domingo, 25 de marzo de 2018

Y vos también estabas verde


“Nuestra dificultad para encontrar las formas de lucha adecuadas, ¿no proviene de que ignoramos en qué consiste el poder?”
Paul-Michel Foucault

A través de una certeza cada vez más contrastada, la impaciencia ha mermado las escasas esperanzas de luminosidad, de cambio de paradigma. La impunidad reinante comienza con las declaraciones, las campañas y mítines políticos derrochan promesas, porque creen que prometer no empobrece. Nos han asqueado con el ideal revolucionario que nada altera. Tal vez estemos viviendo un largo periodo de transición sometido por la indiferencia y la incapacidad de llevar adelantes proyectos de naciones. Este cambio de época puede durar medio siglo, uno, o más. En el mientras, son nuestras vidas y proyectos los que se postergan. Casi todos los gobernantes suelen recurrir a un ilimitado pedido de paciencia y esperanza para sortear estos momentos plagados de errores, corrupción y populismo. ¿Cómo se puede tener paciencia cuándo en el fondo, todos sabemos que estamos abonados al fracaso?


Agotamos nuestras energías en suponer quien debe ser el grupo de poder, élite o autoridad de una nación a la que alinearlos. La historia se calca, alterada por los cambios de época, desarrollo tecnológico o progresos, pero siempre ha sido que alguien movido por ambiciones personales o el inevitable deseo o ansia de ver plasmadas las ideas sobre las que ha teorizado, le lleva a contrastar su ideario dentro de la arena política. Y la posibilidad de acierto o fracaso comienza su andadura. Se sostiene que vivimos desde el último siglo en un estado anómico (faltas de normas o capacidad de la estructura social de proveer a los individuos de lo necesario para lograr las metas de la sociedad) lo que significa que es una fase histórica nueva, donde nos cuesta percibir los continuos cambios que como sociedad estamos generando. Las sociedades parecen ciegas, confusas y las políticas desaparecidas.

Y hemos probado de todo. Y entre todos los gustos, se puede asegurar que los intelectuales también han fracasado al acercarse a los gobiernos. La inteligencia al servicio del poder tantas veces dio paso a la manipulación, al considerar estadísticas a las personas, al privilegiar teorías a la necesaria práctica, donde los conceptos importan más que la vida real de los habitantes. Un intelectual o académico es peligroso cuando cree, con vanidad, saberlo todo. Ahí es donde más rápido se ha desmoronado, ya que olvidaron que accedieron al poder por su supuesta inteligencia y su competencia. Así todo, somos varios los que nos cuesta concebir a la política sin un proyecto intelectual, a pesar de los innumerables ejemplos de intelectuales al servicio de las autocracias. Hemos presenciado tantas veces la dualidad del idealista intelectual que se mete a política y fracasa, pero le sucede lo mismo al político de carrera que se desespera por intelectualizarse. Ambos terminaron siendo mezquinos y hasta patéticos. La conclusión, duele decirlo, es que un porcentaje elevado de políticos o aspirantes fracasan, sean o no intelectuales.

El intelectual suele elegir la verdad como control del poder, mientras que el político quiere controlar el poder aun a costa de la verdad. Pero los dos terminan mal, los primeros son represaliados o exiliados y los segundos, traicionados u olvidados. El intelectual entregado a la política no comprende que su posible éxito no depende de su inteligencia o refinamiento, sino del aprovechamiento de las oportunidades. El éxito o fracaso de un intelectual en el poder se deberá siempre a su correcta transformación en político. Se deben resolver certezas, no postular idearios eternos. Y al intelectual le suele perder el perder su capacidad crítica. La mayoría de las cosas que suceden en política, merecen críticas. De ahí que la mejor posición de un intelectual siempre haya sido estar alejado del político u gobernante, porque su crítica y reflexión es la que mantiene su integridad.

El intelectual ha sido siempre el personaje que ha escrito la historia, porque es capaz de interpretar las imágenes presentes y pasadas. El intelectual está calificado para reflejar con claridad las contradicciones de nuestros sistemas de vida, las injusticias nunca desaparecen.  Se duda o se defiende la idea de que el intelectual no ha muerto en esta sociedad de hoy. Es de considerar que el intelectual alejado del poder, aquel que cruza de acera para mantener la saludable distancia que permite calibrar la justa crítica está vigente, pero el problema puede ser que hoy la gente no quiera escucharle. El discurso público y político está cada vez más empobrecido, sin algo parecido a lo que podría denominarse control de calidad. Las mentiras políticas no son menos que antes, lo que sucede es que nuestra tolerancia es menor, lo que hace mayor la peligrosa indiferencia. Y es ahí donde el intelectual parece extinguido, porque el deber del filósofo es el de vigilar e iluminar, y hoy la vida pública parece dominada por un ámbito oscuro.

Los intelectuales en este promediar de siglo deben repensar su rol. Cuestionar e interrogar el orden presente se debe realizar con autonomía crítica y pensamiento disidente, y siempre alejados del poder, en lo posible. Asumiendo que ha desaparecido aquel filosofo tradicional, tal los casos de Orwell, Russel, Berlín, Ortega y Gasset, y esperando que los nuevos se despeguen de ese rol de gerente de marketing de partidos políticos o influencers de empresas, y volver a pensar con honestidad para actuar con responsabilidad en la esfera política, que vendría a ser como no pecar de demasiada política, sino más bien de demasiado poca…

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