domingo, 31 de marzo de 2019

Tienes que comprender que no puse tus miedos donde están guardados


“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el más antiguo y más intenso de los miedos es el miedo a lo desconocido”.
Howard Philips Lovecraft

Se le considera una emoción primaria que dispara un mecanismo instintivo defensivo que induce en nuestros comportamientos. Ha existido a lo largo del tiempo y podríamos graficarlo como una ruptura entre el mundo real y el que todos idealizamos. Tiene un carácter intencional que es la propia supervivencia. Lo sostiene un componente simbólico, como si se tratara de un ritual que da respuestas a las exigencias o peligros que nos acompañan en nuestro desarrollo. Todos tenemos miedos y su origen es el pensamiento, que necesita certezas. Pero hoy el tema se remite al miedo que coacciona, dirige y negocia con nuestras emociones y angustias, en post de un beneficio supuestamente comunitario. Es el miedo lo que sostiene ciertas políticas y ciertos políticos viven de nuestros miedos.


Y el temor se está apoderando de nuestro mundo. Se usa como un fino instrumento de manipulación porque siempre habrá un motivo: el temor a que te ataquen, a que te quiten lo tuyo, a perder la libertad, al malo que acecha y quiere romper nuestro equilibrio. El temor tiene tantos padres que somos hijos del adoctrinamiento que finalmente nos convierte en pasivos y dóciles seguidores de los encantadores de serpiente que se esconden en un concepto desgastado, como el de democracia. Lucran con el miedo de tal manera que se han convertido en una elite supuestamente necesaria para proteger nuestro bienestar. Bienestar que estamos perdiendo a manos de una clase que vive una realidad que no es la nuestra, una clase política que tiene un gran bienestar a costa nuestra.

Como el miedo es una emoción individual pero contagiosa, es un referente social. Y el tan mentado poder intenta que vivamos inmersos en esa emoción colectiva. El miedo genera pánico, tensión, alarma y dicen que conciencia. Paraliza la disidencia a través de la ideología y echa culpas al otro, al ajeno del que nos tenemos que proteger. Para informarnos están los fabricantes del miedo que gracias a la tecnología nos “informan” a la velocidad de la luz que nos anestesia, nos debilita de tal manera, que no podemos pensar y entonces, repetimos lo que otros nos dicen. Y con el tiempo, creemos que forma parte de nuestra ideología y línea de pensamiento.

En cualquier encuesta de un medio masivo o de un partido político, se intenta averiguar el ranking de miedo que nos atenaza. El inmigrante, el terrorismo, la falta de trabajo, la seguridad, el imperialismo, nos obliga pensar que son elementos que atentan contra la concreción de nuestros fines. La idea del imperialismo es una quimera, el que nos gobierna aspira a ser un imperio desde el mismo momento en que llega al poder. El discurso ideológico necesita para calar en la sociedad del caos, y si no hay, lo debe generar. El judío, el moro, el negro, el vecino limítrofe y el imperialismo son los recursos más a mano. Si hasta un gobierno nefasto en mi país de origen atribuyó a un periódico el concepto de ese malo necesario para dividir aguas. Con el paso de los años, lo cambió sin que sus acólitos se dieran cuenta al presidente en ejercicio. Es como ver todo el tiempo a Luke Skywlaker luchando contra su padre, Darth Vader. Esa imagen tan infantil que nos ha brindado el cine de ciencia ficción ha sostenido a varios movimientos políticos mundiales, que en realidad solo son tanta o más ficción que aquella película, pero ficción con malos efectos especiales.

Si se repite cualquier encuesta de las más reconocidas, los guarismos serán calcados: el 40% de los encuestados temen perder sus empleos, un 35% ve con recelo la llegada de inmigrantes y más de un 70% no creerá que las cosas han de mejorar en el futuro cercano. Sentimos formar parte de un engranaje en el cual en breve nos caeremos. Sufre el que no tiene trabajo y sufre el que lo tiene. Del miedo se pasa al pavor y luego a la desesperanza, para terminar invariablemente en la rabia social. Pero los fabricantes del miedo pregonan que trabajan denodadamente por nuestra felicidad, bienestar, estabilidad y dignidad como nación ejemplar. Y volvemos a creer, y volvemos a odiar y volvemos a echar culpas hacia otro lado. Nos sentimos solos y la soledad es uno de los peores temores, nos da pavor la posibilidad del aislamiento. Y ahí surgen otros pésimos actores, la religión y el nacionalismo.

Los riesgos modernos se plantean como globales. Entonces también le tememos al medio ambiente, a la contaminación de la radiación y al calentamiento global. Y otra vez el poder nos dirá que es un fenómeno donde todos somos responsables y además de asustarnos, vamos a reciclar para contribuir al cuidado de nuestro medio ambiente mientras que los políticos, los representantes del pueblo, no se ponen de acuerdo en dejar de contaminar y devastar el planeta. La cadena de riesgo aumenta gracias al desarrollo científico y tecnológico. De momento no tememos al uso desmedido que dan los niños al uso de la tecnología, ya antes de ser rebeldes en su adolescencia los estamos convirtiendo en sujetos pasivos. Se vislumbra el panorama más desolador aún viendo las condiciones personales de los políticos, estos por una necesidad manifiesta de mostrarse empáticos no pueden disimular lo patético que son. Pero los jóvenes están pasando de ellos, están pasando de la política, están pasando de su propio futuro.

Históricamente los procesos revolucionarios han sido practicados para satisfacer el miedo de los hombres, pero con el paso del tiempo, han generado terror en los disidentes, distracción o inocencia en los acólitos y hasta una perversa indiferencia en los admirados de la ideología. Es cuestión de ver pasar el tiempo, esos fervorosos fanáticos pagan con complacencia las atrocidades que se puedan concebir en el nombre de la libertad. Algunos cambiarán cuando con los pasos de los años se den cuenta del embuste. Esos serán igual pocos, la mayoría seguirá aferrada al miedo obsecuente y no han de cambiar, aunque a su líder le descubran las más obscenas inmoralidades. El otro siempre es peor, aunque sea imaginario y será el cansino caballito de batallas y así vamos, consumiendo cada vez más la moralidad de la especie.  

El miedo genera una atracción por militar en el adoctrinamiento. Cede su libertad de pensar, de razonar y de disentir al decir de un falso líder. La idea de seguridad, riesgo y crisis la asociamos con la escasez y entonces en esos momentos tenemos pánico y nos aferramos a aquel que más barbaridades a incumplir diga, y esos llegan a presidentes, jefes de gobierno o revolucionarios salvadores que se hará fuerte en legitimidad e intentarán ser inmortales en base al miedo o amenazas externas. Estamos así desde los orígenes mismos, considerábamos que los dioses eran benevolentes con nosotros siempre y cuando cumpliéramos con las dosis de sacrificios necesarios. No deseamos desatar la ira de un dios que dicen que es nuestra imagen y reconocemos que maneja una ira divina irrefrenable y es nuestro buen pastor al mismo tiempo. Será cuestión de darnos cuenta de que no necesitamos más falsos espejos y sí de una vez por todas saber convivir con nuestros miedos, que van ligados al desconocimiento eterno de nuestra existencia…

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