jueves, 26 de junio de 2014

Hace calor



“La única ventaja de jugar con fuego es que aprende uno a no quemarse”
                   Oscar Wilde



En poco más de diez minutos, alcanzamos esa imagen hipnótica. El fuego comienza a tomar fuerza; a su alrededor, a la gente del pueblo sólo les queda la extraña capacidad de dejar atrapar sus miradas por las llamas. Es un fenómeno que se repite desde los orígenes, la extraña lucha contra los elementos. Pero en las noches de los 23 de junio, por única vez deseamos que la pira arda, porque será el símbolo de una renovación, aunque como tantos contrasentidos que presenta la vida, se trate de una renovación que se repita a cada año.

La noche de San Juan es mágica, por eso a lo largo de la historia se han ido conservando una serie de rituales y supersticiones. Ritual para tener o mantener la suerte, para mejorar la salud, para encontrar o renovar el amor, para que se cumplan deseos postergados o imaginados. Los supersticiosos aguardarán con expectativa que reduzca la altura de la hoguera, para saltar a través de ella, ya que la leyenda anticipa que tres saltos a través, ayuda a tener un buen año.
“Quién madruga el día 24 no pasará sueño el resto del año”, es una de las tantas frases que se vinculan con la fecha veraniega que honra el nacimiento de San Juan. Si no hay error en la información buscada, es el único santo del catolicismo al que la Iglesia conmemora el día de su nacimiento y no el de su muerte. San Juan Bautista fue quién bautizó a Jesús, esta festividad también se relaciona con el agua. Pero el fuego es el principal atractivo, porque el mismo San Juan ofrendó con una hoguera el nacimiento del niño, para anunciarlo.
Y cada cultura le agregará su impronta a la noche más corta del año. Es una fiesta pagana anterior al cristianismo, donde la gente del campo agradece la llegada del verano, el éxito de las cosechas y del disponer de más horas de luz diurna para prolongar las tareas. También, y sin disimularlo, disponer de más tiempo para la diversión.
Las veces que observé las fotos que ha sacado Fernanda sobre este festejo, más me detuve en el observador que contempla las llamas. Reconocer a los amigos, a los conocidos del pueblo, casi todos en una actitud de festejo o de alegría, es como una señal esperanzadora de que las cosas mejoren para los que les va mal, o para que continúen igual para los que están bien. Es increíble esta sensación, en estos ritos donde se agrupa la gente, no todos guardan el mismo deseo, me recuerda a una noche de fin de año, donde en medio del griterío por las doce campanadas ya consumidas, mientras deseaba en el beso a mi esposa que nuevos aires nos arroparan, una familia amiga anhelaba al mismo tiempo, que todo continuara como hasta entonces. Y por eso se trata de un milagro el compartir festividades.

En el País Vasco existe una enorme tradición de magia y brujería en esta fecha. En 1610, el tribunal de Logroño acusó a 31 vecinas de la localidad de Zugarramundi (en la comarca del Batzán y a 80 kilómetros de Pamplona, en Navarra) por ejercer la brujería, condenando a 11 de ellas a morir en la hoguera. El pueblo conserva aún las cuevas donde se realizaban los aquelarres (rituales donde las brujas veneraban a Aker, o Macho Cabrío), y en las proximidades de la verbena de San Juan, se representan esa reunión de brujas o brujos, bailando al son de una txalaparta hasta que aparezcan los zarpantzar, curiosos personajes de la mitología vasca, que hacen sonar sus cencerros para ahuyentarlas. En distintas oportunidades, presencié la sanjuanada en el municipio vecino a Plentzia, en Barrika, donde una producción plagada de rituales, brujerías y magia, convertían la hoguera en un elemento casi secundario.

Y esa noche tratamos de bajar todos en busca de la hoguera más cercana. A partir de las 8 de la tarde, es común ver estelas de humo en los distintos puntos cardinales de la famosa ventana de la cocina de mi casa, que marca los avatares de este pueblo. Monte, casco antiguo y ría, pobladores habituales, dejan un pequeño pero importante lugar al humo y a los distintos colores que arrojan el paso del fuego. Porque en el consumirse de una hoguera tendremos variedad de colores, solo hay que combatir el negro del humo, que significa que no hemos dado con el material adecuado para la combustión o que se está terminando. Porque el fuego puede ser rojo, y se lo agradeceremos al litio; el sodio hará que se vuelque hacia el anaranjado; el hidrógeno y el carbono darán ese contenido violáceo a la llamarada, y el cobre proporcionará algo de verde a esa llamarada azulada.
Volviendo a las fotos que recuerdan esta festividad, las mejores imágenes son aquellas que captan la oportuna chispa que da la sensación de variedad de luz ante la noche declarada. Sin ser especialista en fotografía, la velocidad del obturador es importante para difuminar el fuego, y la gente alrededor en posición fija, sin moverse, ideal para que se transmita calma y sosiego. Prueben mirar una foto donde se note movimiento de la gente, la sensación será la de caos, la de incendio como destrucción y no como liturgia.
La noche del pasado lunes, coincidió con la visita de un primo de Fernanda. La posibilidad de compartir con él la hoguera en el molino de Plentzia, le daba un nuevo matiz a la jornada. Casualmente, Tomás meditaba los alcances de su viaje de iniciación, cuyo objetivo es cumplir un cometido rompiendo estructuras. Y al llegar a casa se encuentra con la posibilidad  de una hoguera que renueve ilusiones y esperanzas, y seguramente se ha de agarrar al rito, como todos nosotros. Son esos pálpitos que denominamos corazonadas o señales. Como nosotros, habrá contribuido con un papel con intenciones a alimentar por más tiempo el alcance de la fogata.
Y yo, el menos ceremonioso de los paganos, dejé de lado la quimera de los resultados de Brasil-Camerún y México-Croacia para acercarme al molino cuando la ceremonia ya estaba bien iniciada. Antes de hacerlo, dejé de lado mi habitual escepticismo para, en un folio en blanco, resumir que cosas necesito que se quemen en mi vida, que aspectos de mi personalidad deseo que el fuego renueve o delinee, que objetivos me mueven a pedirle a la ceremonia que me ayude a salir de momentos difusos y a creer que esa llama que sube puede ser un reflejo de mi espíritu, que anhela liberarse y crecer, gracias a la combustión de la vida misma. Con todo el dolor en el alma, decliné de ver la repetición del gol de Neymar, y bajé para estar con Fernanda y nuestros amigos con sus hijos, y solo pedir cosas que están a mi alcance, que es cambiar las horas bajas.
Y entonces busco la compañía de Fer, en el camino saludo a casi todos los pre-benjamines del equipo de fútbol, que como en todo el año, no se están quietos; me acerco a la ilusión de Luka o Lucía, o alzó a Katalina y veo reflejado en esos dulces ojos el contenido de una llama, que deja de ser la del fuego ocasional para ser la lumbre de las nuevas generaciones, esas que también regalan vida. Y para coronar la velada, nos asustamos juntos ante la presencia del toro de fuego, otra de las incorporaciones llamativas en esta experiencia de vida. Mientras los niños lo encaran y reculan en partes iguales, yo solo espero que esta vez ninguna chispa arruine mi camiseta, tengo la ingrata costumbre de acercarme a esos mamíferos de hojalata con mis mejores prendas.
Y allí termina mi ceremonia, no tengo resto como para prolongar la velada en la zona de la playa. El elemento agua lo gozo todo el año, no hay nada que me transmita más paz que el renovarse de las corrientes, o las distintas tonalidades de la ría plenciana. Para mi es más que suficiente abarcar la noche más corta del año con el culto al fuego. Mis intenciones en el papel ya son ceniza, quizás se esté produciendo la renovación. Hay una tarta de espinacas en el horno que anticipa una tranquila cena familiar, y todavía queda más del segundo tiempo de los mexicanos ante Croacia. La foto de este San Juan llegará de manos de algún amigo, el fuego como imagen sin forma, quizás representando el fin del estatismo involuntario…

“Dos rojas lenguas de fuego que a un mismo tronco enlazadas se aproximan, y al besarse forman una sola llama”.
                                                                          Gustavo Adolfo Bécquer
                                                                                            

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