miércoles, 22 de febrero de 2023

Son joyas en el barro de la mediocridad

La cultura se transmite a través de la familia y cuando esta institución deja de funcionar de manera adecuada el resultado es el deterioro de la cultura”.

Mario Vargas Llosa


Históricamente hemos revelado que la cultura es confesa clave en la reducción de la violencia, beneficiosa para la salud mental, organización de modelos educativos, la forma personal o grupal de cultivarse, la compresión y aceptación de etnias o religiones, canalizador de las diferencias de constructos sociales, base de cohesión, de identidad y pluralismo, además de una producción colectiva en constante dinamismo. Si toda sociedad tiene cultura y es puesta en práctica por las personas que habitan e interrelacionan en comunidad, la lógica cuestión que nos preocupa es determinar, viendo los tiempos que corren y como somos, que es lo que entendemos por cultura y que formación disponemos para asociarla con evolución.


Ese complejo entramado de ideas, creencias, valores, tradiciones, símbolos, referencias u objetos singularizan a un grupo humano. Todas estas actividades dan sentido a la vida, ayudando a los individuos a aceptar e interpretar un orden social. No debe ser vista como algo apropiable sino como una producción colectiva de significados en evolución permanente. Apartándonos de una nueva definición, nos volvemos a cuestionar como crece este concepto en momentos donde la sensación es que la cultura es una construcción mas vinculada a lo individual, a una resistencia, a no sucumbir a la vulgaridad. Al tamizar lo que aprendemos, parece una obligación forzar a ser seres diferentes de los demás. La cimentización de un concepto que es adaptable tanto al individuo como a lo social hoy aparece confundida por, un lado, la masificación de un vago reflejo sobre ese tipo de adquisición y por otro, por el predominio individualista de esta sociedad tecnológica en crecimiento.


Cultos nos podemos sentir todos, aún los que no evolucionan, ni se instruyen o carezcan de convicción. Empapados en “culturas” teorizadas y fracasadas en la realidad hace mas de siglo y medio, parte de las sociedades abrazan políticas populistas que se jactan de ser niveladoras. El presente obliga a considerar que la cultura acompaña un modelo de desarrollo económico. El lado económico es cada vez mas referencial lo que debilita una perspectiva marginal. El centro primordial en lo cotidiano lo determinan las limitaciones de la economía y sus desigualdades. Por ende, la dureza de la economía trasgrede el resto de los componentes de la organización social. La complejidad del presente no permite situar la cultura en el centro del desarrollo. Está en jaque el concepto clásico, el ilustrado, romántico y hasta el antropológico. Y más que cuestionado, apenas se sostiene el concepto de cultura propia, individual, la mía. Y peor aún, transitamos una cultura sin cultura.


Y no es un mal que afecte a uno u otro país sino al concepto universal de la palabra. Un clima mundial invadido por el consumismo y su industria, somete a la cultura al gusto arbitrario del público. El éxito es la mercancía mas perseguida y el desencanto ya es resignación en la depreciación de la palabra cultura. Cada maestro o referente cultural que fallece se vela con un manto de sospecha de que no ha poder ser reemplazado. Las grandes obras parecen pertenecer al pasado y la inteligencia se sustituye por la distracción en los medios de comunicación que considera celebridades a todo aquel por el que no se puede celebrar. El producto efímero es de máxima consumición, privilegiando lo inútil por sobre lo útil. La cultura como expresión lograda tras la educación y como concepción espiritual se reemplaza por el hombre dominado por las pantallas y denominado “homo pantalicus”.


Ningún concepto de cultura es superior a otro, nadie habita en una cultura superior, si en la arrogancia de sentirse superior. La cultura solo trasciende a la persona, el saber alcanzado no debe considerarse buen gusto o acumulación de grandes obras, simplemente una intención de alcanzar una resonancia personal que no desprecie al otro, como debatía José Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”, donde la aspiración de alcanzar e igualarse al “avanzado” solo gestó la manumisión de los pueblos atrasados. Ese deseo de emparejamiento legitimó la idea equivocada de superioridad y faro cultural. La cultura occidental es una de las tantas, el problema más importante es que la cultura colectiva parece ser más marginal que las escasas individuales que no se amedrentan. Mientras tanto, las respuestas ya no están en la filosofía sino en los medios de comunicación, a través de sus y reallities. Lo que ve y “cree” la masa proviene de las pantallas, triunfando la sociedad de la imagen y la sensación es que la imagen siempre ha podido ser impostada.


Lo que no se vende o no tiene likes o comentarios alentadores no parece ser bueno. “Cultura, es el aprovechamiento social del conocimiento” es una frase de Gabriel García Márquez que pierde vigencia. Cultura es dinámica, es imagen y repetición sin uso de la razón. Todos son referentes cuando nadie se detiene a razonar sobre lo que está incorporando. Supuestamente nuestros antepasados transmitían conocimiento social. Nos estamos enquistando en el conocimiento, ya no lo aprovechamos, ya no nos trasciende. La cultura parece necesitar algo que nos es propio para preservar una nueva naturaleza de tantas diferencias que a lo largo de la humanidad se ha entendido como “cultura”. Se denominó como bárbaros a todos aquellos que tenían otras costumbres, con la paradoja que los bárbaros parecen hoy unificados en sostener el mismo hábito de no querer cultivarse...

 



2 comentarios:

  1. ¿Y entonces, Javi, qué podemos esperar?

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  2. Supongo que debemos fomentar alimentar la cultura personal y desearle a nuestro entorno cercano que no ceda a una imagen, a una moda y que compita por superarse.

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