domingo, 11 de febrero de 2024

Era una piedra en el agua seca por dentro

"El deseo es la esencia del hombre”.

Baruch Spinoza


Suena a contrasentido quejarnos de haber perdido ese instinto básico que es el deseo al mismo tiempo que vivimos es sociedades más escépticas donde la disconformidad es moneda corriente. El deseo se describe hoy como su falta remarcando su aspecto mas negativo, sin tener en cuenta que representa la fuerza o motor de nuestras vidas. Una vida apasionante tantas veces es cuestionada como inmadura o infantil. La falta de deseo no se considera una cuestión sino un problema que pueda arrastrarnos por la existencia a estar insatisfechos de por vida. Depende si nos dejamos llevar por los estados de ánimo podemos ser seres que experimentamos el deseo-falta y el deseo-potencia.


Es necesario dirigir el impulso del deseo de manera constructiva ya que el cerebro nos hace desear cada vez más. En un mundo finito con recursos ilimitados la capacidad de frustración está latente y hasta parece orientada hacia esa falta, hacia una insatisfacción permanente. Para ello resulta esencial comprender que es sustancial limitar y moderar nuestros deseos hacia lo necesario, esencial o valioso. “Buscar la felicidad a través del deseo es una fantasía irracional” declaraba Kant. Debemos saber distinguir el deseo de lo deseable, esto último siempre estará ausente por eso es deseable, está presente como ficción, hay que ver si es posible producirlo. El deseo debe ser un movimiento, impulsado por el aparato psíquico que genera un placer en el hecho mismo de desear. Pero ese placer tantas veces se desborda en frustración, en no saber aceptar la realidad.


El deseo es el elemento que marca la diferencia entre los individuos. Todos los efectos remiten al deseo, alegría o tristeza que determinarán a obrar por aquellas cosas que sirven para la conservación de su naturaleza. Baruch Spinoza entiende que el deseo no es peligroso en sí mismo pero debe ser orientado hacia lo que nos puede alimentar la existencia y evitar pasiones inalcanzables. Esos sentimientos postergados en suma son los que hacen daño, debe predominar el sentimiento o afecto positivo que nos libere de la dependencia negativa. El deseo se impone, no siempre suele orientarse a lo que conviene. El individualismo en que convivimos hace que la envidia prime, que se sienta siempre postergado y desaparece la gratitud, la insatisfacción crónica paraliza ese motor. Y aparece el instinto del odio.


Es necesario un trabajo de aceptación de la realidad para recuperar el concepto de naturaleza humana. Las emociones ocupan un lugar relevante en la articulación social. De ahí el auge del estoicismo frente a las propuesta éticas actuales. Lo que depende de nosotros es lo que podemos cambiar. Lo que no, se debe aceptar con serenidad y no significa conformismo. Se evita sufrir mas de una vez por las mismas cosas, generalmente pendientes o inexistentes en nuestra realidad. Nos hemos acostumbrado demasiado rápido al mundo virtual, creemos equivocadamente que a través de la tecnología hemos de encontrar el me gusta que necesitamos como motor de vida. Transitamos una enfermedad moderna, con diagnóstico incipiente pero con un tratamiento que pocos están dispuestos a afrontar, voluntad y disciplina para regular el deseo y dejar de estar indecisos.


Conócete a ti mismo, decía Sócrates. La introspectiva no sazona con la velocidad en la que vivimos. Y con la hiper conectividad solo atinamos a practicar una huida hacia adelante. Nos sentimos menos vivos, no podemos disfrutar lo que nos ofrece la vida y entramos en un espiral de incomprensión e insatisfacción en todos los ordenes, profesional, amoroso, intelectual, psicológico o sexual. La apatía prevalece como tristeza por sobre la alegría. Ahí el antojo parece ser el antídoto, la compensación para obtener al menos una mini dosis placentera. La filosofía plantea la necesidad de reubicar al deseo como la aspiración a un bien. Esa sed profunda insatisfecha y sedada por la distracción tecnológica debe reorientarnos a la incubación de un principio de aceptación que genere una dinámica creativa que nos recuerde que el ser humano es una creación del deseo, no de la necesidad, como sostenía el filósofo de la ensoñación, Gastón Bachelard...

 




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