jueves, 17 de octubre de 2013

El arte de mentir a cada paso



Las relaciones humanas requieren de ficciones convenidas, la mayoría de ellas con efecto balsámico. No se podría convivir con alguien que dice todo el tiempo la verdad. Pero eso no significa que esté mintiendo. Muchas veces utilizamos convencionalismos para iniciar una conversación o para mostrarnos amables con nuestros pares. “¿Cómo está usted?. Yo, bien. ¿usted?. También bien, gracias por preguntar”, podría ser un convencionalismo típico de intercambio de información que no nos es necesaria, sólo responde a una cortesía. Pero no estamos mintiendo. Solo  que consideramos inoportuno o innecesario ante la pregunta de un conocido soltarle sin preámbulos: “¿Qué cómo estoy? Mal, me estoy por separar. Tengo migrañas constantes y hay días que tengo muchos gases. En el trabajo en cualquier momento me echan y para peor, no tengo excusas. He exagerado mi currículum, no entiendo mi trabajo, y tampoco  a mi esposa”.

Está claro que todos mentimos o exageramos, o simplemente no informamos. Pero el problema se genera cuando al adobar las relaciones, nos mostramos por encima de nuestras verdaderas posibilidades, y puede ocurrir que el grado de mentira o exageración nos termine superando. Nos convertimos en impostores. Y en la sociedad de hoy, la impostura es moneda corriente. Todo el tiempo transitamos personajes, de carne y hueso pero que se quieren parecer a personajes de ficción. Y mienten, y exageran, y manipulan. No hace falta bucear mucho en la memoria para descubrir a un impostor. Abrimos la prensa, prendemos el televisor y miramos un telediario o un programa de chimentos y llueven a montones. Y sentimos vergüenza ajena.
En nuestros grupos afines siempre tenemos un estereotipo del mentiroso, exagerado, fanfarrón, agrandado, chanta o jeta. No falta en ningún grupo humano. Muchos de ellos son entrañables, son el alma de nuestras reuniones, son aquellos que con sus exageraciones y aspavientos nos permiten llenar horas y charlas de sobremesa. También tenemos a aquel que cada vez que se nos acerca con alguna historia, tememos que quiera engañarnos o quitarnos algo que es nuestro. A esos los tenemos a distancia, nos resistimos a otorgarles nuestra confianza y mucho menos nuestra tarjeta de crédito.
La historia de hoy encierra a un mentiroso e  impostor. El personaje en cuestión es italiano y al trascender su historia, fue denominado como “el campeón italiano de la mentira”. La noticia me llegó a través del diario El país hace ya un par de años. Me pareció increíble, pero como en aquella época no lograba más que acopiar información a la espera de poder escribir algún día, fue reposando en mi interior (y en el disco duro de la compu) y recién hoy la desempolvo y la comparto. Mantiene vigencia porque al día de hoy, cuando descubrimos a un mentiroso, este no se da por vencido, deja que capee el temporal un par de días y continua impertérrito con su personaje. Lo malo es que muchos de ellos son presidentes, reyes, jefes de gobierno, ministros, diputados, senadores o alcaldes. En fin…
El 26 de febrero de 2010, una periodista italiana del diario La Repubblica, Paola Zanuttini, entrevistó a Philipp Roth con motivo de la publicación de “La humillación”, la novela que difundía en ese momento el autor americano, eterno candidato al Premio Nobel todos los años a causa de su prolífera obra. Al final de la entrevista, la periodista le trasladó una curiosidad: “-¿Por casualidad está insatisfecho con Barack Obama? En una entrevista que usted ofreció a un diario italiano, Libero, resulta que lo mencionó como antipático, además de ineficaz y deslumbrado por los mecanismos del poder”. La respuesta de Roth fue contundente: “-¡Pero si nunca he dicho una cosa semejante! Es grotesco. Escandaloso. Es lo contrario de lo que pienso. Considero que Obama es fantástico. Y encuentro al ataque al que le someten los republicanos muy parecido al que sufrió Roosevelt (…) Estoy muy molesto con esas declaraciones que me han atribuido. Nunca he hablado con ese Libero. Desmienta todo. Ahora mismo llamo a mi agente”.
Y llamó. Y además, se dedicó a investigar. Y encontró varias supuestas entrevistas realizadas con su nombre. Y le pasó el dato a otros escritores, como John Grisham, quien inició acciones legales contra el entrevistador. La noticia se difundió por los distintos medios italianos y el director del tabloide conservador Libero tuvo que pedir disculpas al tiempo que se desligó de la responsabilidad trasladándosela al autor de la entrevista, un freelance que colaboraba ocasionalmente con el tabloide. Y parecía asunto concluido, ya que en Italia parece no ser noticia la impostura. Acostumbrados a noticias inventadas o falsas, a chantajes realizados desde la prensa o desde los medios al alcance del gobierno de turno, ya nada llama la atención. Y mucho menos, una entrevista del suplemento cultural.
Pero Roth traspasa fronteras. Y Judith Thurman, escritora y periodista de The New Yorker se dedicó a investigar a fondo y encontró más de sesenta entrevistas ficticias a personajes de la literatura y del ámbito cultural a cargo del mismo impostor. Todas las entrevistas eran publicadas en diarios que no tenían alcance nacional y por cada una de ellas cobraba entre 20 y 40 euros. Desde 2006 al menos, la mayoría de las entrevistas eran publicadas en Il Piccolo de Trieste, vaya paradoja, la ciudad del escritor Claudio Magris.
La lista de entrevistados podría sumirse en una breve recopilación de nombres para darnos cuenta de las expectativas de este escritor al que no vamos a desvelar sus señas de identidad, el que quiera saber más de él, google y la pista “el campeón italiano de la mentira” les completarán la información. Además de Phillip Roth, podemos mencionar a los Premio Nobel de literatura Toni Morrison, Gunter Grass, Nadine Gordimer, Herta Müller,  Mario Vargas Llosa, José Saramago, V. S. Naipaul y J. Coetzee; también a  Scott Turow, el mencionado John Grisham, Gore Vidal, Wilbur Smith, Amos Oz, Abraham Yehoshua ó Meir Shalev. Fuera del ámbito literario, se animó con Lech Walesa, Mijail Gorbachov, el Dalai Lama y Noam Chomsky. Al momento de la aparición del descubrimiento gracias a  Philipp Roth, confesó estar preparando una gran entrevista con Gabriel García Márquez y tenía intención de “conversar” con el papa Benedicto XVI.
Que hace tan especial la noticia de este impostor freelance italiano. Es que entregó notas periodísticas para distintos suplementos culturales a personalidades de la cultura, confiesa haber adoptado su supuesta línea de pensamiento basándose en la investigación de la literatura del personaje que presumía su manera de contestar o de pensar. Sus entrevistas eran buenas, muchas de las respuestas eran brillantes, las entrevistas tenían buen estilo, abundaban los pensamientos políticos intimistas de los entrevistados y nunca faltaba una deliciosa descripción de las suites de hoteles donde habitaban estas personalidades o sus salas de trabajo en algunos hogares, además de ser conciso y detallado en el vestuario de su anfitrión. El único detalle que arruina todo es que era ficción, todo inventado. John Grisham, a pesar de su enojo y de su querella encaminada, parece haber confesado que “no era una mala pieza de ficción”. Una vez desmantelada la farsa, parecía el final del escritor de notas periodísticas. Pero no, el mentiroso hoy no se entrega tan fácilmente.
En un principio, el escritor italiano reaccionó negando las invenciones. Amenazó con denunciar a Roth aduciendo tener pruebas y cintas que certificaban la veracidad de la entrevista y de las respuestas del escritor americano. Con el paso de los días, la denuncia no se llevó  a cabo, las cintas nunca se mostraron, pero el amigo comenzó a dar entrevistas y optó por (adivinen que) culpar al nefasto mundo editorial al que estaba perteneciendo. Ahora confesaba su impostura y lo hacía en aras de una convicción.  “Mi idea era ser un periodista cultural serio y honrado, pero eso en Italia es imposible”, su carta de presentación. “La información en este país está basada en la falsificación. Todo cuela mientras sea favorable a la línea editorial, mientras que el que habla sea uno de los nuestros. Yo, simplemente, me presté a ese juego para poder publicar y lo jugué hasta el final para denunciar ese estado de las cosas”.
A lo largo de las entrevistas confesó que era periodista, que aspiraba a escribir en suplementos culturales y que sus primeras entrevistas eran reales, pero al momento de ofrecerla a los medios estos las desechaban con la excusa de que esas notas ya las tenían cubiertas con su propio personal. Entonces se acercó a los pequeños diarios de provincias. Se dio cuenta que si bien no pagaban mucho, solían publicar todo lo que acercara. Una de las primeras entrevistas ficticias se la hizo a Gore Vidal. La acercó al Jefe de Cultura de La Nazione y gustó tanto que le conminaron a que no se podía bajar el nivel. Para el impostor esto fue una señal clara de que sabían que eran inventadas, pero que no les interesaba, querían los grandes nombres, soñaban con algo parecido a una primicia. Y entonces dice haber aceptado el juego, los nombres fueron a más y él resume su primer paso con un sintético “debían saber que eran falsas porque Gore Vidal no recibe a cualquiera”.
En las mañanas era profesor de literatura italiana y por las tardes se dedicaba a entablar conversaciones con aquellas personalidades inaccesibles. Invariablemente las notas se publicaban y hasta alguna de ellas tenían mención hasta en la página de los titulares, para orgullo del simulador, que provenía de una familia de muy noble tradición literaria por varias generaciones.
“Mi carrera en los diarios quizá ha terminado, pero mi trabajo no. Quizá escriba nuevas entrevistas con seudónimo en algún periódico de gran tirada. Y crearé una página web donde colgaré nuevos falsos”.
El encomillado arriba pertenece al impostor. Es decir que la farsa fue desenmascarada pero no terminaron sus días de simulador. Ahora es él quien denuncia la falsedad del sistema y propone un nuevo género. Teniendo en cuenta que la mentira es tan habitual entre nosotros, el género hace rato parece estar inventado.
Unos meses más tarde, el protagonista se hizo ver en las redes sociales, donde suplantó a Mario Vargas Llosa en una supuesta página de Facebook del escritor peruano. Esta vez pidió disculpas y justificó su nuevo accionar en una llamada de atención a todos sobre los riesgos que contempla el mundo de internet y de esa red social en especial. “Todo el mundo puede ser cualquiera y decir en su nombre cualquier cosa”, afirmó al comparecer nuevamente ante la prensa. La culpa ya no era solo de los medios y de la idiosincrasia italiana. La culpa llega a internet y él promete seguir con sus denuncias. Y todas las denuncias no destapan nada, creo que todos ya sabemos de casi todo.
Como el personaje no se detuvo aquí, e invadió casillas de correo (hackeó a Umberto Eco), se especializó en noticias falsas y de pocos caracteres en Twitter y hasta se adjudicó ser el que hizo circular la falsa foto de Hugo Chávez entubado que entre otros, el Diario El País publicara, el personaje perdió interés, al menos el mío. Que hubiera inventado un sinfín de notas para poder sostener un trabajo periodístico podría suponer hasta algo fascinante. Mas cuando las entrevistas tuvieran un buen nivel y buena aceptación ante los escasos lectores de los suplementos literarios. Pero ese personaje que una vez descubierto viene a mostrarse como víctima y quiere desenmascarar al mundo pérfido es suficiente. Ni los italianos en ese caso y ni los españoles o argentinos en mi mundo, lo necesitamos, tenemos un sinfín de especialistas. Si miramos el caso Bárcenas o los eres (Expedientes de regulación de empleos) de la Junta de Andalucía o los distintos discursos de los ministros Montoro o Wertz por estos lados; y si miramos la tríada de videos de turno de algún candidato en Capital Federal que hasta tiene su canción y emocionara por su historia de vida hace algunos años, sentiríamos el hartazgo de esa manipulación e impostación y afán de protagonismo al que se hace habitual ese ser tan mentiroso que habita dentro de un ser humano.

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