jueves, 9 de junio de 2022

Que ves cuando me ves

 “Me volví loco, con largos intervalos de horrible cordura”.

Edgar Allan Poe


Una de cada cuatro personas sufre a lo largo de su vida algún tipo de trastorno mental. Esas tres personas que no lo padecen, no logran comprender la dimensión de la situación, limitando a calificar -despectivamente- al afectado como una persona desequilibrada. Dolencias, crisis de identidad, depresión, estados de ansiedad, paranoia, trastornos bipolar, esquizofrenia, adicciones, brotes o tristeza extrema forman parte de una larga lista de cuadros médicos que se preocupan por la calidad de vida de una salud mental. Las cosas ocultas se terminan descubriendo, de esta manera se puede normalizar y no tanto condenar a la persona que lo padece. Se evita una exposición constante de ciertos aspectos de la vida personal de las personas. Pero en términos literarios, la voz en primera persona de dolencias psicológicas es cada vez más habitual. Se trata de entender las causas del dolor, o de venderlo.


Si planteamos una lista rápida de escritores vinculados al dolor o la enfermedad mental a cualquier crítico literario le surgen nombres como Edgar Allan Poe, Ernest Hemingway, Sylvia Plath, Frank Kafka, Jonathan Swift, Virginia Woolf, Lewis Carroll, Charles Bukowski, Ezra Pound, Hermann Hesse, Leon Tolstoi o Phillip K. Dick. Este listado esta presente en toda búsqueda en la web sobre trastornos mentales en personajes literarios notables. Pero la lista es mas amplía y más si mencionamos autores que dedicaron parte de su obra a trabajar sobre estos trastornos. William Shakespeare -El Rey Lear o La comedia de las equivocaciones-, Nathan Filer -La luna no está-, Platón -Fedro-, Virginia Woolf -Al faro o La señora Dalloway- o autores que continuaron la vena delirante del trastorno como Bohumil Hrabal, Jorge Luis Borges, Albert Camus, Roberto Bolaño, Friedrich Nietzsche, Paul Verlaine, Fernando Pessoa, Antonio Tabucchi o James Joyce, para nombrar solo a algunos.


Desde el Quijote a La Metamorfosis la literatura se ha movido con relativa comodidad para tratar los profundos trastornos del alma humana. Parte de esos personajes notables de la literatura han sido un desdoblamiento de sus creadores. Algunos los han tratado en sus obras de primera mano romantizando el sufrimiento desde la primera persona. En esa literatura de los síntomas, si bien se ficciona en un sentido individual, lo que trasciende es también, el tratarse de males comunes. Las ficciones personalizadas son cada vez más utilizadas tal vez porque no tenemos tanto miedo en calificar pequeños trastornos emotivos como una situación mental y la comprensión de algunas dolencias psicológicas parece mayor que en otros tiempos. A partir de 2020, la pandemia del Covid abrió o normalizó las bisagras del armario de la salud mental. Las aflicciones privadas baten récord de edición, parece ser menos tabú el empeoramiento de la salud mental en el mundo; o somos más morbosos; o la capacidad de sorpresa y atención se debe esforzar cada vez más para lograr una edición o contrato literario.


La pandemia permitió hablar de salud mental, permitiendo en muchos casos, poner en evidencia los conflictos generados en la misma infancia. Desde siempre la enfermedad personal fue un acicate para la creación literaria como también generar silencio o rechazo en la atención sanitaria. El diagnóstico personal ha conformado el nuevo mapa del tesoro de las editoriales. El desgarro y la debilidad están instalados en la temática, no es necesario precisar que el Marques de Sade o Poe eran personajes malvados o siniestros, sino que sus personalidades estaban afectadas por inestabilidad emocional a causa de problemas mentales. La historia de la época se encargó de aclarar que se trataban de locos o viciosos. La virtud del legado de Poe, por ejemplo, se caracterizó por narrar de una forma casi real los sentimientos que le generaran sus afecciones y hacerlo de manera poética.


Promediando el mes de abril, el motivo de una entrada literaria era determinar si se debía relacionar a un genio con una persona inestable o enferma. En este caso, se trata de visualizar que la creatividad de obras notables puede estar vinculadas a un talento para expresar contenidos emocionales inestables y adversos. El arte no puede trascender a un trastorno grave, desaparece física o intelectualmente el creador – David Foster Wallace o los ya mencionados-. En el mientras, se puede manejar parcialmente la situación para seguir concibiendo arte, las enfermedades no lograron interponerse en el camino de estos autores nombrados. En muchos casos, la muerte fue el limite pero mientras escribieron prevaleciendo a pesar de sus enfermedades. Muchas veces la creatividad implica una anormalidad, como la soledad, depresión, bipolaridad, exceso de drogas o psicofármacos, insomnio, vacíos indeterminado o un alejamiento del mundo. En esos casos ha determinado la manera de estar en el planeta, desarrollando un estilo con refinamiento y perfeccionamiento, proveniente de la imperfección que nos apuntala.


El dolor escapa a los límites de la expresión y procuramos entenderlo. La búsqueda de la perfección también puede ser considerado un trastorno vinculado a la obsesión. Estamos expuestos al abandono, al padecimiento, a la patología o sufrimiento. Henrik Ibsen confesaba que “el escritor que deja de vivir, deja de escribir”. El que piense que la literatura de ficción es vivir en un mundo que no existe, deba repasar otra definición, en este caso de William Faulkner que decía “un escritor necesita tres cosas: imaginación, experiencia y observación”. La realidad es demasiado resbaladiza, la escritura puede ser un consuelo, una condena o un alivio perturbador. “Las palabras son pistolas cargadas”, definió Jean Paul Sartre, obligando al escritor para mantener la cordura el tener licencia para portar palabras que demuestren que ser raro no es nada raro...

 



3 comentarios:

  1. Muy interesante, otra visión de aquel que intenta crear. Esos que de la tierra y agua hacen historias. Donde la imaginación manda y los sueños modelan, creando cada cabello del personaje nuevo, que refleja o no eso que llevábamos dentro. En el silencio con que la telaraña recorre el aire, espera atrapar y ser útil. Asi esas mudas palabras, detras de la puerta de nuestro mundo, esperan salir y asociadas mostrar un mundo, nuestro mundo.

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  2. "Una de cada cuatro personas sufre a lo largo de su vida algún tipo de trastorno mental...". La experiencia del tiempo recorrido, y también un simple vistazo alrededor o recordar una pequeña discusión reciente, hacen que esta proporción coincida en medida muy aproximada al porcentaje de tontos, ineptos mentales y mentes simples que rellenan la sociedad. No sé si el encaje numérico coincide con el social, pero el dato es cuanto menos curioso.
    Hace un tiempo, mientras tomaba un café en una terraza y leía el periódico, me llamó la atención la conversación entre dos señores de edad madura (y mentes consolidadas). Hablaron de Historia, de Filosofía, de Política, pasando de un tema a otro con la seguridad con la que el mono araña recorre el bosque, me refiero a la destreza, conocimiento del medio, seguridad en sus posibilidades, experiencia y visión de dónde y cómo asirse a las ramas. Por supuesto y con poco disimulo plegué el periódico y agucé el oido. Media hora de diálogo conmigo como espectador espectante.
    Traigo esto a colación porque, volviendo al tronco de mi comentario, este sucedido es absolutamente inusual. Si pienso en mi entorno laboral, de relaciones diarias, de bar, en el ámbito deportivo (sobre todo el fútbol por su dimensión) observo que existe poca gente dispuesta a llevar la contraria a Einstein cuando dijo aquello de que "es más fácil creer que pensar". Aproximadamente un cuarto o quizá menos de las personas con las que debo relacionarme, ofrecen puntos de vista racionalizados, razonados, analizados y deducidos sobre cualquier asunto. Y me importa menos el resultado de acierto o error, que el tratamiento aplicado.
    La desgracia de la democracia es que es un instrumento que utilizan unos pocos listillos, caraduras, trepas y personas sin escrúpulos para asentarse en posiciones que influyen y ordenan la vida del total de la población. Unos pocos con los votos de una mayoría, cuya composición es la comentada anteriormente: tres de cada cuatro son tontos o personas planas que se siente cómodas siendo manejadas. Así ello a pesar de ese cuarto de personas críticas, analizadoras y responsables.
    Las religiones se basan en el mismo concepto y utilizan las mismas armas para dominar los cerebros.
    La pandemia es la mejor representación de lo que comento. Yo con los datos que tenía fui como un corderito a vacunarme dos veces, convencido de su eficacia. Más tarde empecé a ver las contradicciones de los mensajes oficiales, las mentiras, que directivos de empresas farmaceúticas falsificaban sus certificados de vacunación, explicaciones de científicos acreditados que negaban su eficacia o hasta exponían los posibles efectos secundarios negativos, que el Gobierno Vasco reparta 5 millones de euros entre los medios de comunicación, con la condición de que no contradigan ni duden de los mensajes oficiales (está en el BOEPV).
    Los hice, por supuesto, buscando por dónde me querían engatusar, con la mayor disposición crítica. Ahora con más datos, no voy a volver a vacunarme.
    A los que no tragamos con el ordenamiento oficial nos tachan de antivacunas, terraplanistas, locos, insensibles. Bueno, no está tan mal, en la Edad Media se les echaba a la hoguera.
    Recientemente discutía con un entrenador de fútbol sobre la eficacia de los ejercicios analíticos en los entrenamientos. Yo en contra por no utilizar la inteligencia y el sentido común, y él a favor, no dando mucha importancia al pensar. Yo pensando que el juego es de listos.... y él concluyendo que el fútbol es de tontos (entre los que se incluía, demostrando que no lo es en absoluto). Miro a mi alrededor, y me presto a envainar esta espada.
    Tres de cada cuatro personas no sufren problemas ni trastornos mentales a lo largo de su vida. Habrá que analizar esto. O mejor, no; lo dejamos así, no vaya a ser que nos haga pensar.
    Es más fácil creer que pensar.

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