domingo, 19 de junio de 2022

Tantos días te daré, tantas cosas te diré, casi sin hablar

 “Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,

pero me voy, desierto y sin arena:

adiós, amor, adiós, hasta la muerte”.

Miguel Hernández – Soneto “Yo se que ver y oír”.


La creatividad guarda una relación constante con la saturación. Puede ser desbordante tanto la carga psicológica de la inspiración con su impulso a borbotones como cuando no surge la temática o prima la angustia del no poder escribir con calidad o continuidad siquiera una cuartilla. Se supone que un escritor, profesional o no, siempre querrá escribir. Si no lo hace, tal vez no sea una crisis sino un impasse. La obligada sensación de tener que acudir a talleres creativos o de creación literaria forma parte de las imposiciones snobs que nos vulgarizan o nos unifican -todos sin originalidad haciendo lo mismo porque se estila-. De no prestar atención a la vocación, a la capacidad literaria o filosófica de comunicar y hacerlo como a cada uno le plazca, sin convencionalismos, en algún momento debamos penar con resignación y sin capacidad de maniobra, de que la literatura en general llegará a ser producida o escrita por computadoras.


Los escritores no mueren. Al menos, no me parece tanto una afirmación sino un interrogante. ¿Dónde van si mueren? No se irán, supongo que cada vez que alguien les lea, vuelven. Pero si no se les lee, ¿Qué sucede?, lo más factible es que nadie se preocupe por la ausencia, el mundo le cierra las puertas y la cosa no pasa de allí, el anonimato es tan feroz como el desconocimiento sobre tu existencia. Y no debería importar, uno tiene que escribir de forma inconsciente -continua-, se supone que cuando te sientas y avanzan tus líneas y escritos, en un principio escribes para ti. Luego puede ser que trasciendas. Y esa lucha te da fuerzas, lo que nos descoloca es lo que nos debería dar, todo el tiempo, nuevas oportunidades para cuestionar por escrito.


La exageración del ego no permite razonar que la única persona existente en la literatura es el autor. ¿Qué pasa con el lector? ¿Quién estuvo primero? Puede parecer tan absurda como la discusión sobre la gallina o el huevo. Una cosa es clara, aunque existan infinidad de opiniones: para ser escritor tienes que haber sido lector. Y leer con curiosidad enseña a observar y esa destreza, en caso de animarte, te ha de convertir en escritor. Bueno o malo, pero escritor. Leer y escribir es como actualizar permanentemente un mapa, el mapa de la vida. Y sus secretos, sus misterios, su miseria, su grandeza. Todo en un combo porque si no lees, no cuestionas, si no razonas no dudas, pero si solo lees no vives. Si solo escribes y no lees, o indagas sobre lo que lees, mas temprano que tarde, no tendrás de que escribir. Tal vez el secreto sea leer y en cuanto mas intromisión con los misterios que surgen de la lectura y el saber, más ideas creativas y variedad de temas para poder sentarse a escribir.


Entonces leer parece primero que escribir. Y al razonar, el autor desaparece porque prevalece la interpretación del lector. Esa apreciación genera nuevas búsquedas porque el interrogante atrapa, obliga a tejer redes de nuevo conocimiento. Según Roland Barthes “el nacimiento del lector se paga con la muerte del autor”. El autor trata de explicar su obra cuando en realidad nada se puede desenredar y nunca descifrar. El crítico literario es tal vez, otro farsante, te dice lo que el escritor te quiso contar y te lo razona como erudito, tipo prima donna. Y seguramente no sabe que tenía en mente el creador cuando creo. Porque el escritor que es sincero, en varias oportunidades puede reconocer que la explicación de una obra puede tener infinidad de connotaciones y tal vez, una de las mas apreciadas no provenga de él, sino de algún lector que se identificó y supo trasladar a sus razonamientos los motivos de un escrito. El autor puede ser Nobel y eterno, pero al mismo tiempo, minúsculo ser que se empequeñece en detrimento del lector que es quien tiene la relación con el libro y quien ha de reconstruir, de reformar un texto para impulsar su punto de vista y sus propias necesidades. Michel Foucault se lo preguntó el siglo pasado -lo que demuestra que todo está pensado o preguntado- de la siguiente manera: “¿Qué es un autor?”


La muerte de un autor no es una crónica de muerte anunciada. Porque el mundo editorial nos obliga a sostener que el nombre del autor es lo más relevante. Son esos que necesitan que leas autores más que obras. Esas personas que necesitan ver más grande el nombre del autor que el titulo que nos oferta. Hay personas que creen conocer la literatura colombiana porque solo han leído toda la obra de Gabriel García Márquez. Otros no leen a Mario Vargas Llosa por sus ideas políticas. Y tantos no se animaron con Jorge Luis Borges por considerarle un autor de derechas. Eso sucede cuando la mediocridad es virtud. Y este mundo literario está lleno de anodinos, que en el culmen del engaño, te dirán lo que debes o no leer, sin haberlo leído o profundizado previamente. Se festejan aniversarios de excelentes escritores como James Joyce o Marcel Proust y las revistas o reseñas literarias lo recuerdan con fanfarrias. ¿Eso mantiene vivo al autor? ¿O es que contribuyen a que sea letra muerta porque por más que se homenajee, son pocos los que se atreven a encarar aún hoy la lectura del “Ulysses” o “En busca del tiempo perdido”?


La exaltación del talento y la inteligencia está cuestionado por el mediocre que aprende solo parte del vocabulario. Conversa durante media hora con cualquier adolescente o huevón que se cree adolescente -por negarse a ser adulto- y dirá treinta veces la palabra “épico” o “mítico”, sin mencionar nunca a Homero o al Poema de Gilgamesh. En esa intención juvenil de definir lo anodino como épico o mítico se esconde -sin esconderlo porque para eso los jóvenes siempre han sido descarados transgresores- la desinformación o desinterés por querer conocer lo que es en verdad trascendente. La nueva sabia se queja de que los políticos necesitan bien poco para defender su corrupción o incompetencia pero ellos -que se consideran distintos a anteriores generaciones- ven “mítico” hasta lo chabacano.


Cualquier youtuber tiene más seguidores que aquel escritor que consideremos sin discusión, literario. El culto al genio está en riesgo de extinción. El poder de la letra ha disminuido. La épica -en si única concepción posible-parece acabada. Busquemos lectores sensibles, que el resto siga chateando, wasapeando, faceboseando o formando habilidades en el sofá con la play station y sintiéndose la mejor generación formada de la historia. No leer limita la inteligencia, adocena la visión del mundo y ayuda a ser cada día más tontos. Si nos queremos olvidar del pasado porque se puede decir cualquier cosa y nadie se ruboriza o cuestiona, matemos al autor porque no merece seguir, vivo luego de brindarnos momentos sublimes a nuestra propia lucidez, para manipular su imagen e historia más para militar que razonar por un mundo en verdad mejor, y no tanto inabarcable por tanto cuento militante o superficial, que no sabe lo que es “mítico” pero tampoco se anima a salir a buscar lo verdaderamente “épico”...

 




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