martes, 20 de enero de 2015

Rezo por vos


"Ay", - decía el ratón -. El mundo se está haciendo más chiquito cada día. Al principio era tan grande que yo tenía miedo, corría y corría, y me alegraba cuando al fin veía paredes a lo lejos a diestra y siniestra, pero estas largas paredes se han achicado tanto que ya estoy en la última cámara, y ahí en la esquina está la trampa a la cual yo debo caer".
"Solamente tienes que cambiar tu dirección", dijo el gato, y se lo comió.
Una pequeña fábula - Franz Kafka

¿Cuántas veces nos sentimos igual que resignados que este ratón acorralado? Muchas veces, y tantos de esos momentos de impotencia, nos sobrevuelan a través de dictámenes de otros, ni siquiera son a consecuencia de nuestras propias intenciones, decisiones o errores. Y tantas de esas veces, el problema se disiparía al no darle importancia, al no adentrarnos en las batallas de los demás. En esos terceros, que sostienen el poder, y deciden legislar el mundo que ellos necesitan que exista, el de sus propias conveniencias. Ante esos poderes, nosotros poco podemos hacer. Y en realidad, sólo nos interesa transitar y sobrevivir en el único mundo que vivimos.
Llevo días imaginando que escribir y como escribirlo. Recorriendo una etapa de bloqueo, no siento satisfacción, orgullo ni seguridad en lo que deseo trasmitir. Y como el ratón, me siento algo resignado a escribir veinte líneas y borrarlas de inmediato. Así han pasado cinco días, no hay rutina ni procedimientos que me respalden. Parece que el cambio de hábitat me ha dejado en la intemperie. Las paredes son inmensas, no me se dar vuelta y la gracia de que el gato esté esperando junto a la trampa para darme el inútil tardío consejo, no me devuelve una sonrisa ante lo absurdo que son los problemas.
Para algunos, Frank Kafka era un escritor que escribía con gracia, aunque para la mayoría cueste localizar sutilezas, agudezas u ocurrencias  entre tanta fortaleza de sus relatos. Pero ya sea gracia o contundencia, tienen en común que uno se sienta a leer al escritor checo y el efecto es repentino, como suele suceder al arribar la carcajada. El estupor o las líneas de pensamiento que nos sobrevienen cuando nos sentimos una cucaracha en el caso de "La metamorfosis", o una rata en esta "Una pequeña fábula", causan asociaciones inmediatas en el receptor. Ya sea gracia o impresión, podemos coincidir que leemos a Kafka con una sonrisa nerviosa, con una innegable necesidad de que esa metáfora termine pronto.
El humor debe ser difícil de consensuar. Y no que hay que esforzarse por comprenderlo, sino pasa lo que pasa cuando debemos explicar un chiste, le vaciamos su contenido. Lo que para algunos resulta hilarante, para el otro no merece siquiera una mueca de sonrisa. Para una cultura lo gracioso es cotidiano, para otras resulta irreverente u ofensivo. Una muestra literaria del humor es la sátira, y este género se ha visto en idénticas proporciones, disfrutado y perseguido. No es de ahora que hayan sufrido censura, persecuciones e incluso la muerte.
Aristóteles definió el sentido del humor, como una reacción natural del ser humano ante el reconocimiento de una incongruencia. Y hay personas capaces de destacar esos aspectos ridículos de forma ingeniosa. El trofeo favorito del cómico o de la sátira es ir tras lo que otros consideran serio, formal o correcto. Y eso genera enemistades. La duda es si se deben fijar límites, quizás ese sea el buen gusto, pero en cuestión de gustos tampoco hay una precisión.
La sátira abarca un sinfín de temas, pero se suele centrar en la política, ya que allí el humorista puede captar con más diligencia y agudeza, las flaquezas y debilidades de los hombres públicos, exhibiéndolos con crudeza y con intención crítica, y últimamente, como única vía que se asemeje a la justicia. Pero la política abarca lo financiero, es decir el chiste a los banqueros y las ruinas que generan, o a los militares, por esa rigidez que contempla su accionar y su deber hacia una supuesta patria, y también se utiliza contra otro elemento rígido, las religiones.
Solemos caer en tópicos que sostienen el concepto de democracia, tales como "Todas las opiniones son respetables". Suele ser difícil de practicar, lo que debe ser respetables son las personas, las opiniones pueden muchas veces estar terriblemente confundidas. Podemos refutar ese otro parecer, podemos rechazarlo con una contra teoría, y también podemos, y lamentablemente se hace seguido, ridiculizarlas. Y ahí radica el problema por el que casi todos atravesamos, nos cuesta aceptar las diferencias. Por eso se recurren a frases como libertad de expresión o tolerancia. Y por eso también se hace habitual ante el disenso, hablar de persecución, de campañas, de animadversión.
Nos suele divertir lo intrascendente y entra en juego la afinidad cuando alguien se burla de otras cosas. A mí me divierte el tratamiento que puede dar una viñeta o cómico a algunas políticas llamemos extremas o de derecha, pero no me causa gracia cuando se trata de mi afinidad. Y así todo el tiempo. De los defectos ajenos es fácil burlarse. Pero a ninguno nos favorece la risa hasta el hartazgo de nuestras debilidades, de nuestras carencias, de nuestras taras. Lo ridículo siempre es mejor que esté en el ojo ajeno.
El objetivo de la sátira suelen ser los poderosos o autoritarios. Remarcar las faltas morales, las arbitrariedades, incompetencia, falacias puede desatar la ira de los intolerantes. Lo satírico debe ser sutil, expone mucho más que lo intolerante, lo soez, que suele ser el proceder del poder que se siente ridiculizado. Pero el humor siempre debe ser responsable, debe dejar de lado ese costado inmaduro que a veces más que genial, parece casi adolescente.
De las revistas satíricas uno espera sátira. Pero del resto de las áreas que conforman las sociedades, no siempre suele ser conveniente satirizar sobre las diferencias. Ante una asombrosa atrocidad como fueron los asesinatos de los periodistas y caricaturistas de la Revista satírica Charlie Hebdo, se abren varios frentes que ahondan las diferencias. Y misteriosamente, la mayoría de la gente se ve envuelta en sloganes, que hacen que un mínimo cuestionamiento, nos pueda convertir en disidentes, en intolerantes, en inhumanos. La mera aparición de la consigna que todos somos Charlie, solo se puede justificar para condenar la muerte de seres humanos, de parte de terroristas, y no implica una identificación con la revista. Porque no a todos les agrada la sátira religiosa. Y para muchos, más que una encendida defensa de la libertad de expresión, puede suponer un pulso acorde de intolerantes cívicos contra la intolerancia terrorista.
Cuando somos adultos, tenemos la capacidad de dominar nuestro espíritu humorístico. Sabemos que hay momentos donde no es oportuno. Sabemos que el humor no suele ser el antídoto a la explosión de la violencia. Cuantas disputas se pueden frenar si no se utiliza más la ironía, la insinuación o la superioridad argumental. Retroceder no tiene que significar reprimir tu libertad de expresión, es una manera de encauzar las aguas ante un conflicto por demás absurdo. El precepto de libertad de expresión de la cultura occidental no siempre es claro para todas las culturas. Aún los que nos incorporamos al funcionamiento de otras sociedades, tantas veces nos sentimos atónitos al observar procederes. Y algunas veces es producto de nuestra falta de interpretación.
Todas las libertades que pregonamos tienen un mismo límite, que alcanzan a los derechos de los demás. Para hacer posible e imperativa la convivencia, no podemos dejar de lado el derecho ajeno. Algunas de las viñetas eran groseramente irrespetuosas, y lo puedo decir desde el punto de vista de una persona totalmente alejada de la vida interior religiosa. A mí no me ofendían ni me causaban gracia, pero si me hizo ruido el apoyo incondicional post, al asaltar los quioscos a primera hora del día para hacerse con la revista especial. Y más cuando alguna de esas filas se dieron fuera de Francia. Repito, puedo estar equivocado con la intención de no claudicar o solidarizarse con las víctimas, pero me sobrevino una sensación de frivolidad por querer saber que contestaron ante los ataques, por tener una "edición histórica", por estar un rato en una escena, que luego nadie quiere transitar, que es la de entender y congeniar con el otro. 
En la relación entre la sátira y la política, la permanente referencia humorística intentará influir sobre la conducta política, ya que ambos son necesarios, uno "denunciando" y el otro porque tiene la llave para poder reformar esas falencias. Si la sátira no impulsa en la gente un cambio de su manera de pensar, fracasa. Y mucho más, si provoca reacciones violentas, el mensaje no ha sido el adecuado. La sátira política tiene como enemigos la intolerancia y la tiranía. La sátira religiosa siempre ha de mediar con enemigos irreconciliables. Las burlas aumentan las brechas, hacen más distantes las ideas, favorece a los extremos.
Mark Twain alguna vez declaró "Nada se sostiene contra el asalto de la risa". Una sátira puede resultar de inicio inofensiva, pero la cantidad de gente que la festeje puede convertir, en algunas mentes, en una humillación pública. No es una justificación ante el extremista, esa persona no suele tener ni necesita defensa. El debate está centrado entre aquellos que como alguna vez argumentó Sócrates, "nos burlamos de quienes se sienten superiores a nosotros sin serlo y que el peligro está en deleitarnos en lo que es, al fin y al cabo, un vicio". Y es un vicio que todos practicamos, reconociendo solo en el otro lo más absurdo de nuestra existencia.

  

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