sábado, 16 de enero de 2021

No cortes la ilusión de lo ideal

Un no-lugar es un espacio despojado de las expresiones simbólicas de la identidad, las relaciones y la historia: los ejemplos incluyen aeropuertos, autopistas, autónomos cuartos de hotel, el transporte público.”

Zygmunt Bauman (1925-2017)


Somos seres sociales que en determinados momentos vivimos vorágines de perpetua desintegración e integración. Según Marshall Berman, nuestra naturaleza responde a “a la unidad de la desunión” donde lo sólido se desvanece en el aire. Aspiramos al sueño de la autonomía y emancipación para caer de bruces en las diversas adaptaciones y manipulaciones regionales de nuestros entornos. Si la obsesión del siglo XIX fue la historia, la del XX fue el espacio y supuestamente estamos transitando en este siglo el concepto del lugar, detonado por procesos de migración o desplazamientos forzados. Esos espacios que no existían en un pasado cercano -último cuarto de siglo anterior- han precipitado el paso de la modernidad a una posmodernidad o sobremodernidad, donde todo parece encaminado hacia el espectáculo. En ese tránsito, son varios los que se sienten ajenos a la velocidad de los hechos que pasan raudos frente a nuestros ojos.


Entre tanta búsqueda de un lugar, nos enfrentamos a un concepto vigente hace un tiempo de no lugar, producto de un sobreabundancia de los acontecimientos que tratan de unificar a las diversas culturas que habitan a los ciudadanos del planeta. Esta superabundancia puede ser real o fabulada, su vorágine la determina la velocidad de comunicación existente. Parece no existir rincón del planeta sin descubrir ni disfrutar. Lo podemos navegar por internet o conocer a través de viajes que antes se catalogaban como exóticos y ahora hasta parecen convencionales. Todo parece estar a nuestro alcance -recordando que desde la existencia del covid, el mundo tiene un impasse que aún perdura- donde la globalización obligó con sus nuevas tecnologías a una sobreabundancia del individualismo. Este fenómeno contagioso, además de permitir el tránsito parejo con el de los semejantes -donde el estrato social no es determinante para una exclusión- genera el fenómeno curioso de que para algunos, trascienda una sensación opresiva de inferioridad. Los no lugares, a muchas personas, les profundiza o expone al vacío al no poder encontrar en esos emplazamientos el propósito de realizar una convivencia útil o experiencia tolerable.


Accedo al libro de Marc Auge, “Los no lugares, espacios del anonimato” al contar en mi terapia un hecho cíclico angustioso que se me manifiesta en dos o tres lugares específicos. Si bien me agobiaba la presencia en centros comerciales o grandes superficies, y durante viajes en coche me sentía algo disminuido o desmotivado en el tránsito por autopistas, era en los aeropuertos donde peor la pasaba. Lo consideraba como un claro ejemplo de inferioridad, ante el rápido circular del resto de viajeros, que en ese andar, parecían tener claro hacia donde se dirigían, lo que no parecía ser mi caso. Una sensación de agobio que me acompañaba en cada desplazamiento, generándose una desconfianza que se basaba en una mera suposición: Era la única persona que no ponía énfasis sobre adonde se dirigía, estático entre tanto movimiento en apariencia convincente. El aeropuerto y su zona de tránsito era para mí un no lugar donde no existía identidad, relación o historia. Algo similar me sucedía en las grandes superficies, donde mi presencia se debía a un hecho puntual e irremediable que me exponía a esa ingente cantidad de consumidores que sabían aprovechar las bondades de esas superficies. Mi intención era estar el mínimo tiempo posible, evitando que esa masa que en realidad no mira a nadie, descubriera la incomodidad que esa hábitat me generaba. El "intruso" detectado y señalado por afrontar una realidad individualista a la inversa, es decir que manifestaba mi escasa contracción a formar parte de ese ecosistema. Como la secuencia emocional se repetía en estos espacios, lo mencioné en terapia, encontrándome ante el concepto de "no lugar" y no como un problema de inferioridad personal.


El viaje parece ser el arquetipo del no lugar, los aeropuertos y las autopistas están montadas en el concepto de que en ellos se ganan horas sin necesidad de contemplar paisajes. El fenómeno se repite en las grandes cadenas hoteleras -que no frecuento- o en los cajeros automáticos o los hipermercados. En estos lugares la sensación es que quien los frecuentan puede disfrutar del anonimato, relacionándonos por cuestiones de consumo y nunca por afinidades o por lazos afectivos. Se puede definir como espacios vacíos de significado emocional e identitario. No parece posible humanizar esos espacios donde no se ejerce un papel más allá del de usuario. Los adultos pueden sentir estos espacios como espacios de compra o consumo, mientras que las nuevas generaciones normalizan estos espacios además de relacionarse dentro de ellos.


Superficies con gente aquí o allá o en ningún lugar, esperando, yendo, viniendo, descansando o mirando al resto, donde todos se evaden, nadie aspira a ser más que uno más no diferenciado, tal vez no quieran pertenecer pero deben estar. A la hora de programar una actividad, surge el no lugar como propuesta casi obligada y de paso, humanizan esos no lugares convirtiéndolos en lugares, como una polaridad falsa, el estar en familia o en grupo de amistades en un centro comercial o espacios gastronómicos, no significa que lo hagan con afán de relación. Lugares para concurrir en familia pero que en el fondo, parecen ideales para transitar en soledad envuelto en su individualidad ajena a una naturaleza de hombre social. Uno al lado del otro, aforando los patios de comida, escuchando megafonía que invita a la promoción “soñada”, comprando como diversión o un permitido para gente “triste” o monótona que más que propiciar una comunicación que ponga en contacto a los individuos lo que hará es vincular imágenes, todo el tiempo similares a las de uno mismo.


Si es un mal que aqueja, en realidad eso sucede dentro del segmento de mayores de cuarenta años. Para la generación de los más jóvenes, los centros comerciales se entienden como un sitio esencial de ocio o de encuentro, donde se sienten cómodos y naturales relacionándose entre ellos. Para los jóvenes, no es habitual el encuentro en una esquina, en una calle o en un bar. La referencia del centro comercial se asocia a la comodidad o a una supuesta variedad de ofertas recreativas. En esta radiografía de las diferencias esta sociedad contemporánea se caracteriza por la presencia de actores y de espectadores. En una vida de contrastes debemos acostumbrarnos a que hoy por hoy, la historia es actualidad, el espacio imagen y el individuo mirada. En esos no lugares se da el contrasentido que el que sufre por no sentirse cómodo ni parte, en realidad es ignorado de tal manera, que nadie distinguirá que se está sufriendo algo más que las perdidas del hombre...


 

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