lunes, 9 de febrero de 2015

Salir a comprar





Lo único que hace la literatura es buscar. Otra cosa sería una pretensión fracasada de antemano. Yo creo que la literatura es eso: una herramienta de búsqueda.

Laura Restrepo, escritora colombiana.

¿Es suficiente escribir por el simple hecho de escribir? ¿Compensa? Cuando comienzas una nueva actividad, el objetivo es pasarlo bien, y de paso, desarrollar una especie de talento que crees llevar dentro. La motivación es esencial para los primeros pasos. La potencial interacción que tu entorno o extraños te aporten, parece darle sentido a lo que estás haciendo. Crees estar por la senda correcta, pero de a poco el ruido se va espaciando, la presencia invisible del que te observa se va acotando, tu motivación entra en contradicción, y te preguntas. Cómo yo elijo el interrogante vinculado a mi escritura, los seres humanos nos preguntamos todo el tiempo: ¿Es esto hacia dónde queremos ir? ¿Este es el paso que iniciamos con el objetivo de un cambio? ¿Es esta mi voz? ¿Este soy yo? Es momento de aflojar, el punto y aparte es inminente y necesito varias carillas para ver qué es lo que quiero enunciar.
De repente, cambio de país de residencia y me lleno de dudas. Aquella necesaria aventura que mi corazón deseaba, parece en este momento tenerme maniatado, atenazado. Y la escritura, que debería ser aquel maravilloso refugio donde un día me instalé, hoy no me ofrece asilo. Y como un castigo, no encuentro tan fácilmente la temática para cumplir al menos, con mis objetivos de mínima. Y mientras observo el periódico, como todos los días, no aparece ese titular que me dispara una conversación conmigo mismo. Mientras observo documentales, películas o noticieros, no me aportan imaginación para nuevas entradas. Mientras googleo imágenes, no encuentro aquellas necesarias para mis fotos introductorias. Algo me debe pasar a mí, si bien el servidor de internet es otro, el que falla no es el buscador, sino el que busca, o en este caso, el que no sabe buscar o no encuentra.
Y en la mañana de un lunes, donde no estaba esperando nada, encuentro en un titular de La Nación, una punta de algo que me hace ruido, de algo que me dan ganas de volar con la imaginación, de una oración que me dicta a googlear por otro tipo de información. Es como si sintiera que estoy detrás de una pista que me acomode la jornada, que me permita retomar una rutina estructurada de sentarme a escribir tales días, y que de momento, en territorio de tulipanes, me convierten en un improvisado que busca durante los siete días si hay una posibilidad de escribir y llenarme. Y no me siento cómodo, porque debo haber perdido mi estructura, mi rigidez. ¿En qué caja de la mudanza la dejé?
“Escribir tiene que ver con salir a buscar a otra persona”, es el titular. Y como muchos recursos que utilizan los medios de comunicación, el titular es buenísimo, pero en la nota, refleja una arista que no es tan trascendente como el titular amenaza. La escritora se refiere a esa búsqueda, a la hora de elegir escritores para traducir, un oficio que dicen que va a la baja. Leo otra vez la nota, quizás porque yo escribo para buscar a otro Javier, quizás porque mis promedio cinco carillas buscan una nueva voz en mi comunicación. Y no la termino de encontrar, aunque muchas veces, me regalen ese comentario de que yo tengo un camino, que se nota un estilo, que se trasciende una mirada objetiva. Pero muchas veces, busco una voz distinta, más irónica, más humor negro, no tan reflexiva. Y el titular me encendió, por eso encendí la máquina, por eso deje de preguntarme por un tema y ahora me pregunto, ¿sabes de qué estás hablando, o estás desvariando? Y de momento, no he cambiado el registro, sigo siendo el mismo, el que lo demás dicen que tiene claridad, y une siente que solo es pura confusión.
Muchas veces me pregunto que hace que una nota de las mías sea o no sea leída. Tantas veces concluyo en que las notas personales de nivel distracción gustan, rebotan de persona a persona y engrosan mis estadísticas. Otras veces el titular atrae al lector y al leer las primeras líneas y ver que no iba de lo que el buscador imaginó que iba, sigue o se va, más seguro que me putea y se va. Una de las entradas que más seguidores convoqué, se llama “El mejor amigo del buitre”. Siempre me pregunto porque la leen, y creo entender que es a causa de los fondos buitres y esa batalla que en el fondo nadie domina, que es la economía. Es compartida la desilusión, el que entra pensando en que habrá una denuncia tanto oficialista u opositora a la controversia de pagar o no una deuda, y la mía que me senté tranquilamente aquella vez a comentar una experiencia de ver simplemente, comer a los animales. Y de paso, al escribir, intentar darle una mano a una fundación que se desvive por preservar una especie. Y quizás por la confusión que el titular encuentra, permitió a más de uno acercarse a ese pueblito cercano a Huesca para ofrecerles una mano a los amigos del buitre.
Cuando cuento una historia a alguien, puedo ver si interesa, puedo ver si me escuchan. Pero cuando escribimos, el estilo es más formal, es más pausado que al hablar, y no podemos ver. Solo vemos un alfabeto corriendo en el teclado, en pos de un orden, de puntos aparte o puntos seguidos. Y si dicho abecedario da forma a una estructura amena y que me deje conforme, debo finalizar con un párrafo acorde a un final redondo, luego a un titular que yo escojo musical y que todo lo escrito se asemeje a la foto, que vaya curiosidad, generalmente diseño antes de escribir, quizás para que la magia de lo que luego escriba coincida plenamente con la primera imagen. En todo ese proceso el único momento en donde busco a mis lectores, está en el título de la nota. En el resto, seguramente me siga buscando a mí.
Y uno se da cuenta que contiene muchas voces, depende con quien las trasmita. Y vaya a saber porque tengo esta voz al escribir, quizás yo quisiera tener otro acento, diferente impronta, una labia que me acerque a la popularidad que por otro lado temo, a una comunicación donde el ojo avizor me conteste, me pregunte, me cuestione. Porque hasta ahora sólo yo me cuestiono y hasta veces, no me contesto. Sigo hacia adelante, aunque cada tanto me desconcierte el bloqueo. Pero a pesar de todo, se abren puertas, es increíble como un tema me dispara hacia un recuerdo. Lo mismo me sucede con un olor, con una canción, con un perfume, con una palabra que escucho y se asemeja tanto a una palabra que yo algún día me callé.
Alguna vez pensé que escribir es una terapia en sí misma. Liberar al cerebro del herrumbre, puede sonar como la mejor de las comunicaciones. El cerebro navega libremente, solo necesita mis manos y una acorde velocidad de dactilógrafo, para llegar o no a un puerto. “A la deriva” fue un cuento que alguna vez me sorprendió escribir, ahí sí que rompí mi estilo coloquial, objetivo o serio. Ese día me di cuenta que tenía motivos para comunicar por escrito, pero quizás desde ese día sigo a la deriva, porque no regrese a esa confusión de estilos literarios que resultó el cuento, sino que me mantengo en un desvío de preguntas, que por ahí es el único interrogante ¿Adónde voy?
Hay historias que planificamos, y muchas otras que solo obedecen a impulsos. ¿A cuál creen que pertenece esta? No sé si podrán contestarla, porque quizás no llegaron nunca hasta esta línea. Pero regresando al titular que me despertó escribir, sigo buscando a esa otra persona, y en ese deseo continuo en una repetición, buscando una verdad que en este caso, es un deseo, y aunque muchas veces no lo descubra, o ni siquiera esté a la altura con lo que revele el ejercicio de tipiar caracteres.
Voy terminando y creo que no hay idea. Quizás esta entrada es producto de una noticia familiar muy triste que me turbó en el fin de semana. Tal vez, sentarme a escribir es tratar de estar cerca de ese afecto perdido, de darle contención tardía a dudas similares. A esas preguntas que motivó la entrada, sintetizada en una sola ¿Es esto hacia dónde queremos ir? Yo voy a seguir buscando el camino, aunque siga a la deriva…
PD: recuerdo para un alma buena que su dolor me ha obligado a preguntar tantas cosas.

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