lunes, 13 de febrero de 2023

Aquello fue un gran punto de partida pero a la vez que fácil se olvida

La sociedad ha ido evolucionando hacia lo que él vio. El mundo ha ido hacia Orwell”.

Richard Blair, hijo de George Orwell.


Anestesiada la población en general, ya no inquieta el paralelismo entre la situación actual mundial y la distopía que escribió. Lo esencial de su obra fue generada entre 1936 y 1946, es decir en un momento crucial de la historia europea del siglo XX, intentando inducir en sus lectores una implicancia de orden moral. De ahí que no se pueda decir que su prosa haya sido pintoresca pero sí de exactitud. Y lamentablemente, de permanente vigencia. El estilo literario de George Orwell fue esencialmente periodístico, donde la sencillez permitía trascender la verdad, la fuerza de sus razonamientos y la claridad de las percepciones a futuro. Orwell sigue siendo fuente de lectura permanente, a pesar de advertir que el futuro no podría ser mejor, al menos intentó que su presente fuera lo menos intolerable posible. La distopia no ha permitido precisar hasta donde llega su presente, ese momento intolerable. Todos los futuros tienen base cruel, provienen de un registro histórico que certifica que son crueles casi todos los pasados.


Sus ensayos o novelas están claros como cartas al futuro. Se vive bajo un manto de mentiras intencionadas, desestabilizantes y sistemáticas como factor dominante del poder político. No hay tiempo para comprobar los hechos y pareciera que tampoco se desee esa comprobación. Un error se perpetua y la mala intención en conservar y multiplicar esa falacia en redes terminan convirtiendo -sin esfuerzo- la mentira en una verdad. Envueltos en permanente fragmentación, el saber es reemplazado por el querer. En medio de totalitarismos o populismos, el aclamado sistema de pensamiento centralizado detallado en su novela “1984” no se ha cumplido porque las diversas tribus imponen sus propios sentimientos a una idea generalizada por un pensamiento desperdigado de verdades únicas. Superstición como fuente de información dentro del señuelo que proponen las redes sociales y la distribución continua de fakes news. En 1984 aún existía el concepto de verdad y la obligación de ser descubierta amenazaba al poder. Hoy eso no sucede, nada amenaza a la mentira reiterada y fragante.


La charlatanería domina la discusión pública sin necesidad de confrontar la realidad en tal debate. El listón bajo no alienta ningún debate y la sociedad en general desconoce la importancia de la discusión. “Libertad es poder decir algo que los demás no quieren oír”, pero esa frase reconocida de Orwell contrasta con la falta de diálogo de la sociedad contemporánea. La gente se grita, no se escucha, tal vez porque no tenemos como referencia un marco común donde estemos de acuerdo para luego poder matizar las discusiones. Estamos rodeados de “hechos alternativos” que esconden la posibilidad de descifrar los datos falsos que no se pueden considerar mentiras ni equivocaciones con rotundidad. Así nos alcanza este “control de la verdad”, alejado de la predicción del periodista británico. El pasado sucio es siempre de los otros.


Las palabras no deberían llamar la atención sobre sí mismas, deberían llevar al lector directamente a la verdad”. La prosa orwelliana no interesaba por lo pintoresco pero sí por su exactitud. Disponía de una enorme capacidad para empatizar con el lector, se leía como una voz cercana, concreta, honesta y muy gráfica. Puso el foco en un estado mental y social, interesado más en la psicología que en los sistemas. En ello radica la clave de su vigencia, los mecanismos para controlar las masas y el poder es a través de la mentira y el miedo, componentes psicológicos que ayudan a los monopolios tecnológicos a tener el control de la verdad, tal como imaginó con su estado ficticio. La escritura, según Orwell, responde a una actitud emocional que intente el atasco en una inmadurez eterna o perversidad recurrente. En ese intento por empujar al mundo hacia la dirección correcta, se encierran los cuatro motivos concretos para poder escribir, mencionados por Orwell en su texto “Por qué escribo”.


Ese propósito político -con una idea distinta por la clase de sociedad que debería alcanzarse- se complementa con los otros tres: Impulso histórico -almacenar solo hechos verdaderos-, entusiasmo estético -la educada disposición de las palabras- y un egoísmo puro y duro -un escritor debe vivir su vida plenamente hasta el final-. Todos ellos son considerados como sus principales motivos que tiene todo escritor para escribir y en Orwell sus cimientos para sostener una obra icónica en la literatura contemporánea. Su ideal literario nos debe recordar que sin crítica y sin arte, no es fácil hacerse oír en el mensaje, en la proyección literaria de sus ideas, inquietudes y un sinfín de vivencias personales. Moviéndose constantemente entre la historia y la literatura, su riqueza autobiográfica fue un puente entre la realidad y la ficción, marcando época y estilo. Timothy Garton -historiador británico- fue claro: “Quién quiera entender el siglo XX tiene que leer a Orwell”...

 



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