lunes, 27 de noviembre de 2023

Soy carcelero de tu lado más grosero

Nada es más peligroso que la verdad en un mundo que miente”.

Nawal El Saadawi – Escritora egipcia (1931-2021)


En tiempos de lo políticamente correcto, por el afán de la no discriminación se acaba discriminando a través de la presunción. La verdad de la realidad, ejemplificada en sus extremos, suele ser mal vista. No se define como verdad porque se esté en lo cierto, sino por que todas las conductas -buenas o malas- están presentes en la humanidad desde el minuto cero de la convivencia del ser social. Se defiende si o si lo que es correcto pero una serie de “veedores” parecen ser los encargados de decirnos que se puede decir o hacer, no decir o no hacer en aras de la corrección y no herir sensibilidades. En literatura se denominan “lectores sensibles” y la discusión se centra en si se arremete contra la creatividad promoviendo la mediocridad de decir solo lo que sienta bien escuchar o leer.


Alguno puede pensar que esta nueva figura pueda ayudar a que se publique mejor literatura pero en realidad su función es la de buscar texto ofensivo o problemático, representaciones equivocadas, sesgos, estereotipos o falta de comprensión. Además de buscar resguardarse de eventuales repercusiones negativas y cubrir riesgos, la literatura se ve limitada a no ofender. Infinidad de obras artísticas perduran en el tiempo por la característica distintiva de haber incomodado. La aceptación de la figura del “lector sensible” pone en riesgo que ante las sucesivas sugerencias sobre lo que debe ir o no en un texto literario, el mundo se explique en lo que debería ser y no en lo que en realidad es. La incógnita es desvelar si estamos ante un riesgo de censura a la libertad de expresión o si en verdad, es un aporte necesario ante la divergencia existente.


Ante la perspectiva de un cambio, el ser humano es adicto a establecer diagnósticos de radicalidad con contundencia, lo que se denomina el miedo al cambio. La sensación de que una sociedad plural se construye con todas las voces no resulta fácil de sostener, sobre todo en estos días. El problema parece estar centrado en si es o no limitante todo aquellas recomendaciones que hoy se multiplican y quien puede tener validez moral a la hora de precisar las incorrecciones utilizadas en la convivencia diaria. El fin de una época aciaga en las que unos pocos decidían sobre lo que se podía hablar y sobre como había que hacerlo -los censores- parece ser reemplazada por un cambio de sensibilidad que detecta a cada paso, cosas por demás incómodas. La duda se centra en la trascendencia que toma quien tiene el foco del poder por sobre la obra artística y determina que es o no buen gusto o necesidad de representar lo correcto sobre un colectivo, una minoría o sobre el buen hacer de las conductas humanas y sus morales.


Para enfrentar la manipulación del lenguaje se estaría utilizando un tono aséptico. La trascendencia inusitada de griterío en redes sociales se contradice con la intención de que todos puedan ser escuchados en la comunidad digital. Al acceder a una voz se encontrará de todo, lo que está bien y lo que está mal, como en la botica de la vida. El discurso del odio circulante es intenso e incesante. Entonces de evitar la censura se accede a una cultura de la post censura. Se corre el riesgo de olvidar de escuchar a quien siempre se ha silenciado. Es necesario entender a los otros, los que no opinan como nosotros. La empatía que nos deberían generar “los otros” ayudaría a ampliar, pluralizar y democratizar todos nuestros imaginarios arraigados. El premio tendría que ser el ayudarnos a formar parte de una sociedad consecuente con su pluralidad interna.


El arte atrae una considerable energía censora donde la pluralidad lo que está consiguiendo es que se atente contra ella. La apropiación cultural presume de amenazar una producción literaria en nombre de la profundidad de las convicciones. La literatura y el arte sostenían la existencia del otro y de sus ideas e ideales. La utilización más sostenida de los lectores sensibles, personas que revisan textos buscando aspectos que puedan herir sensibilidades de determinados colectivos permite que se le preste una atención equivocada a la obra de arte. Oscar Wilde, el marqués de Sade, Charles Bukowski, Phillip Roth, Michel Houellebecq, Michel Foucault, Pablo Neruda, Arthur Rimbaud, Antonio Escohotado, Jaime Bayly, Ernest Jünger, Ezra Pound, T.S. Elliot, Thomas Mann, Louis Ferdinand Céline, Foster Wallace y tantos otros artistas sufrieron el mundo mas que el mortal promedio y en sus voces quedaron inmortalizados varios de los clásicos de los tiempos, polémicos muchos de ellos, donde lo abyecto reclama un valioso lugar en la estética universal de la literatura. En el visionario “1984”, George Orwell utilizaba la policía del pensamiento para controlar el raciocinio de los ciudadanos; hoy se debe intentar que los lectores sensibles no se constituyan en los dueños de la ficción...



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