cincuenta y cinco cajas, y en nuestro descargo, podemos aducir que la mayoría de ellas, responden a la clasificación de pequeñas.
Cuando acudo a las ferias de segundamano, admiro la profética visión del coleccionista, aquel que se quedó con esos vinilos, monedas o estampillas, soldados de plomo, revistas o cacharros antiguos, soportando estoico el grito quejoso de su madre, esposa o compañero de piso; y hoy vende a precios de fábula, todo aquel material que optamos por llamar retro o vintage, y que nos chifla, a pesar de asumir que ahora, somos modernos. Alguien ha dicho que un coleccionista es un conservador, vaya paradoja porque un conservador puede precisar luego en el tiempo, un incalculable valor material sobre algo que en el pasado, valía bastante poco.
La matemática es una ciencia fría, artera, bastante despiadada. Hay estadísticas que afirman, que el 99% de lo que enviamos a un trastero, luego de cinco años allí guardado, nunca habrá de ser nuevamente utilizado. Además de la aritmética o analítica, una aliada de la ciencia como es la religión, nos regala la definición de piadosos, que para estos casos, resultan ser todos aquellos incapaces de enviar los trastos al trastero, un símil de purgatorio de todo objeto en verdad, inservible.
Las carencias y el paso del tiempo, han permitido proyectos de éxito como el alquiler de trasteros. Polígonos que descansan el mal de las crisis laborales, llegaron a reciclarse para hacer frente a la demanda de sitios donde guardar esas cosas que devienen de la palabra trasto. Es algo parecido, por ejemplo, a este blog. Aquí se almacenan, no se por cuanto tiempo, cantidad de palabras o exageraciones que se creen ideas, a la espera de algún colapso, que obligue a exigir como oxígeno, esos megas similares a los metros cúbicos. El precio del alquiler es llevadero, matizado el bajo coste, con la frase "sírvase usted mismo", es decir que tú lo guardas, y con una llave del candado y una tarjeta magnética que te permite acceder en cualquier momento del día, puedes acercarte en mi caso, a observar mi pasado reciente en un puzzle de dos por dos, donde para acceder a la caja número uno, debo retirar previamente otras veinte.
Entre 2010 y 2012, el número de centros destinados al alquiler de trasteros, pasó de 65 a 120, siempre hablando de la totalidad de la península. ¿Quiénes son sus clientes? Principalmente particulares, aunque seguido de cerca por autónomos o pymes, y en un cómodo tercer lugar, todo emprendimiento de venta por internet, que necesita un mínimo espacio físico donde almacenar el stock, palabra que todos quieren asociar en la brevedad, en posibles ventas.
En poco menos de una semana, embalamos nuestras cosas en especie de arcas. Cajas para armar, cinta de embalaje, un  cutter, papel blanco para envolver, plástico protector y un rotulador para etiquetar cada caja, compuso el kit que utilizamos. También un cuaderno que a partir de ahora nos acompaña a todos lados, ya que si necesitamos aquellas botas negras, debemos recurrir al archivo que nos arroje el dato preciso de que se halla en la caja siete. Y así con casi todo lo nuestro.
Se da la paradoja de que hemos guardado objetos, que ya de por sí, atesoraban otros elementos dentro almacenados. Así resultará que el día de mañana, reencontraremos dentro de un libro cualquiera, aquel señalador que Fer me ha regalado, donde resumía con pluma grácil, mi fisonomía o cualidades; o ella redescubrirá aquellas cartas mías, dentro de un anotador, que le escribía diariamente, para matizar el dolor que me representaba ser un molesto telemarketer, vendedor de basuras, que vaya paradoja, cada tanto encontraba un necesitado. O aquellas fotos donde nuestros rostros carecían de arrugas o canas, dentro de esos álbumes que hoy, sí son obsoletos, porque sacamos tantas fotos digitales que no nos da tiempo, ni ganas, de imprimirlas (porque ya no se revelan). Si lo tomamos con gracia, podemos considerar que nos estamos preparando para en un futuro, esperemos que no muy lejano, sorprendernos a nosotros mismos. Y en ese reencuentro - repaso, comprobar los efectos de esta distancia momentánea y preventiva de nuestros petates, incluidos aquellos cuadros regalo de nuestros amigos Martínez - Letzen, donde se destacaban las cosas que más nos agradaban, y en donde, indudablemente nunca figurará, dejar nuestras cosas en un trastero tras una mudanza.
Cuándo contemplé esta entrada, confieso que lo hice en un plano nostálgico, casi triste. No acostumbrado a estar físicamente en un lado, y mis cosas personales en otro algo alejado, pensé en transmitir mi melancolía o desconcierto ante esta situación. Pero como la escritura tiene hacia mí, un componente relajante, me encuentro con una pulcra reseña sobre la bondades del servicio de alquiler de trasteros, que me ha permitido resolver bastante pronto, los efectos de una inesperada mudanza. E intuir, que tras un necesitado paso por Buenos Aires, en breve nos encontraremos nuevamente en la disyuntiva, de adornar nuestra nueva morada con aquellas cosas viejas, que quizás el paso de estos meses, vaya a mudarlas en vintage. Y de paso, el alquiler del trastero me devuelva a mí, hombre tan estructurado y necesitado de raíces, la posibilidad al menos de tener el único gasto fijo del momento. Es que no me lo pude tomar como un salto a la libertad, a mí me gusta estar atado a convencionalismos materiales.
Confieso que encerrar a Don José Saramago me sigue pareciendo un acto rastrero. Mi esencia se encuentra en aquellas quince novelas, a las que me aferré, para no dejar de ser aquel Javier o Gallo, del barrio de Belgrano. Hoy el Javitxu de Plentzia, las sigue necesitando y seguramente en una próxima lectura, habré de encontrar consuelo para ese Javi o Peppi, el que ha frustrado su paso por la tierra holandesa de mi bisabuela Carlota. Y me hubiera gustado esconder en cada uno de mis libros, toda aquella variedad de color de los tulipanes, que me acompañaron a diario en esa ya lejana y espero que algún día, tierna experiencia ingrata.

"La suerte no se puede almacenar."
Romy Scheneider

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