jueves, 5 de febrero de 2015

No good



“Ser natural es la más difícil de las poses”.
                                                                 Oscar Wilde

Vaya, vaya. Acabo de cortar una comunicación por Skype con mi amigo y teacher Mike, y lo increíble que sucedió no debería ser asombroso. Pero toma esos tintes porque debo estar muy estresado en estas semanas, donde el comunicarse se cotiza tanto como el agua en el desierto. Es decir que la conversación con Mike tuvo de increíble, lo que para él tuvo de normal, es que estuvimos conversando en inglés el tiempo exacto de 1 hora y 52 minutos.
Y antes de solicitarle la video llamada, estuve tentado a no hacerlo, por temor a que él notara que mi vocabulario había decrecido en este mes que no estoy por Bilbao. Pero al terminar de contarle mi derrotero de estas semanas, Mike me felicitó alentándome a trasladar este nivel de “confidence” a la calle, a la gente, a la que no sabe que a mí me cuesta el inglés, a aquellos holandeses que hablan su segunda lengua como si fueran habitantes de Oxford.

Y soy el primer sorprendido. Porque a veces creo que esos casi cuatro meses que visité a diario a Mike para sostener conversaciones en inglés, que más que charlas, parecían sesiones psicoanalíticas, por mis diversos estados emocionales ante la nueva aventura, ahora instalado en Breda, parecían un sueño o una falsa impresión de mi nivel del idioma del Bardo. Pero mágicamente, Mike escuchó mi resumen de este mes en otras tierras y apenas me ha corregido con los vicios recurrentes que a pesar de aprender, sigo arrastrando todo el rato.
El tiene parte del secreto, vive en Bilbao hace catorce años y también ha sufrido la adaptación al idioma: “Yo te hablo más pausado porque se que te dificulta la comprensión, no el habla. Eres osado, pero cuando sales de tu zona de confort, te asustas. Tienes pánico al equívoco. Pero el error es lo que perfeccionará tu inglés”. En una palabra, él me quiere inculcar que la madurez me la dan mis actos, la gente no siempre ha de juzgarme si me equivoco en el proceso de comunicarme. Casi, casi, como que a la gente le divierte que uno se equivoque, muchos te ayudan más fácil a salir del atolladero.
Pero en el proceso, es indudable que te desmoralizas. A veces un poco, muchas otras, bastante. Y tiene su lógica, está dentro de un proceso de cambio, y tiene su beneficio. Dosificamos tanto lo que queremos expresar que volvemos a ser humildes, no nos sostenemos sobre lo ostentoso de nuestro léxico, de nuestra sabiduría, de nuestra vanidad. Y cuando regresas a la tranquilidad del castellano, ahora puedes valorar y agradecer la facilidad de comprensión, expresión y el enorme vocabulario que sostengo en mi lengua madre. Hasta parece que cambiar mentalmente de idioma te da mayor seguridad, como que de a poco incorporas un nivel de conocimiento aún más importante. Claro está, que para el que sabe perfectamente varios idiomas, esto puede ser considerado una “minúscula hazaña” o tontería.
La primera vez que viaje en tren, desde Breda hasta el aeropuerto de Amsterdam, en mi afán de expresarme correctamente y hacer todo bien, me recontra aseguré que estaba en el tren correcto. Pero cuando todo estaba más que claro, un atisbo más de inseguridad me llevó a preguntarle a otro pasajero la enésima consulta en el mismísimo asiento de segunda clase. Pero esta vez en vez de anunciar si el tren iba hacia Amsterdam, con un going to, por ejemplo, se me ocurrió decir Is this train from Amsterdam?, ante lo cual, el pasajero con naturalidad me dijo que no, y yo al escuchar la negativa no me permití razonar ni mi error ni el agregado del pasajero, que me corrigió con un: "to Amsterdam". Cuándo me serené y lo razoné, me saqué flor de peso de encima, al tiempo que me enojó saber que por afán de asegurarme, terminaba complicando las cosas, y sobre todo con un matiz tan bobo, de reemplazar to por from.
Siempre recuerdo a un gran compañero de la primaria, que tenía dificultades en las horas de inglés. Nos pedía que lo ayudáramos en lo más simple, aún en cosas que si se detenía a pensar, él sabía de antemano. La más ocurrente de todas, para él significó una profunda humillación,   que se mantuvo durante todo el ciclo primario. Ante la inocente pregunta ¿qué eres tú?, su compañero de banco le sopló con algo de malicia la respuesta con un matiz de pronunciación: “Alla me voy”, en vez del consabido I’m a boy. La pronunciación no fue razonada, ni al momento de manifestarla, y la risa de la maestra todavía perdura en mi perfil mental que guardo de ella. Y espero que mi compañero no se haya estancado en factores emocionales para no progresar en un idioma, que si perdía el miedo, estaba más que apto.
Estos disparates lingüísticos son considerados divertidos si provienen de niños. A veces, de adultos pueden generar burlas o enojos. Algunas personas pueden ser groseras o como mínimo impacientes ante nuestra dificultad, y esas manifestaciones nos suelen bloquear a un nivel increíble. Lo curioso es que cuando yo les daba clases de castellano a los chicos de África o Asia, le decía que lo elemental era animarse a preguntar en la calle, y si notaban que la otra persona se ponía tanto o más nerviosa que ellos, optaran por agradecer y buscar una mejor ayuda. Yo tenía el secreto para ellos, yo más que conocimientos gramaticales, les aportaba el secreto de la calle, la psicología del transeúnte. Y ahora, en las calles de Breda, me la paso resbalando. Y no a causa de la nieve, precisamente.
Pero no me está yendo mal. Se de antemano que no tengo vocabulario, pero no para conversar, sino para escuchar y me presento consciente de mi limitación. Y salgo al menos empatado, de mis distintos lances. Así todo, en vez de ganar en seguridad, creo que en la siguiente la habré de errar y feo, y ahí es donde veo el resoplido de enojo del posible interrogado, y ante la duda, me demoro una eternidad en acometer la siguiente consulta. Y eso que los expertos afirman que en proceso de adquirir un conocimiento, es esencial y beneficioso para la memoria, el poder equivocarse.
Y paso por situaciones divertidas. Se me aconseja que pregunte cosas en la calle. Y yo no suelo hacer eso ni en el barrio de toda mi vida. Me cuesta errores entrar en la carnicería de la esquina y preguntarle por todos los cortes que desconozco de carne en Holanda, que para sintetizar, son todos. Pero un día encaro la calle, aprovecho que se viene el cumpleaños de Fer, y me meto en varias tiendas con el fin de hacerme con un regalo. Y al terminar la maratón, me doy cuenta que de la nada, le conté parte de mi vida a un ocasional vendedor, que se sonrió cuando le pedí disculpas por mi interloquio tan extenso, innecesario. Y más, cuando me he ido de la tienda sin comprar nada.
Un estudio refleja que la adquisición de un nuevo lenguaje activa las mismas zonas cerebrales que responden a estímulos como el sexo, la alimentación, el juego o las drogas. Lo confirmaron invitando a treinta y seis adultos a aprender palabras nuevas mientras monitoreaban su cerebro con resonancia magnética. La aceptación del nuevo idioma equivalía a impulsos vinculados al placer y la recompensa. Y van un poco más lejos, ante la dificultad de expresiones complejas y finalmente, satisfactorias, el resultado es mayor, como cuando superamos una compleja carga emocional.
Las lenguas son fenómenos sociales que se ejecutan entre las personas. Interactuando confirmamos nuestras habilidades. La timidez o pudor, suele ser un proceso “mental” que no permite mostrar actitudes o simpatías de muchos de nosotros. Y esa carencia te sabe mal, muchas veces no te permite demostrar con naturalidad tu simpatía, tu inteligencia, lo ameno de tu compañía. En mi caso particular, debo olvidar que el castellano es mi gran herramienta, y que aún con limitaciones, estoy logrando comunicarme en otro idioma. No me queda otra que aprender a hablar con los demás, de nada me sirve acertar todos los listening de internet, o no fallar ni una de los multiple choise ante las preguntas de un Reading, si después no me animo a comprobar mis supuestos avances.
Mientras memorizo un speech introductorio para abordar la oficina de correos, el super mercado o el técnico de la caldera, ruego que ese speech de presentación no se vea alterado por esas imprudentes súbitas preguntas que me aparten de mi discurso. Y eso siempre pasa, eso debe pasar porque la interacción es dinámica, aunque mal me pese.
En mi última semana en el País Vasco me refugié en la protección de mis amigos, elaborando en silencio la inminencia de su perdida. En la casa de mis amigos Urrutia decidí pasar las últimas noches y me sentí muy querido y protegido. La mañana de Reyes, fui testigo de sus regalos del amigo invisible. Y me incluyeron en la ceremonia. La familia me hizo un gran regalo, que todas las noches me obliga a recordarlos con amor. Una mini lamparita para adherir a las hojas de los libros, y me permite continuar con mi enfermedad de la lectura. Pero para hacerme con ese presente, me dieron seis pistas para buscar en la casa. Cuando vi que las  señales estaban en inglés, entré en pánico. Las palabras me parecían extrañas, tenía que lidiar con el bloqueo que me bajó raudo. Tardé minutos que parecieron años, y eso me permitió confirmar que el arte de comunicarme en otra lengua, llevaría su inevitable tiempo de adaptación.

Así que mañana, envalentonado por mi conversación con Mike, volveré a las calles de Breda, dispuesto a cometer errores y horrores del lenguaje. El reloj mental, que se asemeja a un cucú que me taladra las neuronas, sintonizará esos segundos tan incómodos, que preceden al silencio o al fallido, esperando que el bloqueo se desvanezca, para poder reanudar el discurso mental que tan bien había preparado en la ducha. Y así hasta que todo parezca natural, quizás de llegar ese día, ya no sienta la tentación de pasar a propósito por la oficina de correo, para enviar la enésima carta desde el mes de enero. Eso significará que he aprendido y podré gritar con orgullo: Allá me voy…

PD: Gracias Mike, una vez más, Gracias!!!

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