martes, 23 de julio de 2013

Lo pregunta tu esposa y también Facebook

Mi rostro es gentileza del loco Viezzoli.


En el segundo vagón del metro que parte desde Plentzia a las 08:40 horas la tranquilidad para leer dura apenas dos estaciones. En Sopelana sube la legión de El Corte Inglés, en apenas veinte segundos se reparten los escasos asientos libres y comienzan un sinfín de conversaciones que a los que leemos nos molesta un poco. Pero cada tanto, no puedo evitar prestar atención al tema del día, y una semana atrás, se dedicaron a leer una nota de una revista femenina que me llamó la atención porque trataba de un tema que muchas veces sufro en carne propia.


Una mujer de voz potente y de carcajada fácil anunciaba desde el vamos que la nota tendría una temática divertida. Igual, advirtió antes a los dos hombres del grupo que la cosa iría con ellos, o con su género. Preguntas que se suelen hacer las mujeres sobre sus parejas. Luego de un par de carcajadas grupales que no pude precisar su origen, llegó una pregunta que abrió los ojos a más de una de las mujeres. “¿Por qué molesta tanto a las mujeres que cuando consultan a sus parejas en que están pensando, estos sólo dicen en nada”. La pregunta me alejó de mi lectura y las conclusiones que sacaron desde el grupo me advirtió que no es una pregunta que solo mi mujer me hace periódicamente, sino que es una curiosidad digamos que universal, y que la escasez de la respuesta suele despertar odio, intriga y sospecha.

La más fervorosa del grupo gritó que es la pregunta del millón que nunca le ha contestado su marido. Ella ha llegado a sospechar de la fidelidad de su compañero, ya que piensa que la respuesta “en nada” esconde las curvas de otra mujer, lo que les ha llevado a afrontar un sinfín de crisis matrimoniales. Otra, sin resignar una buena carcajada, se reconoció como una de las tantas que ha asignado la categoría de drama la escasez de la respuesta de su marido, amén de declarar a favor del cónyuge, que en general era escaso de palabras o recursos a la hora de mantener un diálogo o conversación. Y yo, que hasta unos minutos estaba enfrascado en una novela de Bohumil Hrabal, me di cuenta que la pregunta que Fernanda me ha consultado de manera habitual en estos doce años no suele tener respuesta, no porque esconda un pensamiento pecaminoso ni perverso, sino porque en líneas generales no estoy pensando nada importante como para ser conversado.

La primera vez que me lo consultó me tomó por sorpresa y me aceleró unas pulsaciones que estaban por demás relajadas. “En nada, linda” dije. Pero en el acto me quedé pensando si eso podría ser cierto, ya que nunca antes me lo habían preguntado y hasta ese momento nunca había considerado el calibre de mis pensamientos o si solía tener la mente en blanco. Ante la repregunta casi similar: “¿Cómo que en nada?”, yo reafirme la respuesta pero me quedé pensando en que estaba pensando y allí comenzó un debate interno estéril, ya que estaba completamente seguro que o no pensaba en nada o lo que pensaba era tan frívolo que me ponía a la altura de Homero Simpson y sentí vergüenza.

Muchas veces me quedé analizando mis respuestas y efectivamente estoy en condiciones de asegurar que en la mayoría de las ocasiones no estaba pensando en absolutamente nada, por más que sospechara de mí mismo. En algunas oportunidades la pregunta me sorprendió imaginando la formación de River para el siguiente domingo o peor aún, presagiando como se desarrollaría el partido y el más que posible resultado. Ahí, amparado en la oscuridad de la habitación conyugal (ya que al menos en mi caso, la pregunta suele iniciarse a la hora de dormir) pude disimular el sofoco de mis mejillas, ya que de contestarle la verdad, que duro habría sido para ella, ya que supongo que ante una pregunta tan contundente, responder que en River o si conviene que juegue el uruguayo Sánchez o Cirigliano en el medio del campo, puede bajar puntos la estima que mi esposa tenga sobre mi persona.

Alguna vez estuve a punto de preguntarle lo mismo. Pero me frené en el último arresto. Era inaudito que hiciera esa pregunta y creo que temía que tuviera una respuesta interesante, eso me dejaría tan expuesto a los siguientes interrogatorios. Tampoco lo consulté con mis pares y solo la mención del clan del Corte en el segundo vagón me permitió respirar con alivio, es un mal congénito, tanto la pregunta como la escasez de respuesta. Al parecer, según continuó la nota en cuestión, los hombres pueden acceder a un estado cuasi glorioso donde pueden vagar mentalmente por un amplio y confortable mundo de la nada.

La revista continuó marcando diferencias notables entre los géneros y alguna de las precisiones me arrojó un poco de luz y tranquilidad ante mi continua equivocación a la hora de escoger respuestas. La nota confesaba que el cerebro femenino encierra muchos y maravillosos datos y suelen estar todos juntos como en una asamblea popular, pugnando al mismo tiempo por encontrar respuesta. Es entonces comprensible que puedan cambiar de parecer sobre un mismo tema con una rapidez frenética, que te discutan como idea tuya un concepto que minutos atrás ellas defendieran con entusiasmo y que tantas veces mientras accedo finalmente a contarle algo de mi día o de mi vida, su cara transmita una sensación de mente en blanco; no está en blanco, creo que está pensando en otras dos cosas, pero yo me enojo porque la pregunta la hizo ella, yo no tenía ganas de profundizar en cómo había sido mi día.

El secreto según la nota esta en el medio de los hemisferios cerebrales de las mujeres. Asegura que ellas lo tienen más desarrollados y que eso implica una mayor capacidad de comunicación. Parece ser que el cerebro está más unificado en las féminas, más globalizado, lo que les permite razonar y sentir al mismo tiempo y como broche de oro, pueden expresar con palabras lo que en ese momento sienten.

Los hombres, en cambio, esa parte media del cerebro no está constituido por un puente de carne, sino que apenas lo sostiene un profundo abismo. Entonces, el hombre habla o piensa, pero no hace ambas cosas. La respuesta es sincera, la mente está en blanco parece, que tranquilidad, aunque otra vez estaba pensando en River, esta vez si es conveniente acelerar la recuperación de Pezzella en el fondo millonario. Una neuropsiquiatra americana, de nombre Louann Brizendine, y autora de un libro titulado “El cerebro femenino” afirma que las mujeres tienen en el cerebro autopistas de ocho carriles para procesar emociones, mientras los hombres tienen un sendero de montaña”. Nuestras emociones van en caretillas, y las de las mujeres en Ferraris. Lo paradójico es que los hombres son los que mueren con tener la Ferrari y cuantas veces les habrán interrumpido la vaguedad del pensamiento de conducir un cavallino colorado con la inoportuna cuestión del que estás pensando.

A esta altura del viaje, digamos que saliendo de Erandio, la novela de Hrabal no puede ser considerada, ni mucho menos que pensada. Intento absorber los secretos de la nota, es una especie de alivio a años de sufrimiento, a infinidad de respuestas en blanco y hasta remordimientos de ocultar algún pensamiento soez que estaba desarrollando cuando surgió imprevista y despiadada la pregunta que llena de culpa, que mancha la conciencia porque no seré capaz de contar que estaba pensando en un culo, en el piropo o levante que nunca te animaste, en un helado, en algún capitulo de Mad Men, en el gol que nunca convertiré en un mundial, en mi grupo de música que nunca tuve ni en el concierto que nunca actué en Wembley o Maracaná, o que estaba imaginando que mi vida era otra totalmente distinta, donde podes hacer las cosas que no te soles animar o enfrentar a cualquier enemigo con tu corcel bañado en nieve y tu espada dorada que combina con tu bronceado y rubia cabellera. Pero te frenas y solo atinas a decir “nada” y luego de unos segundos de culpa despiadada y desmedida, vuelves a imaginar la jornada perfecta, el partido soñado o el sexo más sublime que cualquier mente humana pueda desarrollar.

Lo bueno de escribir un blog es que puedo compartir este interminable sufrimiento de géneros, puedo abrir comentarios para que ambas partes sinceren y se amiguen ante la diferencia de hemisferios cerebrales, para que nadie se sienta confundido o desengañado ante la pregunta y su respuesta. Y para que si alguien se anime, algún día conteste lo que Al Bundy de Matrimonio con hijos le dijo a su esposa Peg: “Si quisiera que supieras lo que estaba pensando, te hubiera hablado!”.

Otra vez nos bajamos todos en Abando. Esta vez no cumplí las cuarenta páginas promedio de lectura. Me quedo pensando en lo que debería estar pensando la próxima vez que Fer me lo pregunte. Sé que no tiene sentido, me volverá a tomar por sorpresa y seguramente estaré exhausto pensando porque mierda Ramón Díaz dejó fuera del plantel a Trezeguet…

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