martes, 12 de mayo de 2020

Pero yo no soy tu prisionero y no tengo alma de robot


“El peligro del pasado era que los hombres fueran esclavos. Pero el peligro del futuro es que los hombres se conviertan en robots”.
Erich Fromm, psicoanalista, psicólogo social y filósofo humanista alemán (1900-1980)

Las grandes preguntas de la humanidad continuarán sin resolverse. No queda otra que acostumbrarse a que son interrogantes sin respuesta, con desarrollo pero sin sentencia. Es el precio que se paga durante nuestra existencia, intentamos reaccionar tozudamente sobre el miedo a lo desconocido. Y el guion de la realidad no está trazado, a duras penas esbozamos un argumento que se apoya en derroteros. Se vive arropado por imágenes del presente, pasado y futuro, donde el presente aunque parezca mentira es el único momento que no observamos, prima la incertidumbre por el futuro como necesidad de marcar la diferencia con el pasado. En ese contexto como bucle, el incesante despliegue tecnológico alimenta la sensación de remediar la angustia de enfrentarnos a la muerte, que es lo único que está escrito al nacer, pero sin saber la fecha de tal efemérides.


El ser humano tiene marcado su desarrollo a través del sufrimiento y el dolor, matizado por la satisfacción y placer de cada logro. En un importante desarrollo intelectual se procura trascender en el tiempo. Y en la carrera científica se vislumbran capacidades continuas por superar las limitaciones que nos persiguen. Siempre estamos a las puertas de trascender, se avanza mejorando la calidad de vida, pero rayando en la obsesión de la pregunta por prolongar la vida dentro de un parámetro cercano a la eternidad que siempre estará presente. El ser es cada vez más resistente a su entorno o hábitat, cognitivamente busca superar constantemente las condiciones a las que está sometido en su contrato o condición humana.

Para esto desarrolla todos los medios posibles para mejorar su cuerpo u organismo que le de resistencia y permita la quimera de la prolongación en el tiempo. Sin entrar a hablar del concepto de transhumanismo, no podemos negar que se han desarrollado incesantemente procesos mecánicos o químicos que mejoran la expectativa de vida: control de natalidad a través de métodos anticonceptivos, generalizada aplicación farmacéutica para mejorar procesos emocionales (antidepresivos o ansiolíticos), vacunas, marcapasos, trasplantes, ADN, implantes, prótesis, rehabilitación para vivir sin algunos órganos, etc. La actualidad presencia una carrera continúa centrada en los órganos vitales, superando limitaciones evolutivas. Pero se ha instalado un peligroso dogma, a través de asumir identidades flexibles han generado un cuestionamiento al viejo humanismo que sucumbiría ante la necesidad robótica de convertirnos en ciborgs.

El concepto de modernidad parece caduco, se busca terminar con la imperfección. La misma palabra arrastra la culpa de ser la generadora del dolor o sufrimiento. Si se llegara a jaquear la imperfección, eliminándola, la pregunta es saber que sería de nuestra condición humana, frutos de la fragilidad, vulnerabilidad o dependencia. Queremos creer que con la tecnología todo es posible, todo funciona. El desarrollo tecnológico genera un enfoque erróneo que nos obliga a creer que gracias a ella, todo funciona. Solo basta encarar una reclamación o avería para adentrarte en la burocracia de siempre donde la hipocresía del servicio sin dificultad enmaraña la solución. La tecnología es tal vez, un sistema solapado que de la mano del hombre se convierte en caótico, respondiendo a la esencia de imprevistos o la imposibilidad de prevenir todo lo que ha de suceder.

“Tales from the Loop” o “Historias del bucle” es una serie de ciencia ficción que se apoya en ocho cuentos donde la vida real se combina con lo  sobrenatural, la presencia de robótica o los viajes en el tiempo, incluso su detención. Pero, a diferencia de lo que solemos experimentar en un proyecto distópico o de ciencia ficción, la realidad mundana toma el verdadero protagonismo. La temática se fundamenta en los problemas emocionales o carencias sentimentales que experimentan los personajes a pesar de vivir en un lugar donde lo extraordinario parece mejorar la calidad de vida. Podemos definirla serie como ciencia ficción melancólica, donde la persona sigue siendo lo más interesante, a pesar del desarrollo tecnológico.

En definitiva la serie destaca porque a pesar de una secuencia futurista, se sigue destacando el valor de las relaciones humanas. La vigencia de la temática sci-fi (donde su traducción podría situarse en ficción científica) nos obliga a adentrarnos en este género especulativo que pretende narrar acontecimientos plausibles que se fundamenten en nociones físicas, sociales o de las ciencias naturales. Ha de ser posible que esto ocurra, podría ser el leitmotiv. La serie está basada en el libro de arte narrativo, del mismo nombre, escrito y dibujado por Simon Stàlenhag, donde diseña paisajes que luego la serie ambientará en una alejada localidad de Ohio donde maquinas extrañas o místicas crearán una atmosfera donde las personas viven bajo la sombra de la maquinaría y protegidos por una energía limpia. La construcción de un acelerador de partículas está todo el tiempo presente pero no se profundiza, a partir de la construcción de The Loop se podrán vivenciar extraordinarias-aunque lentas- historias.

La ficción científica sitúa a The Loop en un centro subterráneo de investigación donde no se sabe bien que sucede, las pocas imágenes que se registran son las del personal pensando, razonando o profundizando sobre los misterios del universo. La sensación es que el futuro se construye en el razonamiento y por ende, y de manera metafórica, se considera ese subsuelo como si fuera el subconsciente. En él debemos esforzarnos con un trabajo psicológico extra para reconducir el buen camino de nuestros procesos mentales. Son tantas las cosas que nos llegan a la mente y las vemos como inalcanzables, son eternos los sentimientos que nos frenan y no nos permiten hace posible lo imposible. Dicen que las barreras que tenemos en la vida están en nuestra mente, por lo que el merito de la serie es apostar al plano emocional, que está algo aletargado por vivir en la comodidad tecnológica. La esencia que une el hilo de cada historia individual puede manifestar que el tiempo que se pierde no se recupera. No es solo sci-fi o explicaciones seudocientíficas, es la necesidad de la reconexión humana.

El Loop ha cambiado las vidas de los habitantes, de muy variadas formas. Avances tecnológicos (como implantes cibernéticos, tractores flotantes que por un problema de arranque te transporta a una dimensión del ideal desconocido),  pero siempre prevalecen las dudas vinculadas con la muerte, la pérdida, la maternidad y la soledad que desconecta. En la secuencia cronológica de la serie, el tiempo llega a detenerse y el mundo se paraliza. La serie no es acción sino reacción de un proceso emocional, ideal para encarar su visión en estos tiempos de paralización sanitaria, social, económica y mental. La sensación de inmortalidad a la que se desea aspirar filosófica y científicamente se enfrenta a un desajuste de despilfarro de recursos naturales. Muy a pesar de los progresos alcanzados, se debe repensar que es difícil pasar página hacia un “hombre nuevo” cuando los ideales de democracia, libertades individuales, igualdad, género, razas, inclusión y pertenencia no está plenamente alcanzado ni logrado, seguimos muy a nuestro pesar y de los grandilocuentes discursos, siendo mercancía averiada….

No hay comentarios:

Publicar un comentario