lunes, 7 de octubre de 2013

¿Qué hora es dónde vive mi hijo?



La madre patria adelantó los relojes sesenta minutos en 1942 y nunca más se recuperaron. En plena Segunda Guerra Mundial tanto España, Francia, Portugal y Reino Unido optaron por modificar su huso horario para adaptarse a los horarios de la Europa Central. Francia fue obligada por la dominación alemana. El Reino Unido optó por cambiarla para evitar confusiones horarias con los aliados. Supuestamente Portugal y España lo hicieron también por cuestiones bélicas. Pero al terminar la contienda, Reino Unido y Portugal volvieron a su huso habitual. Francia ni España retornaron: los franceses tenían parte de su territorio situado en el huso central, de ahí que optaron por unificar, y los españoles a través de una decisión de Franco decidieron no volver al huso occidental, donde si se sitúan las islas Canarias. De ahí algo tan habitual para los que escuchamos la radio en esta parte de la península: “Las ocho, las siete en Canarias”. Hoy está en discusión, se busca retomar la hora perdida y volver a antes de la guerra. Y para nosotros, los inmigrantes quizás es una manera de “estar una hora más cerca de nuestros familiares”.

A su vez, los países de Europa cambian al año dos veces su horario, con el objetivo de ahorrar energía. Este cambio se remonta a la Primera Guerra Mundial, aunque España lo adapta o adopta desde 1974. Generalmente el último domingo de marzo se adelantan los relojes una hora y el último domingo de octubre, se recupera. El cambio se toma a partir de las 2 de la mañana en los inicios de la primavera, pasando a ser las 3 horas. En el ajuste que se nos avecina en unas semanas, el proceso se cuenta a partir de las 3 horas de la madrugada, devolviéndonos a las 2 horas y obsequiándonos una hora más de sueño.

También hay polémica sobre la efectividad de esta medida. Y también, como en casi todos los órdenes de la estructura europea, hay estadísticas que advierten de los cambios a los que el cuerpo y alma se exponen a la hora ganada o perdida en cada cambio. A mí no parece afectarme en demasía. Es que hay muchas cosas que me afectan, como para que una hora más o menos me haga mella en mi estima o economía. Pero sigue resultando curioso ver en los telediarios las explicaciones de los principios de sopor o las alteraciones del sueño o del humor ante el cambio de luz solar, con esa hora de diferencia que anuncian los médicos o psicólogos como notas obligadas cada semestre.

Sí se modifica y es importante el saber si me separan cuatro o cinco horas con la Argentina. Mis padres, con los que mantengo semanalmente mi contacto telefónico saben del cambio de horario. A mis amigos o familiares tengo que recordarles cada tanto que se ha cambiado la hora. Porque muchas veces los desencuentros que ya son bastantes por esa diferencia horaria se amplían, porque una hora más o menos a veces resulta muy cuesta abajo para mantener la rutina emocional de seguir contactado con aquella parte de nuestra vida. Estoy habituado a escuchar en mis conversaciones telefónicas o en las de mi esposa la siguiente pregunta: “¿Pero qué hora es ahora allá?”.

Los primeros meses de mi estancia en la península fueron complicados, entre otras cosas, a causa de la diferencia horaria. Tu mente se dividía, estabas conociendo un nuevo terreno y buscabas incorporarte a la sociedad, pero por otro lado, todo el tiempo tenías claro que hora era en Buenos Aires, y que estarían haciendo tus seres queridos. Tantas veces pensaba a primera hora de la mañana mía que mi vieja en su casa recién habría logrado dormirse, porque ella además de tener un horario de tiempo de sueño de por sí limitado, desde mi ausencia parecía profundizarse. Y cuántos días yo en mi necesidad de comunicarme con ellos debía esperar a por lo menos el mediodía nuestro para poder sentirme cerca de ellos. Eso sí, cuando nuestros relojes marcaban las doce del mediodía, las once en canarias, yo sabía que eran las siete en Buenos Aires. Y con la ayuda de la tarjeta de larga distancia, la gran compañera cuando skype no contaba, marcaba los únicos dígitos telefónicos que sé de memoria, para hablar con mi vieja y luego si se levantaba a tiempo, con mi viejo.

Y una de las preocupaciones más crueles que tenía en aquel momento y que hoy parece ir decreciendo, era que sonara el teléfono pasada la medianoche en la tranquilidad de Plentzia. Ese llamado tenía que ser de Buenos Aires y sólo podría tratarse de malas noticias. Por suerte, solo se dieron un par de veces y en ambos, se trataba de amigos despistados. Alguna vez, alguna amiga de Fer que atinaba a decir con aire distraído “¿estaban durmiendo”?, cuando para mi sorpresa y mientras intentaba averiguar mentalmente quién estaba llamando, miraba en mi reloj que eran las dos o las tres de la madrugada. En el caso de mis amigos, la palma siempre se la llevó el Nono, quien las pocas veces que me llamó, lo hacía en esos horarios. Y primaba la alegría de escucharle antes que mandarlo a la mierda o a “tomar por donde sea”, que dicen en estas tierras. A propósito, el Nono no me ha vuelto a llamar y con muchos amigos hemos ido perdiendo la habitualidad del contacto tanto telefónico como del correo electrónico, pero esto no es un reproche, quizás un tema para desarrollar en otra entrada de este blog. Como también sería de analizar como se mantiene la afinidad entre pares que convivian todo el rato y ahora nos separa un continente, un huso horario, una estacion climática antagónica y yo que me voy acostumbrando a pensar de otra manera en algunas cosas.

Recuerdo que durante tercer año del colegio secundario, la profesora Colina de geografía nos consultaba sobre una de las particularidades que podíamos observar durante el mundial de fútbol España 1982 que se desarrollaba en el mes de junio, cerca del verano europeo. “¿Qué particularidad notan durante los partidos”, preguntó la Colina. “Que los partidos que se anuncian a las 9 de la noche se suelen jugar con luz natural hasta casi su final”, fue mi tímida pero segura respuesta. Porque yo en geografía era muy bueno, pero en lo relativo a los partidos del mundial era buenísimo. Y sí, esa era la particularidad que la profesora quería remarcar en ese momento del programa de geografía, que seguramente trataba de Europa. Y ese recuerdo viene a cuento que yo siempre tuve en cuenta la existencia de la diferencia horaria porque el deporte ha sido siempre el regulador de horarios y fechas en mi vida, pero lo de las fechas podría ser también motivo de una entrada en otro momento de este blog.

Y entonces es hora de un sinceramiento de mi parte. Además del tema familiar, la otra gran preocupación mía por el cambio de husos horarios se lo lleva el deporte. Además del sinfín de desvelos que sufría, como el de entender lo que me hablaban en español cerrado mis nuevos compañeros de destino, en mi cabeza desde el lunes era intentar averiguar lo más pronto posible a qué hora jugaba River el siguiente fin de semana. En aquel entonces los horarios del futbol eran un poco más normales, y no estaba aún en juego el manejo kirchnerista para neutralizar el programa televisivo de Lanata poniendo un partido a las nueve de la noche, las dos en el País Vasco y la una de la madrugada en Canarias. Al principio no tenia televisión por cable (en realidad los dos primeros años optamos por no tener televisión en casa) y la manera de enterarme como salía River era la llamada telefónica desde el teléfono público que estaba al otro lado del puente, pegado al puesto de periódicos de Javi. Entonces, a la salida del Biritxi, cumplía con mi llamado a casa de mis viejos y me embargaba la emoción de saber cómo había salido el millonario. Y para que la sorpresa vaya en aumento de los que me lean (la sorpresa inicial es que me lean) muchas veces me detenía a llamar primero a algún amigo, porque como mi viejo es de Boca, muchas veces atendía con ganas el teléfono y jugaba con mi desesperación, porque el viejo zorro ya sabía cuál era mi preocupación principal y solía arrancar con “tengo malas noticias”. Si  a eso le sumamos que la mayoría de las veces yo llamaba bajo una molesta lluvia que aquí denominan chirimiri (llovizna o la garua de nuestros tangueros), a mi viejo lo odiaba literalmente. Y qué en los momentos que aún jugábamos Copa Libertadores, me he llegado a levantar a las cuatro de la mañana y cruzar el puente solo para saber el resultado de River y para que digan que soy un enfermo, una vez cuando perdimos en semifinales  contra Boca y por penales, esa noche no pude dormir por sintonizar una radio en internet en lo de mi amigo Matías y no dormí al errar Maxi López el último penal millonario.

Relacionado al deporte, si algo me gustaba de vivir en Buenos Aires era que un domingo a las nueve de la mañana tenía cada dos semanas, carreras de Fórmula 1. Ahora tengo asumido que el horario central europeo lo destina a las dos de la tarde, y muchas veces choca con la necesidad de Fernanda de salir a pasear o a cumplir obligaciones de almuerzos con amigos. He estado en la comunión de Federico peleando con varios de los comensales por un excelente lugar en el restaurante cercano al televisor de plasma para ver las peripecias de Alonso, Vettel o Hamilton. Y qué decirles que cuando visité Perú para conocer Cuzco y Machu Pichu, me encontré con que Perú tiene dos horas menos de diferencia con Argentina (seis o siete con España). Y levantarme un domingo a las siete de la mañana en la pensión de Jordan, en Cuzco, donde paramos tres semanas y poder ver la Fórmula 1 a esa hora y luego terminada, el calcio italiano, me llevo a considerar seriamente radicarme en ese país para poder disfrutar plenamente de los fines de semana.

Las navidades y fines de año son un contratiempo para el tema de la diferencia horaria. En esa época del año la distancia es de cuatro horas. Pero son insalvables esos 240 minutos. Si me llaman mis viejos a mi hora para felicitarnos, debe ser para ellos como que le adelanten el final de una película, nosotros estamos ya transitando un nuevo año y ellos aún no se han arreglado para pasar la fiesta con mis suegros. Si queremos llamar a las doce de ellos, con el correr de los años se hace casi imposible, debemos reconocer que nos hacemos viejos y no podemos aguantar despiertos hasta las cuatro de la matina. Es que ya no salimos toda la noche como cuando nos negábamos a dejar de ser adolescentes y aguardar casi por inercia las siete u ocho de la mañana para desayunar con el Clarín en la Farola un café con leche con pizza o con tres medialunas, para luego creer que volvíamos victoriosos a nuestros hogares.

Retomando la polémica actual por devolver a España el huso horario occidental, que le corresponde según el meridiano de Greenwich, los entusiastas por que eso suceda, argumentan su posición como “un gran error histórico que explica en parte porque en este país se come y se cena más tarde que en el resto de Europa”. Solemos almorzar sobre las dos y hasta las tres de la tarde y cenamos a las nueve de la noche. Pero según la posición del sol, lo estamos haciendo a la una o a las ocho como lo hacen normalmente el resto de los mortales. El almorzar tan tarde solo genera que la mañana se nos haga eterna, porque desayunamos a las 7 u 8 y entonces “estamos obligados” al tentempié o “marianito” (para los de allá tomar un Martini o vermut) para engañar el estómago y cambiar de aires en el respectivo trabajo. Esa apreciación no es mía, me cansé de escucharla cuando aun no comprendía como el que entraba al bar a desayunar, volvía al mediodía para engañar al estómago y retornaba a las dos de la tarde para el vino blanco antes de abordar el menú del día en el restaurante de al lado, para regresar (y van…) luego del almuerzo para tomar el café, el puro y el chupito de orujo. No era una joda?, lo sigo creyendo y mas allá de un huso horario, creo que es una costumbre arraigada que aun supera al cambio adoptado por Franco para congraciarse con Hitler.

Pero a veces me afecta. Porque a las tres de la tarde de aquí o a las nueve de la noche, suena el teléfono y del otro lado del charco nadie espera que uno esté a punto de sentarse a la mesa, y las tarjetas de larga distancia suelen durar media hora y muchos de mis seres queridos las destinan en exclusiva para mí o para nosotros. Y tantas veces escuché la reprobación de mi esposa no porque nos llamaran a esa hora, sino porque yo no soy capaz de decirles delicadamente que estábamos comiendo, que los llamamos nosotros en un cuarto de hora.

Y para terminar con el galimatías de la diferencia horaria, en casa tenemos nuestros propios relojes, a los que Fernanda suele darle determinados usos, no husos. En la cocina, el reloj adelanta 15 minutos, es un proceso que ella utiliza para no sentir tan fehacientemente que va a llegar tarde a todos lados. El problema es que yo, más de una vez, me he confundido con ese reloj de pared y me encontré en la estación de metro 15 minutos antes de lo previsto. Lo bueno de esto, es que siempre tengo mi libro a mano, y al menos podré dedicar ese cuarto de hora a un poco mas de lectura.

En el mundo hay más de 24 zonas horarias. Entre la primera y la última, por orden cronológico superan las 24 horas de diferencia. En total son 39 zonas horarias oficiales diferentes, más alguna no oficial, con un recorrido total de 26 horas. Es extraño el mundo del horario oficial, la mayoría se mide en horas completas por encima o por debajo de la hora de Grenwich. Pero hay regiones que prefieren usar múltiplos de media hora, un ejemplo, Venezuela puede tener una diferencia de 6:30 horas con España. Pero todavía hay quién va más allá y mide sus diferencias horarias en cuartos de hora. Es el caso de Nepal, que separa a España en 3:45 horas, siempre por delante. Viendo las particularidades de cada caso, nosotros los argentos podemos sentirnos beneficiados por las cuatro o cinco horas redondas que nos separan de casa. ¿Se imaginaron explicar en cuartos de horas la diferencia horaria a nuestros seres entrañables? Que castigo!

Muchos de nosotros nunca hubiéramos contemplado estas particularidades horarias de no haber vivido un proceso migratorio. El deporte nos hubiera seguido marcando la existencia de estas rarezas y para los que tenemos parientes españoles o argentinos viviendo en España, cada cumpleaños recordábamos que debíamos tener cuidado a la hora de intentar la llamada internacional. Estoy hablando de los ’70, en aquella época muchas veces quedaba todo en una intención porque no sé si muchos de ustedes son de aquella quinta (o generación) y recuerdan que era una verdadera tómbola (o lotería) poder contactar al doble cero con la operadora internacional que te gestionara ese tan temida llamada de larga distancia, que te transportaba a otro mundo, a un túnel del tiempo, que hoy es tan frecuente en nuestra rutina diaria.

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