viernes, 30 de enero de 2015

La llama que llama



Don't you hear my call
Though you're many years away
Don't you hear me calling you
All your letters in the sand 
Cannot heal me like your hand 
For my life still ahead pity me

                                  '39 – Canción de Queen, escrita por Brian May en 1975.


Estadísticamente afirman que Enero es el mes del año en que nace menos gente. Y los cuatro primeros meses son los más escasos en cuanto a nacimientos.  Dicen que pasado dicho período, la cosa se anima un poco. Y el culmen de natalicios, aseguran que se dan en setiembre. Estadísticamente, es el mes con mayor cantidad de fiestas de aniversarios en todo el planeta.

Soy pisciano, nací en los primeros días del mes de marzo, y según muchos esotéricos, el signo ha dejado una profunda marca sobre mí. Soñador, tranquilo, cariñoso, amable, intuitivo, hogareño, leal, paciente o solitario, vamos a centrarnos solamente en estas supuestas virtudes, si lo son. Dicen que los piscianos se suelen retirar hacia un mundo de sueños en el que sus capacidades, ahí sí, pueden hacer diferencias. Quizás este sea el rasgo que más mella mi estructura, a veces obligándome a defenderme para no considerarme fantasioso. El otro atributo es, en momentos puntuales, ser un alma solitaria.
Y sobre todo cuando tu cumpleaños cae en período estival, allá en el hemisferio sur. Tu infancia estuvo signada por la falta de fiestas planificadas o sorpresas. Recién regresados de las vacaciones en la costa, había que prepararse para comprar los libros escolares del año, el poco dinero que sobraba de la quincena de ocio en Villa Gesell, se iría en pantalones o blazers – todos los años mi madre confirmaba azorada mis estirones - , además de no tener manera de contactar con mis compañeros del cole, porque aunque los jóvenes que me lean no lo crean –aunque yo no creo que me lean -, en aquella época no solíamos tener en agenda, el teléfono de nuestros camaradas. Y yo para más inri, no utilizaba agenda, porque no tenía teléfono. Una cosa trae a la otra.
Ese día me arropaban mis viejos, mis tíos y mis primos. Los amigos del barrio se sumaban a los saludos antes de jugar el primer partido de futbol del día. No había regalos entre los amigos, a mí eso no me molestaba. Mis padres (encarnados en la figura materna) y parte de mis familiares, siempre han cumplido con regalos interesantes. Pero no lo festejaba, ese día era como otros, salvo que uno se levantaba con excelente semblante.
Lo mejor era cuando te tocaba festejar en la misma costa atlántica, cuando la quincena finalizaba en viernes y te dejaban prolongar la estadía el fin de semana. Si bien el riesgo de hacerme con presentes era bastante inferior a las condiciones normales, me gustaba estar en la playa en ese día tan especial. Y mi viejo, como último premio estival, nos alentaba por cenar en un restaurante, que aunque muchos no lo crean, era un fenómeno casi considerado paranormal en aquellas décadas. Y mi padre, obvio que me quería agasajar, pero sospecho que su motivación principal, era que deseaba descorchar una de las últimas botellas de vino veraniegas justificables. Que no suene a reproche, por favor.
Y regresaba de inmediato a la escuela primaria. Y en la misma primera semana, ya te acercaban una tarjeta de invitación para el primer cumple escolar. Tu madre resoplaba - mi viejo ignoraba siempre esos momentos-, mientras se preguntaba de donde sacaría el dinero para comprar algo lindo, útil y barato. A mí me gustaba comenzar el ciclo escolar con algún festejo entre compañeros, pero nunca me preguntaba porque el destino me había retaceado esa posibilidad personal por escasos quince días.
En la secundaria se acabaron los cumpleaños. En realidad se acabaron muchas otras cosas, por ejemplo, la presencia de mujeres. Al concurrir a un colegio de curas, perdí el roce con el sexo opuesto. Salvo la presencia de mis tías y primas, el gen femenino era tan desconocido como la existencia de la teoría de cuerdas. Pero seguimos con los cumpleaños. Entre setenta compañeros era difícil que nos saludáramos, es más para muchos anunciar su natalicio era un riesgo, entre adolescentes no se acostumbra a felicitar, éramos más dados a mantear o mutilar orejas. Cosas de las edades, lo que antes parecía normal y original, cuarenta años después parece rudimentario, ordinario.
Mi cumpleaños retornó de la mano de Fernanda. El primero fue sorpresa, no porque lo organizara con recelo –que lo hizo - , sino que nunca podría sospechar que una fiesta sorpresa podría estar destinada hacia mi persona. Los mismos amigos del barrio acudieron en formato civilizado, mejor vestidos y sin gritos, la presencia femenina condiciona, y por primera vez se acercaron con presentes. Y el tercer cumpleaños luego de acostumbrarme a festejarlo, tocó coincidir con dos hechos importantes: El casamiento de mi primo y que en unas semanas me iría a vivir a España. Fue seguramente el más emotivo de todos.
En el País Vasco siempre hemos festejado ambos cumpleaños, el de Fer y el mío. Reuniones en casa o asados en el Pinar de Gorliz, siempre contaron con la presencia de nuestros amigos. Y se sumó un hecho desconocido, el resonar del teléfono durante toda la tarde – noche. Los amigos y familiares antes de saludar, recordaban que llevaban más de cuarenta minutos intentando comunicarse. La sensación de sentirte arropado y recordado por ambos entornos, hacían muy grato el día. Otro detalle destacaba estos eventos, ya no era verano, ya no había posibilidad de baños en el mar, ahora estábamos en invierno y los festejos debían ser consultados previamente, por la certera posibilidad que te lloviera.
El tercer año en tierras vascas se incorporó la tecnología en los festejos. En una conexión sorpresa –no sólo por organizarla en secreto, sino porque hasta ese momento no había utilizado el video de messenger – a Fer la sorprendieron nuestros vecinos Matías y Paula con una conexión con sus padres, sus hermanos, sus tíos y mis padres. Fue una sensación extraña, uno tiende a olvidar esa primera vez, pero yo me acuerdo que mi vista estaba fija en la figura de mis viejos. Ahí te vas dando más cuenta lo que representan las imágenes y las presencias en tu vida.
De a poco comenzamos a instalar internet en las casas. Se acabaron las visitas a la biblioteca de Plentzia para leer o escribir mails. Misteriosamente, al hacer más cotidiano internet, fueron espaciándose los correos electrónicos, salvo los de mi vieja que guardaban semanalmente una fidelidad asombrosa, y los de mi viejo, que me pasaba los días jueves sus pronósticos para la quiniela española (nuestro prode).
Y cuando internet era nuestra primera acción del día, cambió la manera de comunicarse. En el momento de conectar el mesenger, encontrabas mensajes sueltos de amigos, que por la diferencia horaria se anticipaban a dejarte el mensaje prometiendo el llamado para cuando las urgencias del día estuvieran amainando. El día de nuestros cumples, optábamos por quedarnos en casa para que el teléfono acortara las distancias que separa un océano.
Y llegó facebook y vino wassap. Y cambió la manera de comunicarte. Al tener que completar tu fecha de nacimiento en las redes sociales, te invadieron mensajes de muchos de tus contactos, con los que nunca en tu vida te habías comunicado. Se generó la disyuntiva de contestar uno por uno, o por hacer un mensaje en general, plagado de halagos y agradecimientos. Aunque recuerdo a un amigo muy celoso, que siempre les agradecía a los que se habían acordado y dejaba constancia a los que no se habían comunicado, que no le molestaba. Sutilezas que se mantienen con los adelantos tecnológicos.
Y te sorprende el original mensaje de aquel compañero de escuela, al que no ves hace casi treinta años, y que además de no verlo, tampoco nos hemos comunicado ni escrito. Y te desea lo mejor, te recuerda lo excelente persona que eres, aventurándose a arriesgar que continúas siendo como aquel pibe del colegio secundario. Le agradeces, como a todos, pero te reprimes manifestar comentarios tan arriesgados como te han regalado.
Y las postales electrónicas se consagraron como regalo original. La primera vez fue vista como si se tratara de un dibujo instalado en las paredes de las cuevas de Altamira. Luego, al hacerse cotidianas, fueron desapareciendo. Los llamados no fueron tan constantes, ya que aquellos primeros saludos en face anticipando la posterior llamada, se convirtieron para muchos, en el saludo oficial. Aquel que nunca fallaba, misteriosamente un año falló. Dos o tres días después sobrevino el mail o mensaje aclaratorio, que luego se haría costumbre: “Feliz cumpleaños atrasado”.
El primer año te extrañó que no te llamaran algunos habituales. Optaste por seguir ese día en casa, atento al teléfono fijo. Los saludos con la palabra “atrasado” se hicieron habituales, no acompañaba la aclaración de porque no pudieron comunicarse en tiempo y forma. Pero también cambió tu manera de exigir, “Tiene tantas cosas que hacer que obvio, que se le pasó”. Pero también se te comenzó a pasar a ti el saludar cumples de otros. Ante el saludo atrasado, optamos por devolver un mensaje de tranquilidad de que no pasa nada, que sabemos que el otro sigue formando parte de nuestras vidas.
Y un año llegan los videos. La primera vez fue para mis cuarenta años. Un video enviado por correo trataba de recabar toda la información fotográfica de mi existencia, que fue bien poca en mi infancia, porque no se estilaba sacar una foto ante el primer diente, ante el segundo, ante el tercero. Pero a las fotos editadas, le sumaron mensajes hablados. Ahí constatabas quien se ponía nervioso o formal ante la presencia de una cámara, o quien era un especialista y distendido a la hora de enlatar mensajes. Repitiendo la reproducción del video varias veces te ibas a dormir con un nudo de agradecimiento y felicidad naciendo en el gaznate.
Y de repente desapareció el SMS, claro ya no se justifica pagar por un mensaje. La duda era que para mí no se justifica saludar por el cumple con un mensaje de texto, pero las maneras de razonar también se van alejando de lo tradicional. Y cuando suena el teléfono de línea, te embarga más emoción que hace diez años. ¡Un llamado!, la sorpresa te invade de tal forma, que por unos minutos se te atragantan las respuestas, de tanta emoción.
Ahora alternas contestar el face con los mensajes de wassap. También te envían mensajes de voz, alguno te llama por skype, line o viber. Nuestra percepción va cambiando, ahora nos sentimos arropados como nunca porque en face casi todos se han acordado de dejarte un mensaje. Así todo, el teléfono te suena cinco o seis veces en ese día. Se trata de aquellos románticos que siguen prefiriendo el contacto de las voces, la calidez de las cuerdas vocales. Tratando de no parecer autómatas, sostenemos conversaciones distendidas. A pesar de que en el día de tu cumple, no tienes nada original para contar, encuentras la forma de prolongar esa comunicación con tus afectos. Eso sí, antes de cortar la llamada, te encargas de dejarle bien en claro el agradecimiento porque te hayan llamado. Sabes que estamos ante una forma de comunicación casi extinguida.
Ahora los cumpleaños nos tocan festejarlos en Holanda. No tenemos teléfono fijo, confiamos nuestras fichas en el skype y sus similares. Casi no revisas tu casilla de correo, porque no existe nadie tan vintage, como para regalarte un correo con veinte o treinta líneas de recorrido. Pero existen excepciones, y son conmovedoras.
El día de nuestros cumpleaños o aniversario de bodas, siempre encontramos en el buzón de nuestras casas, un sobre con una tarjeta y unas líneas de mis viejos. Si bien mi padre cumple con el protocolo de abrir la misiva con sus líneas, se nota la mano de mi madre en mantener esa increíble costumbre. Se toma la molestia de calcular los días para acercarse al correo y enviar la carta para que llegue en tiempo y forma. Y siempre la tarjeta estará acompañada por las frases más sentidas, aquellas que hablan de que finalmente puedas encontrar respuestas a todos tus deseos. Y además se muestra preocupada por saber cómo hará este año para comunicarse ese día, ya que al no tener teléfono de línea y no tener buena cobertura de wifi, de momento, se le hará difícil cumplir con su llamado.

Como siempre estoy dispuesto a observar los fenómenos periféricos de nuestras vidas, recolecto los cambios que se van registrando en nuestras maneras de comunicarnos. La tecnología se ha adueñado de las felicitaciones, la voz y letra humana se retiran o se espacian. A pesar de todo, nos sentimos más comunicados, conectados o agradecidos que antes. Mientras aguardo que el mes que resta para mi cumpleaños cuarenta y ocho, se acorte día a día, la carta que con religiosidad asombrosa me enviará mi madre, me permita contemplar, que siempre hay seres humanos tendientes a desafiar “los avances” en nuestra calidad de vida…

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