domingo, 3 de diciembre de 2017

Voy a perseguir cada palabra con aliento hasta que al fin, se rinda alguna para mí

“El que lee mucho intentará algún día escribir”.
William Cowper – Poeta inglés del siglo XVIII

No comprendo porque sucedió, ya que nunca hubo motivos para ello. No tengo antecedentes visibles que se dedicaran a la comunicación. El más cercano fue mi padre, que se acercó a la publicidad como medio de vida, pero no como fórmula de realización personal ni pasional, al menos eso creo yo. Pero como todo esto es tan curioso, no lo sé por voluntad propia, porque nunca se lo he preguntado, y él me lo hubiera respondido. Y como sugestiva paradoja, ahora busco permanentemente material que me genere dudas, dolor, interrogantes o arroje algo de luz a lo que llaman creación.


Como confesé recién, no contemplo en mi árbol genealógico precedente alguno de comunicadores o escritores. Quizás alguna vez alguno de mis familiares me ponga en auto de mi error, y de paso suavice este absurdo dilema que cada tanto me persigue: ¿por qué escribo? y sobre todo ¿Porqué escribo como escribo? De algún antepasado debe venir esta afición, porque si no, no puedo explicar porque escribo como si fuera un escritor de varios siglos atrás, plagado de dilemas existenciales y amparado en valores, ideales y normas vetustas. No soy un escritor de este siglo XXI, apenas escribo algunos tweets aquel día que me siento por demás moderno, dinámico. El resto de mi inspiración suena decimonónica.

No fui ni un niño, ni un joven ni un adolescente que se hiciera preguntas, curioso. Creo que lo que conozco de la vida se debe a mi esplendida memoria y a la pasión por recordar. Pero no me especializo en preguntar, y las pocas veces que lo hago, me doy cuenta que resulto un personaje incómodo. Lo asombroso que antes que querer ser escritor, yo deseaba ser periodista. ¿Se lo imaginan? A no ser que me dedicara a la investigación o a las estadísticas -donde reconozco ser bueno- mi pasar por la profesión de informador hubiese sido un verdadero desastre. Un periodista que no pregunta es difícil de asumir, pero pensándolo bien, estamos viendo un sinfín de reporteros que no preguntan lo que deben preguntar cuando están frente a la candente cuestión. Entonces es verdad que podría haber hecho carrera, o al menos, ser tan cobarde como lo son ellos.

Los que se especializan en preguntar, afirman que existe una chispa bien llameante que no se extingue, es la chispa creativa. Conozco gente que pregunta con pasión, con entusiasmo, con curiosidad. Preguntan aun cuando minutos antes, su interlocutor brindó de antemano la respuesta. La gente pregunta porque quiere saber, porque la vida quizás es un viaje que no debe terminar nunca, y para que no finalice se debe estimular con más interrogantes. Es una concepción idílica de la existencia. Un poco más vulgar puede ser la teoría que afirma que la gente pregunta porque es curiosa, entrometida o impertinente y está todo el día pendiente de saber algo más de las virtudes o miserias ajenas. En mi caso, prefiero creer en ese viaje interminable que no encuentra desenlace porque la vida es una pregunta sin respuesta.

Aristóteles consideraba que la vista era el sentido externo más útil y necesario, porque nos hace conocer más con bastante diferencia que del resto de los sentidos. Todo lo que se nos aloja en la memoria -ya sea de corto o de largo plazo- nos debe entrar a través de los sentidos externos, que nos permiten precisar la realidad lo más cercana a como es en realidad. Allí radica parte de mi alivio, no se preguntar, pero soy buen observador. Y dicha valía me permite compensar mi escasa habilidad por el interrogante con la compensación de observar lo que tantos prefieren dejar de ver. Quizás por eso escribo, porque entre mis antecedentes familiares abundaron los observadores.

Francis Bacon, pintor irlandés del siglo pasado, me echó un manto de piedad, como se suele decir, una figura alegórica. Bacon declaró “La lectura hace al hombre completo, la conversación lo hace ágil, el escribir lo hace preciso”. La agilidad la incorporé de adulto, los libros siempre sobresalieron en la casa de mis padres y el detalle de escribir se despertó un día determinado, a criterio de mi madre, por estar tanto tiempo callado y observante. La práctica me habrá otorgado un valor parecido a la precisión. Sigo viendo a los libros como la propuesta del pensamiento, la invitación a pensar y resolver ciertas preguntas que nos importunan y duelen. No se preguntar quizás porque encuentro de antemano las respuestas en los libros y ya no creo en los tópicos que arrastran las respuestas, plagadas de mentiras y crueldad, como si fuera el material esencial que conforma este mundo, la masa que sostiene y entretiene a la sociedad. Tal vez no pregunto porque ya me ofende la posible vulgaridad de la respuesta.


Los libros me dan respuestas o me permiten suponerlas. Este blog no me brinda respuestas, solo me confirma la soledad con que cuestiono. Pero igual escribo con insistencia, tal vez con un sentimiento parecido al de la angustia. Les dejo una estructura de palabras cerradas que a veces guardan sentido con una secuencia. Ahora soy el niño que levanta la mano y lanza la pregunta. Ahora me quema la boca de la sed por aprender y por los desvaríos que cada tanto sufro por querer darle la vuelta a las cosas. Ahora leo y escribo, pero sigo sin preguntar, tal vez por una carencia propia, tal vez por la vergüenza de levantar la voz para realizar una consulta, tal vez por la frustración que ha generado a mi imaginación la ignorancia que propuso alguna respuesta. Para no esperar más de la originalidad de una respuesta, me pasé a la literatura y luego a la escritura: Si logro perfeccionar mi imaginación, intentaré encontrar las respuestas que no me he animado a promulgar y que la vida sigue sin querer responderme…

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