lunes, 14 de abril de 2014

Diez años después



"En una buena ordenación de las cosas públicas, la masa es lo que no actúa por sí misma. Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida, representada, organizada. Pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por sí". José Ortega y Gasset filosofa a través de La rebelión y las masas. Y escribió más adelante: "Cuando la masa actúa por sí misma, lo hace sólo de una manera, porque no tiene otra: lincha". El libro se comenzó a publicar en formar de artículos en el diario El Sol en el año 1929, para unos meses después convertirse en libro emblemático sobre la idea que él llamaba del hombre-masa. Este hombre masa aspira a vivir sin supeditarse a moral alguna.


En diciembre de 2011, en vistas de la investidura de la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, y faltando poco menos de una semana para que el Vicepresidente, Julio Cobos, abandonara su función y pusiera fin a una tirante y atípica relación gubernamental, el periodista Horacio Verbitsky, quien preside el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales), una ONG orientada a la promoción y defensa de los derechos humanos, consultado en 360TV sobre si Cobos seria o no quien le entregaría a la Presidente el bastón de mando y le tomara juramento, respondió: “Andate, Cobos, la puta que te parió”, ante la sonrisa digamos de sorpresa o cómplice de la periodista. Luego insistió “Creo que fui suficientemente expresivo”. Eran épocas de elecciones ganadas por el 54%. ¿Pero no era un aviso? ¿Así maneja la dicción u oratoria o el confronte un encargado de velar por los derechos humanos?

Algo atrás en el tiempo, en diciembre de 2010, el Canciller Héctor Timerman, titular del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, al asistir a un acto de inauguración de una biblioteca popular, coreó a voz encendida y con micrófono en mano, sobre el mismo Vicepresidente:  “Ándate, Cobos, la puta que te parió”. En ese entonces, un abogado lo denunció por incitar a la violencia y violar la ley de ética en la función pública. El abogado destacó en su denuncia que “hechos como los descriptos generan inseguridad en la población”. Entonces, ¿había gente que podría reconocer un diagnóstico de una violencia que nadie reconocía?

Se podría seguir recurriendo al archivo y encontraríamos a muchos más que un líder de ONG o Canciller encargado de las Relaciones exteriores de un país, bajando mensajes de violencia en forma casi razonada en los últimos años. No interesa el color de la militancia oficial o de la oposición, en eso están aunados. Lo mismo se puede recabar en los medios de comunicación con los encargados de transmitir y difundir la palabra, que han preferido visibilizar la sangre antes que el razonamiento. Por qué uno de los fenómenos más poderosos que se han dado en la Argentina de los últimos tiempos fue la devaluación. Pero como todo se rige por la economía, hemos descuidado la peor de las devaluaciones, nos quedamos prendados de las devaluaciones de las monedas, y nos distrajimos con la devaluación de la moral, de la palabra.

La vulgaridad es una forma de embrutecimiento. Y el embrutecimiento social ya estaba instalado en el país, pero la vulgaridad no permite reconocer la dimensión de los problemas. Había un amplio arco de registros, además del político. La violencia de género, la prepotencia e intolerancia del tránsito, riñas y peleas callejeras, riñas y peleas hogareñas o familiares, las barras bravas que son del fútbol y al mismo tiempo de las instituciones, la protesta social inorgánica y que al mismo tiempo no vela por los inconvenientes que genera al propio prójimo, al mismo compañero de otras desgracias, todos estos síntomas tienden a naturalizarse. Hay aplicaciones que te advierten de zonas donde hay marchas o piquetes para que intentes sortear el caos que generan. Y la naturalización da paso a la manipulación.

Y han manipulado sin miramientos desde todos lados. La propaganda oficial, los medios de comunicación afines o opositores, los políticos, los mercados, los especuladores, los patriotas, los que añoran irse, los famosos. Todos juntos distorsionaron la verdad, al nivel a tener temor a formular en voz alta tu propia opinión razonada. La justicia, elemento esencial en las sociedades, pasó a ser un elemento al servicio de intereses particulares. No resulta indiferente como la justicia hace el lobby de los poderosos, eso gesta un nuevo modelo de conducta, la masa lo procesa a su modo. No existe la justicia, al menos para la enorme masa que no ejerce poder económico, político o financiero. La justicia somos nosotros, la tomamos por nuestra propia acción o mano. Para verlo de manera más sencilla, basta salir con el coche junto a un amigo conductor que aplicará su propio manual, sus propias reglas de conducción y falta de convivencia. Si lo llegan a ver en esa área menor, trasládenla a los demás órdenes.

Y la élite del poder no quiso verlo. O lo vio y no pudo remediarlo. Prefirió la vulgaridad, prefirió ser el líder del hombre-masa y no del hombre pensante y evolutivo. Y el poder se asoció con el violento, con el narcotráfico, con el corrupto, con el especulador y fomentó la desigualdad, la corrupción policial, la falta de educación, las carencias sanitarias y el abandono de la justicia. Y al mismo tiempo, deseo trascender en el tiempo el viejo slogan de los agentes externos que nos perjudican, los malos están todos afuera. Si total, adentro no pasaba nada malo como para encarar.

Y si hablamos de vulgaridad, habría que hacer un repaso de la manera que optó nuestra presidente por comunicarse con el pueblo. Descartó la comparecencia ante las instituciones o los medios porque estaban manipulados y optó por un supuesto cara a cara a través de la cadena nacional. Y optó por no comunicar nada, por mostrarnos un alfajor o por exhibir con liviandad o frivolidad desconcertante la oratoria sobre cualquier tema. Lo actual que perjudica la gestión lo ignoró o dijo que eran sensaciones tendenciosas, al disidente lo investiga en el acto, sabiendo que casi todos tienen algo que está fuera de la ley. Lo histórico lo trajo al pensamiento de la actualidad, es decir dejó de lado el trasfondo que es indispensable para comprender una época. No dialoga, da cátedra. Pero no se informa, recrea la vulgaridad de una presentadora de programa de entretenimiento sentada en un escritorio a la espera de mejorar el share de su programa. Y recibe el aplauso permanente de otro hombre-masa, aquel servil que quiera pertenecer al negocio, hacerlo propio en alguna escala y gritar al mundo que se está haciendo historia.

Y de tanta banalidad, la sociedad- masa es incapaz de distinguir lo que es el bien y el mal. Y la sociedad normal también se infectó del mal. Y el mal consistió en dividir entre supuestos buenos o malos, como si uno fuera una cosa y nunca la otra. Todos somos buenos, es otra característica del ser humano. El malo es el otro. Y el malo que flota permanentemente sobre nuestras cabezas y no podemos focalizar es peligroso. Esa necesidad de reconocer al malo, al causante de todas nuestras miserias como país putrefacto fue manejado por el poder político, que entregó a algunos malos para dar a entender que se llegó a un diagnóstico rotundo y que en breve, se procedería a remediarlo. Eso dio forma a la traza, a la línea imaginaria que nos dividió aún más. Los de arriba y los de abajo, los que están allí y los que están aquí. El otro deja de ser un semejante para dar rienda suelta a la violencia hacia el supuesto mal. Burgueses, gorilas, terratenientes, golpistas, cabezitas negras, piqueteros, pingüinos, son frases que escupen unos a otros. Pero hay una que la usan indistintamente los dos bandos: fachos o fascistas. Y esa era otra señal. En el país donde comenzaron de cero las victimas y los victimarios del fascismo en la Segunda Guerra, sesenta años después se aunaban para hacer una sociedad horrenda, donde hemos perdido el rostro para solo reconocer el mal como semblante.

Y desarrollamos el fascismo mágico. Porque por suerte, solo escogieron la propaganda. La vulgaridad solo necesitaba de un delirio propagandístico para maquillar una realidad, para darle contenido de gesta, de fiesta. Y la propaganda quiso que gobernara la ficción. De ahí sloganes de los que a lo largo de la historia nos han considerado tan creativos. “Somos derechos y humanos”, “Un país de buena gente”, “Yo creo en Dios”, “No hay vencedores ni vencidos”, “Con la democracia se cura, se come y se educa”, “Los niños ricos que tienen tristeza” o “la década ganada” hicieron que la propaganda no fuera letal como lo fue finalmente el fascismo. Y el que intentaba romper la ficción, el hechizo, era la cara del mal, el imperialista, el cipayo, el pagado. Y era escrachado. Y entonces, para defenestrar al que lo llamaba nazi, le restregaban que nunca había habido tal libertad de prensa en este país, donde uno le podía decir hijo de puta al otro sin grandes consecuencias. Era un error semántico del diagnóstico, producto de la vulgaridad, de la frivolidad del que dejó de informarse. No eran nazis, eran fascistas.

Y el escrache lo hacen todos, todos se sienten víctimas. Si en el fútbol te escrachan por tener la camiseta de otro equipo, como no iba a trascender esa característica tan nacional si la oficializaba el Estado. Y el escrache generó violencia al mismo tiempo que paralizaba, que daba temor. Y las lenguas se paralizaron, y las voluntades fueron domadas. Y se presenció con pasmo el deterioro. Y la vulgaridad se convirtió en frescura, se antepuso al “hipócrita” que guarda las formas, no está de acuerdo e intenta convivir, aun denunciando la mentira o falta de criterio del frívolo. Y los escrachadores fueron escrachados, y unos y otros siguen sin dialogar y culpan al otro de ser un faltón. Se hace justicia insultando, humillando o burlando. Después de un partido de futbol, aparecen los carteles que dicen ser folclore y solo es deshonra o degradación. El futbol es el termómetro de nuestra sociedad. No lo queríamos ver.

Y otras frases que no son sloganes, son parte importante de nuestro acervo. “Ya llegué” es una frase liberadora, cuando le avisas al otro que no te ha pasado nada al volver de la calle. “Mirá el coche que tiene. Debe tener una empresa con toda gente en negro”; “Mirá la mina (mujer) que tiene, debe tener toda la plata”; “Crucemos, el morochito de la gorra debe ser punga (ladrón); “Cuidado, esos dos en moto deben ser motochorros” ó “A los de los barrios cerrados les molesta los derechos sociales conquistados en estos años”. Digamos que todos estos dichos son mecanismos de defensa. Y se los fomenta. Creo haber leído que la Presidente dijo algo así: “Los que tienen plata, toman (droga) de la buena”.

Y como la vulgaridad es la esencia del país, la Presidente se refirió por primera vez a los linchamientos comparándolo con la noche de los cristales en la Alemania de 1933, y como excelente historiadora que cree ser, sólo recomendó que vieran la película “Cabaret” a los que les gusta la historia, sin considerar que a los que les gusta la historia, la leen o la investigan y eso es lo que se debe estimular. Solo miran películas aquellos que no tienen condiciones o suman demasiada comodidad o embrutecimiento para entender las cosas. A la ignorancia histórica se sumó la habitual frivolidad, pero se sumó la distinción que todos hacen cuando están preocupados por la intolerancia del otro, volver a mencionar el fascismo como mal ajeno. “Esto de la venganza es de la prehistoria, es del estado del no derecho” anunció. Y vuelve la palabra distorsionada, como si una frase cierta como lo es no fuera de parte de una persona que autoriza la venganza de sus acólitos, en nombre de un estado de derecho.

El linchamiento ha sido estudiado en la psicología social del fascismo. Nace de la frustración, se nutre del prejuicio y busca chivos expiatorios. Avanza hasta el odio y termina siempre en la violencia. El delito es sistemático y el autoritarismo de todos, determinan quien será más victima que el otro. El linchamiento es barbarie, la convivencia pierde terreno y la desorganización domina la sociedad. La educación puede sacar a un país de la barbarie. Pero de momento priva la frivolidad, la vulgaridad y el embrutecimiento sistemático. El educado en el país es el aguafiestas, el aburrido.

Las palabras linchan, la vulgaridad mata, el cinismo es cómplice. Para terminar, el embrutecimiento estuvo presente en un encuentro federal de la palabra, donde la cadena nacional nos permitió ver como se transcribe parte de la historia. En un gobierno semántico, la palabra puede divulgar, pero termina escondiendo o manipulando lo existente. En menos de 30 segundos Pepe Soriano mencionó a Pablo Neruda, Dijo algo así entre ovaciones de acólitos: “Dice Neruda se llevaron todo: Se llevaron el oro, se llevaron la plata, se llevaron todo. Pero sin darse cuenta, desde las cabalgaduras, se les iban cayendo como piedras preciosas, las palabras. Se llevaron todo, nos dejaron las palabras.” Podría tranquilamente haber transcripto el texto correctamente, si mencionamos lo dicho por alguien se debe proceder textualmente, un encuentro federal de la palabra lo ameritaba. Pero todos somos presas de la devaluación o putrefacción de la palabra. Por eso, les regalo el final correcto de La palabra, de Confieso que he vivido, para que al menos Pablo Neruda no sienta que se han llevado todo, también el contexto de su palabra.


Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos... Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas encrespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo... Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas... Por donde pasaban quedaba arrasada la tierra... Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes... el idioma. Salimos perdiendo... Salimos ganando... Se llevaron el oro y nos dejaron el oro... Se lo llevaron todo y nos dejaron todo... Nos dejaron las palabras.

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