sábado, 4 de junio de 2022

Mi tesoro

 “Quien no es capaz de desprenderse de un tesoro en un momento de necesidad es como un esclavo encadenado”.

J.R. Tolkien


Todo es temporal. Si lo entendemos, podemos enfrentar con naturalidad el desapego. La temporalidad nos incluye a todos, somos seres de paso. Algunos viven para acaparar como si fuéramos a ser eternos. Lo que trasciende a veces es el legado. Las herencias ayudan, pero tenemos más de lo que necesitamos y mucho más de lo que utilizaremos. Es un espiral, cuando más se tiene más se quiere. Muchas de las necesidades están creadas y estimuladas por el sistema con el riesgo de profundizar la cadena “de producción” de un hombre artificial. Esta civilización del deseo estimula a perpetuidad la demanda y multiplicación de necesidades. De repente, y a través de esta pandemia, hay pruebas de personas que se están cansando de poseer.


Nos cuesta tirar las cosas, solemos atribuirles una carga simbólica. Nos cuesta salir de lo que nos sobra. El amor propio se trata de remedar a través de las compras. Estimular el ego detona la disposición de comprar para sentirse mejor y la sensación es que mutamos todo el tiempo inventando nuevas identidades. Esto tiene un riesgo, tanta búsqueda puede terminar en la simulación y las apariencias, solo conduce al ser humano al consumo emocional. No lograremos que nuestras vidas sean obras de arte, por más que las decoremos con la mejor capacidad creadora. En ese afán de encontrar la identidad preferida, la identificación personal se estereotipa, luego estigmatiza para terminar deshumanizando a la persona.


Variadas filosofías insisten en que el desapego es la capacidad de algunas personas de acercarse a un estado de paz. No se trata de buscar el minimalismo, atravesamos un tiempo donde también se frivoliza el concepto del movimiento creado en 1965 por Richard Wolheim, reemplazando la extrema simplicidad de sus orígenes artísticos a una sensación chic absoluta de elitismo. Se compran ideas nuevas, tentadoras y originales para aspirar luego a ser minimalista. Al reducirse rápidamente las expectativas es manifiesta la velocidad y ansiedad para renovar una nueva probabilidad por otra. A una especie de cambio compulsivo y obsesivo también se le llama progreso o desarrollo. Mas que minimalista lo que se ha avanzado es una ansia de libertad por comprar y mostrar una austeridad artística permanente en Instagram.


Los Millenials conocieron en carne propia que con la crisis de 2008, su vida no sería la misma que las de sus mayores. Ganar más para consumir por arriba de sus posibilidades sería reemplazado por no poder optar a más margen que la vida al día sin pensar en la proyección futura. La pandemia Covid 19 subió más la apuesta, invitó a los jóvenes a desarrollar el desapego. El problema tal vez radica en esa necesidad permanente de comparación con reproche. No alcanza con la tranquilidad de necesitar menos cosas, se debe recordar con rencor la tendencia de los adultos mayores al apego a diferentes prácticas sociales, como la religión, política, arte o demás coyunturas. Parte del desapego proviene del dolor por no experimentar crecimiento.


El infierno es la otra gente” dijo Jean Paul Sastre. El desapego de hoy parece un apartarse. Vivimos con prisas y nos olvidamos de preguntar al ser cercano si le pasa algo. Desapego no es deshumanizar. Se instala la incapacidad de extrañar, de no querer hablar con alguien cercano, de dejar de estar ahí. Minimalismo de emociones no parece ser el camino del desapego. Nos gusta más lo que no vemos, nos gustan más los colectivos de redes sociales que nuestro pequeño círculo íntimo. Dejamos de ser espontáneos. El desapego era alcanzar un grado de sabiduría, no parece ser el camino en la superficialidad de las redes actuales. Desapego es poder poner en orden las cosas del pasado. Desprenderse es de alguna manera, adaptarse a una segunda oportunidad. Desapego no es desafección, el desencanto ha confundido el significado de las palabras. Lo que predomina parece ser la aversión en un mundo impermanente.


El desapego no es dejar de querer cosas o a personas, solamente es privilegiar lo importante, la racionalidad de no dejarse influir por la lógica del consumo. Se basa en una filosofía del desprendimiento, donde prima la ausencia de ansiedad sin importar con qué o con quién sea el vínculo. En psicología se define como el acceso a la independencia emocional y la capacidad de desprendimiento en el momento que se debe hacer. En la marcha de la vida, se mira el camino y no tanto el resultado. La maleta del inmigrante no deja acumular más que veinte kilos de su pasado. El lograr ese paso -tras vivir el dolor del desarraigo- permite desprenderse sin tanto miramiento o duda. Se puede volver a montar la maleta una y otra vez, dejando de lado los excesos que nos cargan más peso que la espalda permita. Perder el miedo a perder es manejar la escasez y comprender lo que en verdad es imprescindible...

 




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