martes, 22 de abril de 2014

Cinco días de soledad



"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo eran entonces una aldea de 20 casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo".


Con Gabriel García Márquez se va el escritor que me inició a la adolescencia literaria. Él fue quien me ofreció el placer de una lectura fácil, sencilla, profunda en imágenes y sensaciones, me regaló una experiencia alucinante. Era el año 1982, el mismo en que le otorgaron el Premio Nobel de Literatura. Apenas tenía 15 años, pero tuve plena conciencia de saber que era el momento de dejar a Julio Verne, Emilio Salgari y cualquier libro de la colección Robin Hood o similar, para entrar de a poco en lo que llamamos literatura.

Cien años de soledad era el primer libro extenso al que me enfrentaba. Y lo estaba haciendo por propia voluntad. Como muchos, tuve que enfrentarme a ese frondoso árbol genealógico de los Buendía para comprender los tiempos de cada personaje, el paso de las siete generaciones que encabezaran José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán. Alimentó en mí la fiebre de una pasión desconocida que era la belleza femenina a través de Remedios, la bella, ícono en la cuarta generación. Hija de Santa Sofía de la Piedad y de José Arcadio, el del pene descomunal, representaba la belleza fatal. Y vaya si la representaba, que provocaba la muerte a todo aquel que se enamorara de ella. El realismo mágico en su máxima expresión, pues el personaje no murió, simplemente un día ascendió al cielo en cuerpo y alma.

El personaje de Remedios, la bella, soltaba un halo de perturbación, que seguía siendo perceptible varias horas después de su paso. "Hombres expertos en trastornos de amor, probados en el mundo entero, afirmaban no haber padecido jamás una ansiedad semejante a la que producía el olor natural de Remedios, la bella. En el corredor de las begonias, en la sala de visitas, en cualquier lugar de la casa, podía señalarse el lugar exacto en que estuvo y el tiempo transcurrido desde que dejo de estar." Fue la criatura más bella que ha conocido Macondo, y nadie duda que su belleza más allá de lo físico, radicaba en su alma, en su pureza e inocencia.

Y Macondo fue el otro nombre que perduró en el tiempo, al mismo nivel que cualquiera de las generaciones de Buendía. Aldea mitológica, todo allí era posible: habitantes más que centenarios, varones que procreaban gozosamente hasta la ancianidad, espíritus o muertos que aparecían y convivían, destrucciones sobre naturales. Macondo soportó un diluvio por cuatro años, once meses y dos días; tuvo la peste del insomnio con la cual, los que se enfermaban, dejaban de dormir y olvidaban el nombre de las cosas; tuvo también la lluvia de las flores a la muerte de José Arcadio Buendía: "Tantas flores cayeron del cielo, que las calles amanecieron tapizadas de una colcha compacta, y tuvieron que despejarlas con palas y rastrillos para que pudiera pasar el entierro".

“Macondo, por fortuna, no es un lugar sino un estado de ánimo que le permite a uno ver lo que quiere ver, y verlo como quiere”, lo definió alguna vez el propio García Márquez. Para muchos existe, lo asocian con la niñez de Gabo, creen que es Aracataca sin agua, sin luz, sin vías, sin nada. En realidad el nombre viene de una finca bananera, que él debió ver varias veces en su niñez, cuando pasaba en el tren y le llamaba la atención el nombre en letras blancas sobre un fondo azul. Se quedó con el nombre, y de adulto comprobó que le gustaba su resonancia poética. De una finca pasó a ser el lugar adonde muchos quisimos llegar alguna vez, un rincón inolvidable en la memoria.

Cien años de soledad se publicó por primera vez en Buenos Aires, en 1967. Su primera tirada, de casi ocho mil ejemplares, fue vendida casi de inmediato. La novela me adentró desde casi las primeras líneas a un mundo lejano, pero misteriosamente cercano. Lo que muchos definieron como “realismo mágico”, lamentablemente para los sudamericanos, es simplemente, la mención del desarrollo normal de las cosas. Los europeos lo redefinieron así y fue un boom, un enamorar a través de las páginas, suscitando emociones y expresándolas. Es una actitud ante la realidad, casi todos hemos crecido con los cuentos de la abuela y los chismes o brujerías de las tías.

Volví a leer Cien años cumplidos mis treinta. Esa vez, el realismo mágico estaría presto a desaparecer –o moderarse- de mi espíritu y pude entender una frase que se supone que se le atribuye a Jorge Luis Borges: “A Cien años de soledad le sobran 50 años”. La primera vez que escuché esa frase me enojó, como me enojaba el no entender la lectura de Borges. Pero con el tiempo, al disfrutar su lectura, y re encarar la novela culmine de Gabo, intuí que estaba de acuerdo con parte de esa frase. No sé si cincuenta, pero creo que en los últimos treinta años o en las últimas cuarenta páginas ya era hora de redondear la historia.



"El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo."

Crónica de una muerte anunciada fue su novela negra. García Márquez no quiso que el lector se tentara por ir al final para ver si se cometía o no el crimen. Lo mencionó en la misma primera frase y la novela no perdió nada de encanto, creo que ahí radicó gran parte de su éxito. La gente pudo descansar de la intriga y dedicarse a leer con calma lo que finalmente aconteció.

La historia se va sucediendo a partir de saber que Santiago Nasar fue asesinado. El testimonio de los diversos protagonistas y sus circunstancias escalonan una excelente novela corta, una eficaz pieza de relojería donde el pueblo parece ser el principal protagonista, con sus tabúes, moral conservadora o las tradiciones típicas del ambiente rural, su machismo o el sentimiento de venganza obligado por un cruel código de honor.

Publicada en 1981, representa una unión entre periodismo y literatura. Los hechos son reales, sucedieron en 1951 en Sucre, y García Márquez tomó la acción central, el escenario y las circunstancias alterándolo narrativamente. En las dos o tres veces que abordé la historia, siempre sentí la necesidad de que no llegaran finalmente a acuchillar a Santiago, que los mensajeros lograran llegar a tiempo o que la puerta de su casa se abriera. Era tan anunciado el dislate que cada vez que encaré la lectura, Santiago Nasar ha vuelto a morir dramáticamente, y mi decepción tampoco decrece con el tiempo.




"Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino  de los amores contrariados. El doctor Juvenal Urbino lo percibió desde que entró en la  casa todavía en penumbras, adonde había acudido de urgencia a ocuparse de un caso  que para él había dejado de ser urgente desde hacía muchos años. El refugiado antillano Jeremiah de Saint-Amour, inválido de guerra, fotógrafo de niños y su adversario de  ajedrez más compasivo, se había puesto a salvo de los tormentos de la memoria con un sahumerio de cianuro de oro".




Si cien años de soledad tuvo que esperar 20 años para ser escrita, y Crónica de una muerte anunciada, 30, El amor en los tiempos de cólera tuvo que esperar toda una vida para poder ver reflejada la historia de amor más consecuente, más fiel y perseverante. A través de la historia entre Florentino Ariza y Fermina Daza, recrea el difícil y mal visto noviazgo que tuvieron los padres del propio García Márquez. Mediante un lenguaje lleno de riqueza y versatilidad, el escritor colombiano narró un mundo que se asemeja, más de lo que podemos pensar, al mundo en que vivimos.

Una historia que confirma la tenaz perseverancia de un amor que se prolonga hasta la muerte. Juventud, esplendor y decadencia, con un realismo poético muy descriptivo que nos permite reconocer sentimientos como el amor, amistad o la familia. Esos 53 años, 7 meses y 11 días que Florentino Ariza aguarda para hacer el amor con su amada Fermina Daza en el barco Nueva Felicidad sintetizan el triunfo ante las trampas de la pasión, las burlas de la desilusión o los espejismos del desengaño por los que transitó Florentino, y que alguna vez, también encontró a cada uno de nosotros envuelto en alguna de esas peripecias.

Gabriel García Márquez ha cautivado a gente de diversas culturas. Lo conocí a los 15 años, y desde la primera lectura me pareció un clásico. Luego descubrí a Shakespeare, a Cervantes, a Goethe, A Vargas Llosa, y así, uno a uno, a casi todas las grandes plumas. Hacía años que lo tenía olvidado, sus libros reposan en la biblioteca de la casa paterna, bien resguardados por el plástico que cubre el polvo y el paso del tiempo. Puedo presumir de tener casi toda su obra y espero en breve, alardear de que la he vuelto a leer al completo. Y espero sentir, como en el final de El amor en los tiempos de cólera, que vuelvo a sostener un suspiro ante la perseverancia del sentimiento que más nos moviliza, el amor eterno.

46 años, 10 meses y 12 días después del lanzamiento de Cien años de soledad, fallece Gabriel García Márquez. Yo tengo 3 meses y 3 días más que la obra que simboliza el realismo mágico. Y mi mujer, desde la ventana de la casa que compartimos en Barcelona con mis amigos, los Urrutia, me avisó que García Márquez había muerto. Su muerte revivió mi recuerdo, me obligó a recordar un sentimiento infinito, a reconocer con culpa que le debo mucho a su existencia. A partir de ese momento, revisé en mi interior aquellas lecturas. Y deseé haber vuelto. Cinco días después, creo que lo sigo deseando. Espero tener la perseverancia de Florentino Ariza para lograrlo…


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