miércoles, 1 de junio de 2022

Soy el remedio sin receta

 “Donde quiera que se ama el arte de la medicina se ama también a la humanidad”.

Hipócrates


Humanismo quiere decir cultura, comprensión de las grandezas y miserias del ser humano, como así también fijación de las normas que rigen nuestro mundo interior. Es la escalada permanente en nuestro afán de superación que permita igualar lo que sucede en la vida con el pensamiento. La medicina se nutre del humanismo pero desde la ciencia y las nuevas horneadas de médicos han puesto más energía en la técnica que en el modo. La medicina lentamente se ha ido deshumanizando de su humanismo ancestral. Del médico siempre se esperará una actitud superior a la de cualquier ciudadano, por eso llamará la atención la falta de formación que reciben para ejercitar el trato.


El lenguaje médico utilizado en centros sanitarios, urgencias, hospitales y consultas puede mejorar la relación terapéutica, pero también empeorarla al extremo que el paciente promedio termine acudiendo sin convicción a que no le comprendan su relación con el dolor. El conocimiento científico parece alejarse del conocimiento del ser humano. La información que te pueden brindar por una dolencia no compensa el dolor que se siente y la alternativa de una pastilla que podemos llamar -de acuerdo a las circunstancias- antidepresivos, antioxidante, relajante, anti estrés, tantas veces solo intenta remedar una necesidad de ofertar “calidad de vida” ante algo que desconocemos. Pero el trato humano hasta hace poco era conocido, quizás hasta que las áreas médicas se hicieron tan extensas que no alcanza formación para saber de tanto que nos aqueja.


A veces nos influye negativamente la percepción que observamos en nuestros médicos de nuestras observaciones. Una vez, me sorprendió la respuesta de mi médico tras largos meses de intentar determinar una dolencia física vinculado con lo muscular y recibir los resultados de un estudio completo de sangre: “tenías razón, algo tienes”. Seguramente la frase quería darme el aliento de saber que lo que decía sobre mi dolor tenía coherencia, pero el uso de las palabras vaya que lastima. Lo único que me quedó preciso en esa consulta no era la naturaleza de mi aflicción -que como vino, a los dos años desapareció sin siquiera presentarse- sino que en un punto, esa frase determinara en el subconsciente de mi médico de confianza que no me creyera sobre mi dolencia, que la vinculara con la somatización.


La palabra puede ser sanadora como enfermiza. Cuando al facultativo se encuentra ante un ataque científico de una dolencia desconocida, al menos debe funcionar la empatía empírica que le sirva al paciente. La persona acostumbrada al dolor puede comprender que se halle ante un fenómeno desconocido, lo que no digiere es que las limitaciones médicas alcancen el trato de lo políticamente correcto pero para nada efectivo en el dolor espiritual. Hipócrates, que carecía de antibióticos, genéricos, quirófanos y antidepresivos, percibía el valor de la vida y su presencia generaba un marco moral donde la compasión se asociaba a la capacidad y curiosidad. “Curar algunos, aliviar muchos, consolar a todos” forma parte de las frases teóricas del médico griego para humanizar la atención sanitaria.


La relación médico paciente era tan natural y espontanea que se consideraba básica en el vínculo médico. Esa relación de conciencia y confianza ha servido paternalmente para paliar dolencias y situaciones críticas hasta insalvables. Con el avance tecnológico todo comienza a basarse en el método diagnóstico que enriqueció a la ciencia, pero la medicina no detectó que entraba en las generales del progreso, que paradójicamente actúa en la perdida de las relaciones. Esto ha dañado la relación del médico con su paciente, quién a su vez tiene un doble daño porque una enfermedad que no se puede tratar, le enferma de manera integral. La perdida de confianza también puede ser considerada enfermedad. Y se va enojado a la consulta del médico, como si se tratara de una perdida de tiempo y una comunicación de dos idiomas diferentes, sin compatibilidad.


La falta de tiempo para investigación, las difíciles condiciones con que se trabaja en la sanidad pública y el mal uso del lenguaje en la comunicación alejaron a las humanidades del ámbito sanitario. Solo escuchando se puede iniciar una ayuda y la sensación de que verdaderamente te escuchan puede ayudar, aunque no se resuelva el problema. Cada vez que salimos de una consulta médica frustrante nos viene a la mente la idealizada imagen del Doctor House jugando con una pelota durante horas mientras analiza cada pieza suelta del diagnóstico de turno. En cambio, sales de la consulta y varias caras con mal humor te reprochan en silencio que tal vez el médico te dedicara mas de esos cinco minutos promedio otorgados por la burocracia que nos acostumbraron a que dure una consulta.


Los médicos jóvenes incorporan, para empeorar el diagnóstico, un lenguaje infantilizado y un trato de reto que no se puede asociar con el paternalismo médico del siglo pasado. “Tienes una fracturita” y un adulto puede confundir los tiempos de recuperación con bota de yeso porque no te dicen fractura y las fracturas suelen soldar entre la sexta y octava semana de inmovilizada la zona. Peor es que te reten, que ante una dificultad surgida en una intervención te digan -sin importar la edad de su paciente- que “que has hecho” como si se tratara de mala praxis del paciente. Tantas veces ese reto lo consideran motivador, método para que uno se “ponga más las pilas” dentro de un proceso lógico que requiere de tiempo. Pero no motiva, confunde, asusta y aleja. Los pacientes tratan de ceñirse a las órdenes médicas y a los que lo hacen, les frustra saber que la responsabilidad de una mala cicatrización procede siempre de algo supuestamente mal hecho por el doliente.


La entrevista previa entre un paciente y su médico se ha visto reemplazada por el afán permanente de entrar a la consulta y observar al médico tipeando en el ordenador las conclusiones de la visita anterior o directamente reflejar en el archivo del paciente una transcripción de lo que le manifieste. Para una recuperación de un metatarso del pie fracturado -aquella “fracturita” del diagnóstico inicial-, este paciente consulta al fisio de turno que tiene el tobillo y tibia hinchados y no recibe siquiera una mirada en la zona afectada. La impresora arrojara otra serie de ejercicios para compensar las falencias que aquejan la zona fracturada y así aprovechar los quince minutos de tiempo en hacer bicicleta u otra actividad. En mi recuperación no existió la mirada, menos que menos un masaje. La frase que mas he escuchado en seis -seis nomás- sesiones es que “los fisios tenemos solo dos manos”. Esto genera que no quiera ni molestarlo al pobre.


Existe una falta grave de formación en el trato. El extenuante horario de trabajo incide en la falta de empatía al repetirse situaciones y enfermedades. Existe una realidad que obligaría a replantear el sistema, ya que a la larga o la corta, enfermamos todos. En un proceso de comunicación, el paciente es alguien que necesita algún tipo de ayuda y sin comunicación, la ciencia genera un daño ni buscado ni deseado pero que no contribuye a esa calidad de vida. Ese efecto secundario se denomina iatrogenia, su significado literal -del griego yatrogenesis- es “provocado por el médico o sanador”. No se puede ayudar si además de intentar diagnosticar rápido, no se le conoce ni se le trata. Tantas veces la consulta medica se asemeja al proceso de extracción de sangre, de una analítica, ya que en ambas situaciones, acudimos y salimos del ambulatorio en ayunas...

 



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