martes, 19 de mayo de 2020

No todo me resbala


“El jabón y la educación no son tan efectivos como una masacre, pero son más letales a largo plazo”.
Mark Twain.

Como elemento de colección, como figura exótica para los anticuarios, como alegoría vintage, un día su figura se hizo nuevamente visible y necesaria. Transitados los primeros y nerviosos días de la pandemia, uno de los principales consejos sanitarios lo acercaba a la palestra permitiendo que el confinamiento tuviera un elemento esencial de seguridad, una vuelta a las raíces. Una pastilla aromática se convirtió en el salvoconducto para regresar a la tranquilidad del hogar. Además de tener en cuenta que pisábamos en el exterior, la medida esencial de prevención pasó por lavarse las manos con agua y jabón ni bien regresados.


En mi caso, en una de aquellas primeras y nerviosas visitas a los supermercados algo desabastecidos, su búsqueda tuvo mayor énfasis que el papel higiénico o la harina de trigo. La vieja pastilla de jabón, con aquel olor que trasciende a su envase no solo me devolvió a aquella infancia donde anidan los mejores recuerdos, sino que me permitió acorazar una estructura de protección basada en elementos subestimados, pero que en épocas de desconcierto, se convierten en tótems: pomelos, naranjas, lejía, tubo de vitamina C y una pastilla de jabón, que reemplazará en la cocina y baño a aquel envase monono del jabón o gel líquido, pero que en el ciego avance del covid no parecía ser la coraza necesaria para juntar valor y mantener el virus a raya sin ingresar en nuestras casas.

Si bien siempre tuvo un papel esencial en la higiene básica, parecía ser que su función primordial había pasada a ser estético, a través de la colección de pastillas de variado y original diseño vintage personalizado que se presentaba en cajas perfumadas con el fin de regalo singular, de presente monono para aniversarios, nacimientos o souvenirs de eventos. Lo artesanal reemplazaba a la salud, a su importancia. Con las primeras certezas (si es que las hubo) sobre la prevención de esta enfermedad, primó el higienizar por sobre la belleza, y fue así como regresamos a las fuentes. Desde aproximadamente el 15 de marzo, se encuentra liderando cocina y baños, secundado por la lejía y algunos detergentes para inactivar el virus. En otros hogares, en muchas tertulias y en variadas investigaciones se puede precisar su importancia y comparativa con otros métodos desinfectantes, pero lo que se trata de valorar en esta entrada es la sensación de seguridad que sobrevive al retrotraerse a la infancia, a la presencia permanente en todos los hogares.

Lavarse las manos se convirtió en esencial. Lo sabíamos pero como que el creer vivir bajo urgencias permanentes nos había llevado a espaciar ese rito. A partir de este virus, volvieron las recomendaciones y los consejos médicos, recomendando entre veinte y cuarenta segundos de lavado con agua templada, llegando a extremos de calcular una duración optima de lavado en cantar mentalmente el “feliz cumpleaños” como medida eficiente del tiempo valorado. Frotar toda el área y rincones secundado con un secado escrupuloso garantizan hoy por hoy una de las técnicas más creíbles de limpieza y prevención de contagio. En muchos casos su venta se pudo haber triplicado modificando en parte los hábitos de compra al tener que re imaginar la tendencia de estar mucho más tiempo en casa, confinados. Y la pastilla de jabón es el aliado silencioso que brinda seguridad.

Resulta imposible no reconocer su relevancia, aunque en el transcurso de los siglos, haya pasado por diversas etapas. No solo estético, decorativos, higiénico o de limpieza sino medicinal, nadie puede olvidar que ha salvado millones de vidas y lo ha vuelto a hacer. Pero en un punto frivolizamos su uso, a finales de la década de los noventa era habitual ver revistas en las casas donde nos enseñaban a producir jabones o velas artesanales para ofrecerlas como souvenirs. Jabones retro pero no para usarlos, sino para coleccionarlos. Para el uso, nos fueron estimulando a la compra del jabón líquido o gel de baño, por práctico -comodidad-, por coste o por ser más estéticos que una pastilla de jabón humedecida. Sólo hoy parece que terminamos de recordar que la pastilla también tiene un uso más ecológico, más natural y no es contaminante al no tener plásticos y no contener elementos biodegradables.

Podemos recordar el “savoir-faire” del jabón de Marsella en la Provenza y como una industria se fue hundiendo hasta su casi desaparición con la aparición de los detergentes. A principios del siglo XX, Marsella tenía noventa fábricas de jabón pero finalizada la Segunda Guerra Mundial -donde fue considerado material esencial-, poco a poco se fueron cerrando, sobreviviendo algunas que adoptaron formas de museo o taller, como la que se encuentra a orillas de ambos lados del puerto viejo. Unos pasos atrás en el tiempo, en 1783 surge por accidente la reacción que economizó e hizo masivo su uso, al hervir el aceite de oliva con el óxido de plomo, generando una sustancia que fue conocida como glicerina. Recordamos que antes, la pastilla de jabón no tenia presencia fuerte en los sectores más humildes de las poblaciones, propensos a enfermedad o infecciones.

Jabones comunes -sebo graso-, suaves-compuestos por aguas termales-, sybdet -cosméticos-, dermatológicos -con agentes de limpieza vegetal-, aromáticos -esencias frutales o florales-, terapéuticos -que tratan la psoriasis, micosis cutánea u otros padecimientos- o de glicerina -neutros- se pueden enumeran en cuestión de tipos de jabones. La historia de su origen se puede profundizar a través de numerosas entradas en la web, donde se puede valorar sus continuas altas y bajas en el consumo. Hoy, nos devolvió la confianza en nuestra limpieza básica y la ciencia nos hizo recordar su necesidad en el hogar como aliado para la salud. Habrá que esperar para saber si le ha ganado la batalla a lo retro y volvemos a aquellas sensaciones que deberían ser eternas…

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