martes, 5 de mayo de 2020

Mientras te muevas lento y jadees el nombre que mata


"No podemos al mismo tiempo curar y saber. Así que curemos lo más aprisa posible, es lo que urge".

Albert Camus, “La peste”.
Su valor simbólico toma protagonismo en este convulsionado comienzo de año. La peste no es un mal cualquiera, pero nos ha acompañado siglo a siglo, sin pausa y sin respiro, y siempre tomándonos por sorpresa. Por más ilustrado que estemos, no siempre vamos a reaccionar de manera parecida. Se nos pide grandeza en momentos turbios, pero no es fácil asumir que el realismo o humanismo pende de un hilo cuando las posibilidades se acotan, cuando una epidemia nos reduce a espectadores encerrados en casa. Será por eso que durante los meses de marzo y abril, todo aquel ávido lector fue en busca de un libro tal vez leído en los años setenta de pasado siglo. Leer hoy “La peste” de Albert Camus es tal vez leer la novela por primera vez, así de azorados nos encontró el Covid de los cojones.


La novela es de 1947 y fue interpretada -también- como una alegoría del nazismo que ocupó Francia durante la Segunda Guerra. “El grito de los vencejos en el cielo de la tarde se hacia más agudo sobre la ciudad”, me acabo de dar cuenta que a pesar del estatismo que generó el confinamiento, los vencejos han renovado su rutina de hacer nido al costado de mi ventana y revolotear frenéticamente por reconstruir su refugio, buscar alimento o vaya a saber qué es lo que hacen con ese vuelo alocado. La peste no frenó el fenómeno migratorio de la naturaleza. Ver ese vuelo alocado me da calma, afuera explota la vida, la naturaleza respira gracias a nuestro encierro. Pero ese dato conforta, es mucho más humano que los datos de muertos diarios que cada mediodía arroja.

El doctor Rieux es el héroe que escogió Camus para enfrentar a La peste. Dentro de una sociedad donde los valores están al menos confundidos o anestesiados gracias a un individualismo mezquino y una desconfianza enrabietada que resquebraja el tejido social, es Rieux -a través de la voz de Camus- quien permite pensar que no todo está perdido. Estamos viviendo en base a instantes, apenas salimos para la actividad esencial -comprobamos que parte de la humanidad no es esencial-, algunos hacen trampas para andar por las calles, la mayoría se confina y espera que lleguen las veinte horas cada día para aplaudir con ganas, angustia, dudas, miedo o esperanza, porque en definitiva se intenta aplaudir al porvenir, se necesita esperar un porvenir donde la ciencia ficción no nos obligue a vivir más castigados de lo que vamos.

Del Doctor Rieux podemos valorar sus convicciones al servicio de Orán, ciudad donde se desarrolla la novela de Camus. “En el hombre hay más cosas dignas de admiración que de desprecio” se afirma en un tramo de la historia. A veces pasa en la vida real, pero las ultimas desgracias que se vislumbraron -epidemias, ataques terroristas, manifestaciones independentistas, desastres naturales- ese sentimiento de grandeza deja paso, tras unos días, a las miserias que nos separan continuamente, a las diferencias obscenas que unos y otros se tiran en las caras mientras dicen que hablan en nombre nuestro, el incrédulo e invisible ciudadano de a pie. Y si bien creo que mienten, que no me representan ni nunca me han consultado, a veces creo que puede ser cierto, que esa casta impresentable esté representando nuestra esencia, que seríamos la misma mierda en caso a acceder a un cargo que diera mínimo poder. Pero debo seguir homenajeando a Camus, no radiografiando a esta granulómica especie.

En “La peste” se nos grafica la despiadada lucha de los médicos por revertir una sensación de inferioridad. “la verdad es que no sabemos nada de todo esto” queda en el libro hasta elegante, porque lo que escuchamos a lo largo de los días de dirigentes o especialistas es que la gente no sabe nada de lo que sucede pero que no se disculpa por equivocarse a diario. “Los enfermos morirán separados de sus familias, estando prohibidos los rituales familiares” toma una triste y trágica dimensión para muchas familias mientras que para los que no han sido afectados, solo se trata de ver con ansiedad cuando será el momento de volver a una terraza a tomar cerveza o participar de una buena jamada. Se trata de entender como unos y otros se sitúan en el mundo, no se trata de juramentar que de esto saldrá una mejor persona. No, el que es bueno lo seguirá siendo y hasta se habrá perfeccionado. Del otro, mejor no hablar aunque me la pase hablando.

La oportunidad que nos brinda el Covid -si es que se puede llamar oportunidad- es que seamos un frente donde lo colectivo sea lo esencial, que hagamos nuestra parte para volver a ser hombres libres. Camus nos ha explicado que el miedo tarde o temprano nos pertenece, que por suerte gran parte del tiempo parece habitar en el otro lado. Por eso la gente vuelve a leer “La peste”, porque sitúa sobre el contexto que arroja la epidemia. Una pequeña historia de repente es la gran historia, un entretenimiento entre comillas -porque para otros la literatura es una bitácora de pensamiento y reflexión- nos invita a preguntar por que Camus, Saramago o Boccaccio (entre otros) saben ayudarnos a comprender lo que está pasando y no los leemos. Seremos ciegos seguramente, o tan lelos que necesitamos como en el caso de Saramago que nos endulcen con metáforas sobre la escasez de percepción que nos gobierna.

El virus fue mucho más veloz que nuestra burocracia. Somos simbolismos intermitentes y la frase de Camus “a partir de este momento se puede decir que la peste fue nuestro único asunto” ha invadido nuestro espacio y nuestros relojes blandos que Gali graficara en “La persistencia de la memoria”. Es que no es tal vez un problema de memoria, debe ser algo tal vez más profundo eso de postergar todo aquello que sabemos que nos hace mal pero lo dejamos aparcado esperando que macere, madure y estalle como una cepa que nos arrastre hacia el peor de los lodos, la desidia. No podemos zambullirnos de vez en cuando en la realidad para dejar de lado las conclusiones filosóficas de nuestras experiencias. Valoro que Camus tenga vigencia pero detesto que la tenga, será porque desde 1947 nos seguimos entreteniendo con recorridos que creemos de ficción pero que en realidad son señales de lucidez desaprovechada…  

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