miércoles, 23 de febrero de 2022

Ay, que pesado, que pesado, siempre pensando en el pasado

 “El nacionalismo no sólo no desaprueba las atrocidades cometidas por su propio lado, sino que tiene una extraordinaria capacidad para ni siquiera oír hablar de ellas”.

George Orwell


Ciento quince años atrás fue considerado el inicio de la civilización del futuro, el fin del desempleo y el remate al capitalismo. La vieja, fracasada, incompetente y caduca sociedad burguesa e imperialista rusa dejaba paso al nuevo hombre, una sociedad más justa y mejor repartida y con una producción al servicio de las verdaderas necesidades humanas, incluido la paz. 115 años han pasado y aún no nos ponemos de acuerdo en sus resultados. Para muchos, aunque me cueste creerlo, sigue siendo la eterna opción del hombre nuevo y mejor sistema. Para tantos fue otra de las revoluciones inconclusas que debió llamarse “golpe de estado” y que propició el nacimiento de una nación que fundó sus bases sobre el terror y la muerte. ¿Futuro o uno de los sucesos más trágicos de ya un trágico siglo XX?


El cansancio producto de la Gran Guerra estimuló una alentadora proyección a un levantamiento popular. El éxito alcanzado por la revolución bolchevique de octubre de 1917 fue saber aprovechar un mensaje anti bélico para ganar fuerza política. Deberíamos tener claro que todo entusiasmo revolucionario produce ceguera y arrima corrupción inmediata. El empuje basado en el mejor anhelo produjo horrores descomunales. No interesa cuantos años hayan pasado ni cuanta perspectiva podamos haber alcanzado. Todas las generaciones tienen un momento de fragilidad emocional que no les permitirá constatar ni reconocer que sus ideales han sido traicionados y sus convicciones, estafadas. El fin justifica los medios, se suele repetir el eslogan de lo que perseguían Lenin y Trotski y luego proyectó con contundencia Stalin. Seguimos enfrascados en la eterna necesidad de cambio pero no podemos pasar de esa fase de violencia sanguinaria que perpetúa dictaduras, alternantes en supuesta ideología.


No es una memoria política la intención de esta entrada. En realidad sí lo es, lo que no quiere encuadrarse en solo en un problema soviético. La cobardía intelectual suele ser una valla infranqueable. Cambiar una ortodoxia por otra no es necesariamente un avance, un gran cambio. La historia está aguardando a que la analicemos para constatar que la ceguera acompaña a todos los sistemas, donde las revoluciones burguesas francesa, china, americana, española e inglesa tuvieron parte de esa maldita medicina que va de justificar todo tipo de sometimiento y fusilamientos basados en la famosa libertad y justicia. El país actual, Rusia, basado en un capitalismo oligárquico fruto de la expropiación al estado cuando la Unión se desmoronaba es increíblemente distinto a lo que imaginaron los fundadores de aquel estado soviético. Pero los fanáticos lo ven igual, tal vez porque en sus mentes no hay ideas, sino tan solo una sobre valoración de sus creencias, que denominaban idealismo. Y el tránsito que va del fanatismo al terrorismo es pequeño, pasa por la construcción del enemigo al que rebajar a una condición subhumana de “cosa”, que además de cosificar, hay que destruir. La verdadera libertad es poder decir finalmente lo que no queremos oír.


En todo caso, esa revolución de los bolcheviques puede considerarse el fin o el nacimiento del mundo moderno. Lo llamativo puede ser que en el ámbito cultural de izquierdas y sus lideres de opinión hayan podido negar lo evidente, que el término “socialismo real” fue tan solo un vocablo más que debería llenar de absoluta vergüenza a todo aquel que lo pregonó. Es verdad que aquel síndrome de despreciar al burgués se propagó y hoy parece que lo que se desprecia es al ciudadano en general. El trabajador que progresa es considerado adepto al capitalismo mientras que el líder que se enriquece robando es un revolucionario contra el imperialismo reinante. Se ha llegado a un intríngulis nefasto de no poder reconocer que esos lideres populares amasan fortunas superiores a las de los que supuestamente combaten. Ese déficit de nuestros presentes tal vez pueda explicar porque no hemos podido tapar las vergüenzas de la falta de reflexión del pasado. Y eso que son los adalides de las memorias históricas.


Tamaña obsesión no suele perseguir lo que dicen perseguir: ni la justicia social o la igualdad, sino el poder absoluto. La historia puede ser definida como una maquinaria de lo evitable. En conjunto, la revolución, la campaña del terror en 1918, la guerra civil y la hambruna posterior alcanzaron una cifra de veinticinco millones de muertes, lo que permitiría suponer que la Revolución Rusa fue uno de los hechos trágicos del siglo XX, un régimen de terror que dejó millones de cadáveres. A los miembros de la “antigua sociedad” -aristócratas, terratenientes, todo aquel que tuviera empleados a su cargo y sacerdotes- se les despojó de sus derechos civiles, de sus propiedades y se le negó vivienda como también cartillas de racionamiento, invitándoles a morir de hambre o de penalidades, en el caso de no haber podido emigrar a tiempo. Los campesinos no corrieron mejor suerte, a lo largo de las diversas revueltas, fueron aplastados sin contemplaciones, llegando a utilizar cualquier recurso a mano, como el de gasear con gas venenoso los bosques de la región de Tambov, para despejar la huida de rebeldes, durante las campañas 1921-22. Mientras tanto, los seguidores del nuevo concepto de una sociedad mas justa a lo largo de todo Occidente se negaban a mirar las formas de como se imponía la idea de una nueva era. Y pocos, al descubrir el engaño, fueron capaces de denunciar la equivocación de haber confiado en un régimen criminal. El desdén por la verdad objetiva también es una loza humanitaria.


Nos deberíamos sincerar y preguntar cuál fue el aporte de la Revolución Rusa a la Unión Soviética y al mundo. Deberíamos tener la entereza de evaluar el precio en vidas pagados en ese llamado experimento social, basado en sueños y proyectos que se siguen hoy soñando sin animar a despertar para confirmar el horror bolchevique y del estalinismo posterior. La sociedad rusa se muestra confusa a la hora de definir héroes y villanos, a veces le cuesta distinguir unos y otros. Todas las naciones se sienten excepcionales, Rusia es una civilización diferente y tratar de analizarla desde otra cultura, es un error en el mejor de los casos. Siempre han predominado los lideres de personalidad fuerte, casi déspota: Iván el Terrible, Pedro el Grande, Alejandro III, Lenin, Stalin y ahora Putin. “Nos vemos como ustedes, pero no somos como ustedes” le dijo Putin a un presidente estadounidense. Sueño o pesadilla, un siglo después no nos ponemos de acuerdo. Tal vez el enorme precio pagado tras la revolución rusa de 1917 fue el de no comprender que la pasión distorsiona, que en esa contienda histórica hubo más perdedores que ganadores, y esos que perdieron también tenían su verdad para contar al mundo...

 




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